Leticia Núñez (ALN).- Con apenas 24 años, Violeta Domínguez se convirtió en la segunda española en aprobar las oposiciones a Naciones Unidas. Fue el inicio de una vida apasionante que le ha llevado a vivir en países tan distintos como Uruguay, Bolivia, Estados Unidos y Mozambique, a casarse dos veces (conoció a sus dos maridos la misma noche en La Paz), a tener un hijo que se considera sudafricano y a trabajar en la CAF para combatir la desigualdad entre hombres y mujeres. Vive en Caracas desde hace tres años. Sin duda, está hecha de una pasta especial.
Violeta Domínguez cambió Nueva York por Zuheros en los 90. La gran metrópoli por un pueblecito de Córdoba (España) de 650 habitantes. Dice que en Estados Unidos conoció la soledad. Que sus domingos en Central Park transcurrían con la única compañía de un periódico. Trabajaba en la sede de Naciones Unidas en temas de cooperación al desarrollo. Lo que siempre había soñado. Pero sólo era un número. En la supertorre donde vivía no vio a ningún vecino hasta Halloween. Todo era impersonal. De ahí el cambio. Ella está hecha de una pasta especial. Lleva la aventura en los genes. Ha vivido en 11 países. Y no en países cualquiera. Fue testigo de la caída de Augusto Pinochet en Chile, aterrizó en una Angola que salía de 30 años de guerra y en la actualidad vive en Caracas. Lo fácil no va con ella.
Lo suyo es valor. Nació en Uruguay en el seno de una familia conservadora. De padre español y madre uruguaya. Uno de los recuerdos de la infancia de Violeta es tener la foto de Francisco Franco en casa. Y es que su padre formó parte de la División Azul que combatió contra la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial. Le define como un hombre muy activo y arriesgado, también muy aventurero. Al acabar la guerra, el padre emigró a Uruguay, donde conoció a su esposa. Primero estuvo ligado al Gobierno. Después se dedicó a todo tipo de actividades: desde restaurantes hasta convertirse en el primer exportador de carne uruguaya a Mercamadrid.
Los negocios obligaron a viajar a toda la familia. Tras Uruguay, Violeta pasó la infancia y adolescencia en Argentina y Chile. Tres países. Tres dictaduras militares. “Eso siempre me marcó mucho y por ello tuve enfrentamientos con mi padre. No coincidíamos en muchas ideas”, cuenta Domínguez al diario ALnavío. Tal era la rebeldía de la joven que su padre, por temor a que se fuera a meter en problemas mayores, decidió que comenzaría la universidad en España.
Domínguez estudió Psicología y Sociología en porque entonces no existía la carrera de Ciencias Políticas
Llegó a Madrid en 1983. En pleno apogeo de la Movida. Madrid marcó un antes y un después en su vida. En todos los sentidos. Pasó de vivir en una familia muy estricta a hacerlo en un colegio mayor con más estudiantes. Respiró la libertad de los 80 en España. Aquella libertad que empezaba a brotar tras la muerte de Franco. Eso sí, siempre muy ligada a América Latina, a sus raíces.
Estudió Psicología y Sociología en la Universidad Complutense de Madrid porque entonces no existía la carrera de Ciencias Políticas. Después hizo un máster en Icade. Su padre quería que ocupara puestos de relevancia en la empresa privada. Pero en la mente de Violeta había otros planes. Concretamente, la cooperación al desarrollo en Latinoamérica. “En el 87 nadie entendía nada de lo que era trabajar en desarrollo. Cuando le dije a mi padre que me iba a Chile, todavía en la dictadura de Pinochet, me dijo que me iba a meter en la boca del lobo. Yo, sin embargo, estaba muy feliz”.
En Chile, Violeta formó su cultura política. Se hizo con ideas propias. Recuerda con especial emoción haber vivido allí la noche de las primeras elecciones democráticas, algo que define como un privilegio. A pesar, claro, del disgusto paterno.
Fue entonces cuando se presentó a la primera promoción del programa Junior Professional Officers (JPO) de Naciones Unidas. No sólo superó las oposiciones, sino que se convirtió en la segunda mujer en conseguir una plaza. La primera fue una gran amiga. Este es el inicio de una apasionante vida como funcionaria internacional que le ha llevado a vivir en 11 países, a casarse dos veces, a conocer a sus dos maridos la misma noche, a tener un hijo, que más que español se considera sudafricano, a despedir a su padre y a dedicarse en la actualidad a luchar por la igualdad entre hombres y mujeres en la CAF-Banco de Desarrollo de América Latina.
Atesora miles de recuerdos y anécdotas. Como la sonrisa enorme y los dientes de oro del conductor aimara que le estaba esperando en el aeropuerto de La Paz (Bolivia). Fue su primer destino como funcionaria de la ONU. “Era de noche y aquella cara fue un impacto muy grande. Yo dije ‘aquí empieza una vida distinta’. Y así fue”. No es para menos. Empezó a trabajar para un organismo internacional en lo que siempre había querido.
Habla de Bolivia como un país mágico. Recurre a otra anécdota. “La Reina venía de visita a La Paz y había una recepción en la embajada. Me invitaron y esa misma noche conocí a mis dos maridos. Imagínate si Bolivia ha marcado mi vida. Con ambos, con una diferencia de 15 años, me casé”.
Pero no todo fue un camino de rosas. También se le viene a la mente un episodio un tanto desagradable. El jefe, un funcionario inglés, le espetó al llegar: “Que sepa que yo a usted no la quería aquí por tres motivos. Los españoles son muy juerguistas y trabajan poco. No quiero gente de letras, quiero economistas. Y, lo tercero, no quiero mujeres”. Afortunadamente para ella sólo estuvo bajo sus órdenes unos meses.
A Domínguez le destinaron a Costa Rica. Ella en San José y su novio en Panamá. Pero le resultó aburrido. Venía de Bolivia, donde estaba todo por hacer, y Costa Rica ya era una democracia consolidada. Decidió apostar por su relación sentimental. Se mudó a Panamá. En el momento de ir a la sede de Naciones Unidas en Nueva York a regularizar la excedencia, le ofrecieron un trabajo “bien interesante sobre licitaciones públicas”. Y efectivamente, se quedó. De ahí la soledad los domingos en Central Park.
Otra vez le tocó hacer balance. Poner vida profesional y personal en la balanza. Le dio una oportunidad al corazón y regresó por segunda vez a Panamá. Se casó y tuvo un hijo. Apenas dos días después del nacimiento, murió su padre sin poder conocer al bebé. Un golpe terrible. “Fue muy doloroso. Era el primer nieto y al final el último y ni siquiera pudo verlo en foto”, recuerda.
Domínguez se fue como directora de la cooperación española a Angola, un país que salía de 30 años de guerra
Poco después, tuvo que afrontar un nuevo obstáculo. Su matrimonio no funcionó y ella decidió regresar a España, donde estaba su madre. Dice que volvió con “una mano delante y con otra detrás”, pero se sobrepuso.
Lamenta que en aquellos años haber trabajado muchos años en una organización internacional apenas fuera reconocido en España. No obstante, pronto le surgió una nueva oportunidad. Esta vez se ocuparía de manejar los programas de fondos europeos que España recibía como cualquier país en desarrollo. Con la maleta cargada de ilusión y su hijo, Manu, emprendió otro viaje con destino a Zuheros (Córdoba). El pueblo de los 650 habitantes. “Fui muy feliz. Era mi libertad. Era estar con mi hijo criándose en España y trabajando en desarrollo, que era lo que siempre quería”.
De Zuheros dio el salto a la Diputación de Córdoba. Montó desde cero lo que hoy es la Oficina de Cooperación Internacional y de Asuntos Europeos. Fue la época fuerte de la cooperación española en el mundo. Y justo ahí, apareció en escena su segundo marido. No le veía desde aquella noche en Bolivia. Empezó una historia de amor “muy bonita”, como rememora Domínguez. Dos años después del reencuentro se casaron.
De Sevilla a Angola
La nueva etapa personal vino acompañada de una nueva etapa también en lo profesional. Violeta saltó a la Agencia Andaluza de Promoción Exterior en Sevilla, dedicada al comercio exterior. “Básicamente no sabía nada, pero gracias a ello me fui diversificando, lo cual es una riqueza muy grande”. Una vida nueva que no duraría mucho. En la Agencia Española de Cooperación le ofrecieron irse como directora de la cooperación española a Angola, a una Angola que acababa de salir de 30 años de guerra. Y allí se plantó Domínguez. Manu y Jorge, su marido, se quedaron en Sevilla.
Con el tiempo, su hijo le propuso estudiar en Sudáfrica para estar más cerca. Dicho y hecho. Manu era jugador de rugby y Sudáfrica el mejor destino posible para dar rienda suelta a su carrera deportiva. “Se enamoró de Sudáfrica. De hecho, dice que es sudafricano. Como a mí se me imprimieron Uruguay y Argentina, a él Sudáfrica”.
La cosa no acaba ahí. De Angola a Domínguez le destinaron a Mozambique. “Obviamente mi matrimonio se fue al diablo en medio de esto”, lamenta. Hagan memoria: 11 países, casi 20 ciudades, un sinfín de logros profesionales, una carrera brillante, dos matrimonios, un hijo… y vuelta a los orígenes. Estando en Mozambique, en España empezó a notarse la crisis económica. La Agencia Española de Cooperación sufrió recortes, cierre de oficinas y en 2010 le propusieron volver a Uruguay.
Se había ido con 17 años y no había regresado más. Habían pasado 25 años. De cierta forma, Violeta cerró el círculo. Le hacía ilusión, pero también le causaba algo de miedo. No le dijo a ninguno de sus amigos que volvía, hasta que un día salió en el periódico y todos la encontraron. Lamentablemente, la crisis recrudeció y ella se quedó sin empleo. No por demasiado tiempo. Trabajó para el Gobierno de Uruguay en un momento en el que justo abrían embajadas en África. Volvía a vincularse a África. Por cierto, allí seguía su hijo.
“No me importó ir a Venezuela”
Y de Uruguay a Caracas. Recuerden el principio. Violeta no ha vivido en países sencillos. “Ya conocía la situación de Venezuela pero no me importó”, dice.
Señala también que con los años le nació una profunda convicción de que quería trabajar en políticas de igualdad. Su insistencia y “la suerte de que el presidente de la CAF se dio cuenta de que debíamos meternos de lleno en los temas de género” lo han hecho posible. Es la coordinadora de Asuntos de Género y Desarrollo Social en CAF-Banco de Desarrollo de América Latina. Admite que es “un desafío enorme” pero que lo afronta con “mucha fuerza e ilusión” (Ver más: Las 3 líneas de acción de la CAF para eliminar la brecha entre hombres y mujeres en Latinoamérica).
A todo esto, su hijo volvió a España. Está terminando la carrera y ya cuenta casi las horas para volver a Sudáfrica. El ciclo se repite. No podía ser de otra forma. Es la fuerza de los genes.