Pedro Benítez (ALN).- Por enésima vez Nicolás Maduro denuncia un supuesto plan de Washington que involucra a Colombia para desestabilizar e intervenir militarmente en Venezuela. Secundado por Diosdado Cabello, segundo hombre del régimen, repite las mismas fanfarronadas que en su ocasión profiriera el dictador iraquí Saddam Hussein. Los dos prometen la madre de todas las batallas que ellos nunca van a dar, porque la suya es una “revolución” hecha a punta de dólares, no de balas.
Pocas semanas antes del inicio de la Primera Guerra del Golfo (operación Tormenta del Desierto) en 1991, Saddam Hussein prometió que de ser atacado Irak (el año anterior su ejército había invadido Kuwait) se desencadenaría “la madre de todas las batallas”. En realidad, la promesa era una amenaza, que para los observadores internacionales no dejaba de tener cierta credibilidad. Después de todo Irak por esa época venía de librar ocho años de guerra con Irán, lo que le había servido para armar y entrenar al cuarto ejército más numeroso del planeta, y en 1981 había avanzado mucho en desarrollar su potencial nuclear hasta que un bombardeo de la aviación israelí desbarató el proyecto ese año.
De modo que las bravatas y amenazas de Hussein tenían cierto asidero en la realidad. No obstante, la coalición internacional encabezada por los Estados Unidos expulsó en cuestión de días a sus fuerzas de Kuwait, y si no avanzó hasta Bagdad y lo desalojó del poder fue porque el entonces presidente George Bush (senior) no lo quiso, pese a la opinión contraria de su aliada, la primera ministra británica Margaret Thatcher.
En los últimos días tanto el presidente de la República Bolivariana, Nicolás Maduro, como el presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, Diosdado Cabello, como respuesta a una supuesta intervención militar en Venezuela, vienen repitiendo la misma retórica, los mismos desplantes y bravatas que el mundo le conoció a Saddam Hussein en vida
Impotente ante la aplastante superioridad occidental, Hussein pagaría su frustración gaseando con armas químicas a la población kurda del norte de Irak. En los siguientes 12 años el presidente iraquí repitió las mismas amenazas, hizo los mismos desplantes y desafió a las grandes potencias. Ya sabemos cómo terminó aquello. En la Segunda Guerra del Golfo su ejército fue derrotado y destruido en muy pocas semanas y él fue derrocado y ejecutado. En beneficio de la verdad, a Hussein hay que reconocerle que no dejó de proferir sus desplantes cuando se le estaba colocando la soga al cuello para ejecutarlo.
En los últimos días tanto el presidente de la República Bolivariana, Nicolás Maduro, como el presidente de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), Diosdado Cabello, como respuesta a una supuesta intervención militar en Venezuela, vienen repitiendo la misma retórica, los mismos desplantes y bravatas que el mundo le conoció a Saddam Hussein en vida. “Entrarán pero no saldrán vivos”, ha dicho Maduro.
Por su parte Cabello afirma que: “Todo aquel que, siendo venezolano, haya solicitado intervención militar, invasión, golpe de Estado, llamados a bloqueos; en caso de que ocurra algo en Venezuela, debe ser tratado como enemigo de la Patria”. “Quien pida intervención en Venezuela se tratará como enemigo”.
Esto es curioso, puesto que los únicos gobiernos con capacidad para hacer eso, Estados Unidos, Brasil y Colombia (los dos últimos con las fronteras terrestres más extensas con Venezuela), han venido insistiendo en los últimos meses que no tienen interés, planes ni propósitos de usar la fuerza militar para desalojar del poder al régimen chavista.
Sin embargo, Nicolás Maduro y Diosdado Cabello vuelven a apelar a la retórica guerrerista del cerco como si una invasión fuera inminente y ellos pudieran hacer realidad el sueño del Che Guevara de convertir a Venezuela en un nuevo Vietnam.
Pero ni Maduro es Hồ Chí Minh ni Diosdado Cabello es el general Võ Nguyên Giáp, el mítico estratega vietnamita que le infligió la única derrota militar a Estados Unidos en toda su historia.
Muy por el contrario, Maduro no ha visto, y mucho menos dirigido, una operación militar en su vida. Ni siquiera hizo de guerrillero en los años que militó en la Liga Socialista, una organización de extrema izquierda venezolana.
El video de principios del año pasado donde se le ve ofreciendo repartir armas en los barrios para defender a Venezuela de otra imaginaria invasión causa hilaridad y pena. Maduro luce allí como un sujeto desprolijo más pendiente de jugar con el arma para las cámaras que de dar una imagen marcial o heroica. Luego de verlo es fácil comprender por qué en el Pentágono no se lo toman en serio.
Por su parte, Diosdado Cabello, que sí pasó por la Academia Militar, en la única oportunidad en la cual puso en práctica su profesión fue en el intento de golpe militar de febrero de 1992 que terminó en un fracaso. Ninguno de los cronistas del hecho recuerda su participación en el mismo, que pasó la historia por ser insignificante.
Diez años después, en ocasión de la breve salida del poder del expresidente Hugo Chávez por presión del Alto Mando Militar, tanto Maduro como Cabello (este último era entonces el vicepresidente ejecutivo) se escondieron. Esto es algo que cada vez que surgen críticas dentro del chavismo no falta quien lo recuerde.
El chavismo no tiene una épica
Si algo caracteriza al chavismo es su ausencia total de épica. Esto es algo de lo que Hugo Chávez siempre se lamentó. Su movimiento no llegó al poder luego de una larga guerra antiimperialista, ni tomó el palacio presidencial al frente de una columna guerrillera como le hubiera gustado (según confesó), ni por un golpe de Estado (como lo intentó).
Su arribo al gobierno fue por medio de unas burguesas y corrientes elecciones. Luego se sostuvo en el poder gracias a la Diosa Fortuna que menciona Maquiavelo, que le regaló el boom de precios del petróleo más grande y extenso de la historia moderna y que le permitió ganar elecciones regalando viviendas, electrodomésticos, becas, cargos públicos y bolsas de comida a sus partidarios, y prometiendo que en el futuro regalaría más.
No obstante, la confrontación, las bravatas, los desplantes antiimperialistas y las amenazas contra los opositores ante una supuesta invasión externa son útiles para mantener cohesionados a los sectores que todavía les son leales. Ese es su terreno predilecto para desviar la atención del enorme desastre en el cual han sumergido a Venezuela
De paso, para anestesiar las reacciones a sus planes socialistas vendió a precios preferenciales cupos de dólares baratos a la clase media y a los empresarios que no expropió.
Fue en ese contexto en el cual usó la corrupción para asegurar lealtades entre las distintas facciones civiles y militares que lo sostenían. Eso, a fin de cuentas, es el chavismo. Una revolución hecha a punta de dólares, no de balas.
Los dirigentes chavistas no llegaron al poder por una guerra ni están dispuestos a mantenerse en el poder por una guerra. Lo de ellos es y ha sido medrar del poder para el enriquecimiento personal y familiar.
Si en algo han demostrado destrezas es para saquear las arcas públicas venezolanas, lavar dinero en paraísos fiscales y adquirir inmuebles en ciudades como Madrid o Miami. Esa es la razón por la cual sobre ellos no dejan de llover las acusaciones y pruebas de las múltiples redes de corrupción que han creado. El Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) fundado por Chávez no es el Partido Comunista de Vietnam ni el Frente Sandinista de Nicaragua. Todo eso lo saben en Washington.
Se podrá contraargumentar que no están dispuestos a arriesgar sus vidas ni las de sus familias, pero sí las de otros. Disposición para hacer eso han dado.
Sin embargo, pese al gigantesco gasto militar en el cual ha incurrido el régimen (de acuerdo con el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo en 17 años Venezuela gastó la increíble cifra de 205.000 millones de dólares para adquirir material bélico), hoy la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), que concentra Ejército, Marina, Aviación, Guardia Nacional y Milicia, apenas puede alimentar a sus tropas.
Tampoco puede controlar el territorio nacional ante la presencia de grupos armados irregulares como el Ejército de Liberación Nacional de Colombia (ELN) que opera en 12 estados del país, las bandas criminales que explotan el oro, o los paramilitares.
Las deserciones de oficiales por razones económicas son asunto de todos los días, y las comunicaciones internas de las distintas fuerzas advirtiendo sancionar incluso con prisión a los desertores se han filtrado a las redes sociales numerosas veces.
Los militares venezolanos tampoco escapan a la debacle nacional y el descontento entre ellos ha sido ahogado por los eficaces sistemas de inteligencia que operan con asesoría de los agentes del Gobierno cubano.
La Milicia Nacional Bolivariana creada por Chávez en 2007 cuenta según la afirmación oficial con más de 700.000 milicianos. Maduro promete que en cuestión de meses llegará a 1.600.000. Visto así parece ser un número impresionante y hay quien sostiene que esta es una fuerza creada para compensar en el terreno el poder de un Ejército de cuya lealtad siempre hay dudas. Pero al observar las paradas militares se puede apreciar que está compuesta por personas en su mayoría mayores de 60 años, con poco peso corporal y que evidentemente no están en condiciones físicas para participar en operaciones militares reales. Se enrolan en la milicia precisamente para poder huir del hambre.
El ELN pone a prueba el poder de la Fuerza Armada de Venezuela
Nicolás Maduro y Diosdado Cabello no quieren ni pueden enfrentar ninguna amenaza militar externa. Se conforman con pisar, reprimir, apresar y amenazar a los opositores dentro de Venezuela gracias al aparato de represión que controlan. Ellos básicamente son unos bocones.
No obstante, la confrontación, las bravatas, los desplantes antiimperialistas y las amenazas contra los opositores ante una supuesta invasión externa son útiles para mantener cohesionados a los sectores que todavía les son leales. Ese es su terreno predilecto para desviar la atención del enorme desastre en el cual han sumergido a Venezuela y para tapar el hecho de que en realidad el chavismo es una farsa.