Juan Carlos Zapata (ALN).- Rusia, Irán, Corea del Norte. Estos tres aliados de Maduro están retratados en la más reciente novela, Zorro, de Frederick Forsyth. Se trata de un thriller al puro estilo Forsyth. No comentemos la trama. No hablemos de la novela sino del análisis político que esconde la historia. Allí están los ayatolas. Vladímir Putin. Y la dinastía comunista de Corea del Norte. Y todo enlaza con Venezuela y el chavismo.
Frederick Forsyth nos muestra en Zorro una Rusia en tiempos de cambio, de Mijaíl Gorbachov a Boris Yeltsin, para llegar a Vladímir Putin, a quien identifica como “exmatón de la policía secreta de mirada fría y cierta afición a hacerse fotos homoeróticas”. Señala que el comunismo cedía paso “a una agresividad de extrema derecha disfrazada de patriotismo”. Nos pone en sintonía con una palabra rusa, Vozhd, que significa el jefe, el padrino, para apuntar los vínculos con “los bajos fondos del crimen organizado”. Escribe que ese Vozhd, Putin, se “desencantó del comunismo, pero no del fanatismo”. Que giró hacia la derecha. Que se enmascaró en una supuesta religiosidad y “devoción a la Iglesia Ortodoxa”, y, por supuesto, con un “patriotismo extremo”. Pero Putin, “entonces descubrió algo”. ¿Qué? Que a Rusia la dominaban tres bases de poder.
La primera era el gobierno, con su acceso a la policía secreta, las fuerzas especiales y las fuerzas armadas”. Aquí hay que hacer una conexión directa con el régimen de Nicolás Maduro, pues este primer soporte es igual en los casos de Rusia y Venezuela.
La segunda base de poder “había surgido después del expolio de Rusia y de su patrimonio durante el mandato de Yeltsin”. Aquellos oportunistas que se convirtieron en los “nuevos plutócratas, oligarcas, multimillonarios instantáneos”. No hay distancia con el chavismo, creador de los boliburgueses, la nueva clase que saqueó a Venezuela en sumas que se calculan por encima de los 300.000 millones de dólares. “En la Rusia actual, nadie podía llegar a nada sino poseía cantidades ingentes de dinero”. ¿Suena parecido con Hugo Chávez y Nicolás Maduro? En Rusia se hicieron dueños de los minerales de la tierra. En Venezuela, son amos del oro y el petróleo.
La tercera base de poder era “el crimen organizado, llamados también “ladrones legales”’. Que “resultaban muy útiles para llevar a cabo el ‘trabajo húmedo’, la obediente aplicación de la violencia en el grado y lugar necesarios (lo de húmedo, claro está, alude a la sangre humana)”.
Rusia tiene un arma secreta para adelantarse a los estallidos políticos en Venezuela y Bolivia
Estas bases de poder, según la novela de Forsyth, “interrelacionaban para formar una hermandad”. ¿Acaso no es lo que ocurre en Venezuela? Si se cambia Rusia por Venezuela, el texto queda intacto. Tanto como que, agrega, cuando el jefe, el Vozhd, descubrió las tres bases de poder, se “apropió” de ellas y “procedió a utilizarlas, recompensarlas y dirigirlas”. Yo no quitaría una coma para enlazar lo que hizo Chávez, lo que está haciendo Maduro.
Los personajes discuten. Analizan. Y de ellos se extrae que el hombre del Kremlin sabe lo que hace en el mundo. “Primero, amenaza militar combinada con continuos ciberataques, y después dominio energético”. También se apunta que el “vozhd podía presidir una paupérrima economía en lo tocante a bienes de consumo, pero con una sola arma aspiraba a doblegar algún día al continente europeo”. Se refiere al gas.
De Irán hay menos relato de fondo. Pero la novela encara el tema del afán iraní de convertirse en potencia atómica y dominar el Medio Oriente, barriendo, inclusive, a Israel de la faz de la tierra. Se apunta que la teocracia de los ayatolas es “despiadada”. Y abre el capítulo con esto: “Cuando una nación decide intentar convertirse en una potencia nuclear se generan grandes cantidades de informes. Irán tomó esa decisión hace muchos años, justo después de que los ayatolas se hicieran con el poder”.
Cuando en agosto de 2006 Hugo Chávez visitó Irán, se mostró partidario del plan nuclear de Irán. A esa fecha se remonta la nueva alianza entre Caracas y Teherán que se mantiene con Maduro, aunque disminuida en el terreno de lo material, pero firme en las expresiones políticas como fue el homenaje del régimen al general Qasem Soleimani, asesinado por Estados Unidos.
Narra Forsyth que “durante años, Irán había logrado conservar la documentación sobre su trabajo nuclear en el almacén de Shorabad, lejos de cualquier inspección del Organismo Internacional de Energía Atómica, con sede en Viena”. Curioso que, por estos días, el embajador de Maduro en Viena, Jesse Chacón, acompañado de una delegación venezolana, haya sostenido reuniones con los funcionarios de este organismo. “con el propósito de afianzar y seguir impulsando la cooperación”, se lee en la cuenta de Twitter de la embajada.
Forsyth retrata a un jefe del cuerpo de espionaje, el Pasdarán, que ni es soldado ni espía profesional como lo era Putin, sino “un clérigo inmerso en la teología de la rama chií del islam y absolutamente consagrado al Líder Supremo, el ayatolá Jomeini, y a la revolución que había gobernado Irán desde la caída del Sha”.
“En la Rusia actual, nadie podía llegar a nada sino poseía cantidades ingentes de dinero”. ¿Suena parecido con Hugo Chávez y Nicolás Maduro? En Rusia se hicieron dueños de los minerales de la tierra. En Venezuela, son amos del oro y el petróleo.
Señala que “el Pasdarán no es solo un ejército dentro del ejército, una cohorte de la policía secreta, un ejecutor nacional, un proveedor de terror y un garante de la obediencia patria. También cuenta con unas fuerzas aéreas y una armada propias, un extenso imperio industrial y comercial y una flota mercante”. Esto es como si se comparara con todo lo que se le ha entregado a la Fuerza Armada en Venezuela para el manejo de empresas, el petróleo y la minería, además del aparato estatal.
De Corea del Norte arroja algunas pistas interesantes. De ese “enigma”, como define al país uno de los protagonistas de la novela. Este diálogo dice mucho:
“- Corea del Norte es un enigma, primera ministra. En apariencia no tiene nada, o muy poco. En términos internacionales, es un país pequeño, árido, carente de materias primas, espantosamente gobernado, en bancarrota y al borde de la hambruna. Las dos cosechas anuales de cereales, arroz y trigo, han vuelto a ser un desastre. Y, sin embargo. Corea del Norte cabalga el mundo como un conquistador.
– ¿Cómo consigue el régimen todo eso, Adrián?
-Porque se lo permiten. La gente razonable siempre teme a los locos.
-Y porque tienen armas nucleares.
-Sí, de los dos tipos. Atómicas y termonucleares. Uranio y polonio…”.
De Kim Jong-un elabora el siguiente retrato: “Yo estoy convencido de que ese pequeño regordete es mucho más débil de lo que aparenta. Lo único que vemos son grandes escuadrones de partidarios del régimen ultraentrenados y ultrafanáticos desfilando a paso de ganso en Pyongyang. Pero solo un millón de fieles privilegiados pueden vivir en la capital y tener buenas casas, buenos alimentos y buenos empleos. Solo esas personas cuidadosamente seleccionadas pueden aparecer ante las cámaras occidentales. Además, está la guardia pretoriana, un ejército de doscientos mil efectivos dispuestos a dar la vida por él y por el régimen”.
Otro de los personajes, un experto, explica que el “apetito” del régimen “por las armas nucleares y los misiles que las transportan empezó hace más de cincuenta años con el padre fundador, Kim Il-sung”. Este creó “la primera dinastía comunista del mundo”. Los códigos de veneración, propaganda y lavado de cerebro. Y se dio cuenta que un país pobre y pequeño “no podría ser jamás una potencia temida en el todo el mundo a menos que contara con armas nucleares y los misiles que les permiten lanzarlas a cualquier punto del planeta”. Y recalca:
-Todo, absolutamente todo lo que Corea del Norte es o podría haber sido, se ha sacrificado por su anhelo de amenazar al mundo.