Pedro Benítez (ALN).- ¿Por qué convulsiona América Latina? Hoy existe un plan trazado y monitoreado desde La Habana (con apoyo ruso) para aprovecharse de la cíclica inestabilidad latinoamericana. Pero el auténtico origen de la misma reside en los problemas institucionales, económicos y sociales que la región no termina de superar.
¿Es una conspiración castrochavista dirigida por Nicolás Maduro la causa de la actual convulsión que sacude a varios países de América Latina? La respuesta rápida es que no. Pero el análisis es más complejo.
En un comunicado difundido por la Cancillería de Colombia, los gobiernos de ese país, Argentina, Brasil, El Salvador, Guatemala, Paraguay y Perú “rechazan toda acción encaminada a desestabilizar nuestras democracias por parte del régimen de Nicolás Maduro”, al mismo tiempo que manifiestan su respaldo al presidente ecuatoriano Lenín Moreno, acosado por una ola de violentas protestas.
No es que no exista un plan trazado, no desde Caracas, sino desde La Habana, para aprovecharse de todos los problemas que hay en la región. El objetivo central de ese plan no es salvar el régimen de Maduro (aunque la estrategia pasa por ahí) sino a la dictadura comunista cubana. Países como Venezuela y Nicaragua son su cordón de seguridad.
El lunes pasado Moreno acusó directamente a Maduro de haber activado un plan, junto con el expresidente de ese país Rafael Correa, para desestabilizar su gobierno.
Como vemos, el tema Venezuela no sólo no sale del centro de interés de la región, sino que ahora sube un escalón más. Basta con seguir la cobertura que medios como TeleSur (con sede en Caracas) y RT en español (la cadena de televisión del gobierno de Vladímir Putin) le dan a las protestas en Ecuador para comprender que efectivamente hay una colusión internacional contra el gobierno de Lenín Moreno. Correa, antecesor y ahora enemigo jurado del que fuera su vicepresidente, acaba de admitir a la agencia Reuters que se gana la vida como asesor del gobierno de Maduro y haciendo entrevistas para la televisora rusa.
Sin embargo, el verdadero origen de la actual crisis en Ecuador no lo encontraremos en una conspiración castrochavista sino en su dolarizada economía que hace rato arrastra problemas. El reciente cese al masivo subsidio a la gasolina ha sido el detonante.
Desde 2005 el Estado ecuatoriano ha gastado 55.000 millones de dólares en mantener artificialmente bajo el precio de los combustibles que ese país en su mayoría importa, pues no tiene suficiente parque refinador para procesarlo, mientras que el presupuesto anual del gobierno es de 40.000 millones de dólares. Ese país gasta más en subsidiar el combustible que todo lo que invierte en educación pública.
Pero tal como ha ocurrido con otros países exportadores de petróleo, el precio barato de la gasolina es un “privilegio” sostenido casi invariablemente desde que en la década de los 70 del siglo pasado Ecuador se transformó en exportador neto de ese recurso.
En los 10 años que gobernó (2007-2017) Rafael Correa se las arregló para mantener la economía dolarizada y subsidiada la gasolina. Lo mejor de los dos mundos. Eso fue posible gracias al boom de las materias primas (del que también gozó Ecuador) y luego a un masivo endeudamiento. En sus años de poder la deuda pública creció de 10.000 millones de dólares en 2009 a 43.000 millones en 2017.
Hoy Correa está sometido a un proceso en ausencia por precisamente haber manipulado la contabilidad nacional a fin de superar el límite legal de endeudamiento del 40% del PIB.
¿Por qué arde Ecuador y qué pasará con Lenín Moreno?
Por otro lado, la economía ecuatoriana se ha estancado desde 2015, con una creciente contracción del consumo y la liquidez. Esa fue la pesada herencia que Rafael Correa el dejó al hombre que escogió para sucederlo en la Presidencia del país en 2017.
En ese sentido la situación de Lenín Moreno es muy parecida a la de Mauricio Macri en Argentina, con una salvedad: no puede devaluar. Ecuador no tiene moneda propia, pues desde el 2000 su economía está dolarizada. Por lo tanto, el inevitable ajuste es más duro y directo.
Como economista Correa sabía que una crisis así se venía. Muy populista y amigo del chavismo, pero no se atrevió a desdolarizar. Esa puede haber sido la auténtica razón por la cual tomó la decisión de no buscar otro mandato presidencial. Le estaba dejando una bomba de tiempo a su sucesor, pues no se puede tener dolarización y subsidios de esa magnitud. O se tiene una o se tiene la otra. Pero no las dos.
De modo que Rafael Correa está empleando hoy una táctica muy parecida a la que el peronismo le aplicó al hoy fallecido expresidente argentino Fernando de La Rúa entre 1999 y 2001, quien recibió en aquel caso una economía atada a la caja de conversión pero quebrada.
Sin margen de maniobra (tampoco podía devaluar), cuando De La Rúa decretó el corralito financiero, el peronismo sindical atrincherado en el gobierno de la provincia de Buenos Aires jugó deliberadamente a tumbarlo y lo consiguió en diciembre de 2001. A eso siguieron los 15 años de gobiernos kirchneristas.
En América Latina las historias nunca son exactamente iguales, pero se parecen mucho. En 2003 Evo Morales al frente del movimiento cocalero desestabilizó y luego derrocó el entonces presidente de Bolivia (elegido democráticamente) Gonzalo Sánchez de Lozada. Haría lo mismo con el sucesor de este, Carlos Mesa, en 2005.
Hoy Rafael Correa, que todavía tiene mucho capital político, está intentando hacer lo mismo pero con el apoyo del régimen de Maduro (que es lo mismo que decir La Habana) y también con la larga mano de Putin por detrás, que, por cierto, se sigue burlando de los Estados Unidos en sus narices. Como sabemos en Latinoamérica cuando la autodenominada izquierda hace algo así no se le puede llamar golpe de Estado.
No obstante, nada de esto debe distraer el análisis del asunto central: el castrochavismo como el kirchnerismo son la consecuencia, no la causa; aunque ahora sean parte del problema.
No es que no exista un plan trazado, no desde Caracas, sino desde La Habana, para aprovecharse de todos los problemas que hay en la región. El objetivo central de ese plan no es salvar el régimen de Maduro (aunque la estrategia pasa por ahí) sino a la dictadura comunista cubana. Países como Venezuela y Nicaragua son su cordón de seguridad.
Pero si hoy Alberto Fernández, el candidato de la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, tiene altas posibilidades de ganar las elecciones en Argentina no es por una conspiración, sino por el mediocre desempeño económico de la administración de Macri.
Si el Congreso peruano está enfrentado al presidente Martín Vizcarra es como consecuencia de la elección de 2016 que le otorgó mayoría al fujimorismo en ese Parlamento y a la estela de podredumbre que ha dejado el caso Odebrecht en ese país.
¿Cómo será un gobierno del peronista Alberto Fernández en Argentina?
Si los mexicanos eligieron a Andrés Manuel López Obrador como presidente el año pasado fue para castigar la corrupción y los fracasos de los gobiernos anteriores.
De la misma manera que los brasileños eligieron a Jair Bolsonaro para castigar la corrupción de los gobiernos del Partido de los Trabajadores y del resto de la clase política de Brasil.
América Latina convulsiona cíclicamente porque tiene problemas institucionales, económicos y sociales que no termina de superar. Otro asunto es que la operación política montada y monitoreada desde La Habana (con apoyo ruso) pretenda nuevamente (el castrismo tiene seis décadas haciendo lo mismo) surfear en beneficio propio la recurrente inestabilidad latinoamericana.