Redacción (ALN).- Manuel Manjarrés tiene 35 años trabajando como sepulturero en el cementerio municipal de San Cristóbal, una ciuda del occidental estado venezolano de Táchira, que limita con Colombia.
Pero su vida cambió en 2020, cuando comenzó a enterrar a quienes fallecían en esa región por la causas relacionadas con la covid-19, una enfermedad que espera alejar con espíritus. Y rezos.
«Al sepultar por covid-19, me encomiendo a las ánimas del purgatorio», dice este robusto hombre al medio venezolano El Pitazo.
Desde el inicio de la pandemia en el país caribeño, Manjarrés cuenta haber trabajadado en unos 150 sepelios por covid-19.
Recuerda que el primer caso le causo temor, pero que con el tiempo se ha ido relajando.
«¡Uff! Sentí miedo de que de repente uno se contagie con eso. Esa primera vez, llegué a bañarme rápido por los niños y la familia, porque ese es el mayor miedo, que ellos se contagien por culpa de uno. Mi nieta tiene siete añitos», dice mientras termina de abrir la fosa donde se realizará la próxima inhumación.
Aunque tiene desde los 16 años de edad laborando como sepulturero, y pocas situaciones lo hacen llorar, el 31 de diciembre de 2020 fue uno de los días en que sintió mayor temor, pues sepultó a 5 personas. Lo recuerda como uno de esos días en que la vulnerabilidad del ser humano queda muy expuesta y sobre todo ante el COVID-19.
“Se enterraron todos seguiditos. Ese día sí nos dio duro. Yo decía: es mucho muerto, y claro, uno se asusta”, confiesa. “Cuando los enterramos pensamos en cubrir rápido los cuerpos. Dice una doctora que la bacteria ya murió, pero de todas maneras, esa broma se le puede pegar a uno. Que de repente uno se corte con la misma urna. Y nosotros de una vez sellamos, por eso es que dejamos que entre la familia cuando está todo sellado. Cuando la tierra está encima del cadáver, se llama la familia para que vengan a mirar”, dice.
Para leer el reporte completo haga click aquí.