Rafael Alba (ALN).- Los defensores de la causa palestina intentan organizar un boicot que desluzca la celebración del Festival de Eurovisión de este año que tendrá lugar en Israel. La pelea entre los grupos de presión proisrraelitas y propalestinos salpica a Adrià Salas, el compositor de ‘La Venda’, el tema seleccionado por RTVE para competir en el festival.
Las cosas son como son, estimados lectores, y por si ustedes tenían alguna duda al respecto, aclaremos este punto rápidamente. Claro que sí, la política ha sido siempre un componente esencial del Festival de Eurovisión. Y lo ha sido a lo largo de sus 63 años de historia. Lo fue desde el minuto uno y lo seguirá siendo mientras dure la fiesta, porque se trata de un elemento básico de este cóctel que se fraguó en la década de los 50 del pasado siglo como una suerte de punto de encuentro entre los países del Viejo Continente. Un bálsamo pensado para restañar las heridas y las divisiones provocadas por los enfrentamientos fratricidas que desencadenaron las dos grandes guerras mundiales. La idea no era mala, desde luego, porque se basaba en la certeza empírica de que la música y la cultura siempre han contribuido a unir a los pueblos. Y, además, funcionó razonablemente bien mucho más tiempo del que sus promotores esperaban. Y quizá también mucho mejor de lo que soñaron en los momentos previos a su puesta en marcha.
Para el Gobierno israelí, y para el primer ministro Benjamín Netanyahu, que acaba de renovar su mandato tras una ajustadísima victoria electoral, organizar el festival, por cuarta vez en la historia del certamen, es una gran oportunidad de lanzar un mensaje al exterior de tolerancia y modernidad
El festival hizo un buen papel desde el inicio. Como mecanismo diplomático y lugar de confluencia, por supuesto, pero también como escaparate artístico de los géneros que cautivaban a la juventud europea de la época. No olvidemos que este criticadísimo concurso, supuestamente plagado de canciones de dudosa calidad, fue, sin embargo, el primer altavoz de dimensiones internacionales que pudieron utilizar para hacerse visibles algunas grandes bandas, incipientes entonces y casi míticas luego, que después alcanzarían la gloria global. Como Abba, por ejemplo, el gran cuarteto sueco, que, además, se alzó con el triunfo en la edición de 1974. Y también fue una excelente plataforma para otros muchos artistas multilaureados que no ganaron pero aprovecharon muy bien su participación. Como el español Julio Iglesias, el británico Cliff Richard, o el italiano Domenico Modugno, entre otros. Para todos ellos, Eurovisión fue muy útil, por supuesto. Aunque nos referimos a un momento en el que el festival marcaba tendencias y dictaba modas.
Luego los tiempos cambiaron y Eurovisión decayó mucho. Dejó de ser referencia y empezó a adquirir mala fama. Se convirtió en un espectáculo excesivo sólo apto para los paladares más adictos a los sabores extravagantes y bizarros. Pero cuando estaba en su peor momento y su ocaso parecía inevitable también fue capaz de resurgir de sus cenizas cual ave fénix, cuando tras la caída del Muro de Berlín, los ciudadanos de los países del viejo bloque comunista pudieron abrazar la democracia y necesitaban puentes culturales que les acercaran a los usos y las costumbres de sus hermanos de Occidente. Y allí estaba ese concurso internacional de canciones para acogerlos y darles muchos días alegres gracias a las estrategias de apoyo mutuo y sindicación del voto que permitieron alcanzar la victoria a países como Ucrania, Serbia, Azerbaiyán y la mismísima Rusia, que hasta entonces no habían ocupado nunca un lugar mínimamente relevante en el panorama mundial del pop.
Así que sí, amigos. Que de esto trata y ha tratado siempre Eurovisión. Más de política y diplomacia que de canciones o artistas. Y, desde luego, esas características especiales han condicionado siempre el resultado final del concurso. Una premisa válida tanto para los ganadores y los perdedores como para las clasificaciones, el éxito y el fracaso de las canciones participantes y la suerte posterior de los artistas que se han atrevido a representar a sus respectivos países en ese controvertido y, muchas veces, polémico foro. Pero, en este siglo XXI en el que estamos, el concurso también es otra cosa. Un espectáculo televisivo global de gran éxito que acumula audiencias medias de casi 200 millones de personas repartidas a todo lo largo y ancho del globo terráqueo. Y, por lo mismo, un escaparate inmenso de enorme trascendencia en el que los grupos de presión de todos los colores y sensibilidades intentan hacer visibles las causas que defienden.
La participación de Madonna
Por eso, desde el mismo momento que Israel se alzó con la victoria el pasado año en Lisboa, gracias a un tema bailable titulado Toy, cantado en inglés, y a una peculiar artista denominada Netta Barzilai, comenzó la cuenta atrás de una lucha sin cuartel que volvió a situar al certamen en el epicentro de una contienda política de largo alcance. Para el Gobierno israelí, y para el primer ministro Benjamín Netanyahu, que acaba de renovar su mandato tras una ajustadísima victoria electoral, organizar el festival, por cuarta vez en la historia del certamen, es una gran oportunidad de lanzar un mensaje al exterior de tolerancia y modernidad. De dar una imagen alegre y unitaria que borre las sospechas lanzadas por el poderoso frente antisemita internacional de que el fundamentalismo y la intolerancia marcan ahora la trayectoria de un pueblo que habría pasado, según sus críticos, de ser perseguido y laminado en un terrorífico holocausto a castigar con mano de hierro al pueblo palestino, a quien han desalojado de los territorios que ocupaba históricamente y con quien parecen negarse a firmar la paz y establecer una relación igualitaria.
El equipo de Netanyahu se anotó un buen tanto cuando consiguió que Madonna, una reciente aficionada a la Cábala y nueva conversa, confirmara su presencia en el festival. Una gran noticia para el país organizador y también para el concurso, porque hacía muchos años que la gala no contaba con una gran estrella global como ella
Pero, en el otro lado del tablero, la edición de Eurovisión de este año también supone una oportunidad de oro para los defensores de la causa palestina. La posibilidad de sumar apoyos suficientes para organizar un boicot que desluzca la gala ha estado desde el primer momento sobre la mesa y los activistas de este grupo incansable han trabajado muy duro para conseguirlo. Lo mismo que han hecho sus rivales, por supuesto. El equipo de Netanyahu se anotó un buen tanto cuando consiguió que Madonna, una reciente aficionada a la Cábala y nueva conversa, confirmara su presencia en el festival. Una gran noticia para el país organizador y también para el concurso, porque hacía muchos años que la gala no contaba con una gran estrella global como ella. Pero, desde el mismo momento en que la noticia se hizo pública el lobby propalestino ha trabajado con ahínco para intentar que la diva se replanteara la decisión, aparentemente sin éxito. Se han redactado manifiestos, se han lanzado críticas públicas y duras declaraciones en una campaña potente en la que han participado artistas prestigiosos como Roger Waters, el exbajista de Pink Floyd, que han afeado a Louise Veronica Ciccone su buen entendimiento con los ultraconservadores israelitas.
Y parte de la onda expansiva de esa polémica se ha trasladado también a España. A un país cuya relación con el festival ha oscilado permanentemente entre el amor y el odio. A los españoles y las españolas les encanta el concurso, pero lo cierto es que este les ha dado muy pocas alegrías. Apenas dos victorias, una de ellas compartida, obtenidas hace más de cinco décadas, un puñado de segundos puestos y algún tema memorable como Eres tú, la fantástica balada de Juan Carlos Calderón que defendió con mucho pundonor Mocedades en la edición de 1973 celebrada en Luxemburgo, donde el tema sólo logró la medalla de plata, pero se convirtió en un gran éxito internacional que ha conseguido perdurar hasta hoy mismo, como demuestra la reciente versión de esta canción que se ha incluido en la banda sonora de la serie estadounidense Riverdale, en la que se rinde homenaje a la gran música de la década de los 70. Poco bagaje para un país cuya televisión pública forma parte del grupo de naciones denominado Big Five, en el que también están Reino Unido, Italia, Francia y Alemania, que tienen asegurada su participación en la final, gracias al compromiso histórico y financiero que han mantenido siempre con el certamen.
Joan Manuel Serrat y Peret
Además, Eurovisión ha sido también un territorio propicio para las controversias políticas en España. Hay cuando menos dos casos sonados, el de Joan Manuel Serrat, en el año 1968, que tras haber sido seleccionado y presentado por Televisión Española para competir en el concurso de aquel año fue sustituido por Massiel. Al parecer el cantautor se había empeñado en interpretar en catalán el tema contra el criterio de las autoridades españolas de la época. Por cierto que la canción era La, la la de Ramón Arcusa y Manuel de la Calva, el indestructible Dúo Dinámico, y finalmente se convertiría en la ganadora. También hubo controversia en 1974, el año en que Abba se alzó con la victoria. Al parecer, según aseguró tiempo después el propio cantante, entonces Peret fue obligado a participar en el festival por el Gobierno franquista, que quería dar una imagen alegre del país, tras las críticas internacionales que supuso la aplicación de la pena de muerte al opositor Salvador Puig Antich. De modo que no debería resultarle extraño a nadie que en este 2019, la política haya vuelto a jugarle una mala pasada a la representación española que se dispone a competir en busca del triunfo. Aunque, en esta ocasión, el origen de los problemas se encuentre bastante alejado del territorio nacional.
A los fans de La Pegatina, la banda de Adrià Salas, el autor de La Venda, el tema elegido por RTVE para representar a España en Eurovisión, no les ha gustado nada que su cantante favorito se haya prestado a participar en una fiesta que, en opinión de muchos de ellos, sólo sirve para glorificar la política antipalestina de Netanyahu
A los fans de La Pegatina, la banda de Adrià Salas, el autor de La Venda, el tema elegido por Radio Televisión Española (RTVE) para representar a España en Eurovisión, no les ha gustado nada que su cantante favorito se haya prestado a participar en una fiesta que, en opinión de muchos de ellos, sólo sirve para glorificar la política antipalestina de Netanyahu. Esta reacción del público entraba dentro de lo posible, porque se trata de un grupo cuyas letras suelen tener cierto contenido social y cuyos seguidores suelen identificarse con los partidos situados más a la izquierda del arco político y con la música alternativa, alejada de los circuitos comerciales y los oropeles. Al final las redes sociales se han calentado tanto con la polémica que los miembros de La Pegatina se han visto obligados a publicar un comunicado en el que aseguran que ellos, como banda, jamás participarán en este festival. Y mucho menos en una edición como esta que se celebra nada menos que en Israel. Pero la disculpa no ha colado. En absoluto. Al fin y al cabo, cuando Salas aceptó que su canción compitiera por ser seleccionada para el concurso ya sabía que la gala iba a tener lugar allí.
— La Pegatina (@lapegatina) 25 de abril de 2019
Así que la contradicción es evidente y muy difícil de disimular. Y, además, Adrià Salas, el líder de La Pegatina, se ha implicado mucho en el concurso y ha apoyado públicamente a Miki, el triunfito, que va a defender el tema en la gala del 18 de mayo. De hecho, él y su banda han participado en la grabación de un programa especial para arropar al concursante eurovisivo, en cuyo cartel figuran también bandas habitualmente relacionadas con las posiciones políticas más conservadoras como los célebres Taburete, que encabeza Guillermo Bárcenas, el hijo del extesorero del PP Luis Bárcenas, tristemente famoso por su presunta implicación en la financiación irregular del partido. Algo que tampoco ha gustado a muchos de sus seguidores. Pero también los eurofans, que estaban encantados con Salas hasta ahora, han empezado a darle la espalda. No dan crédito ante un comunicado que, en su opinión, es cobarde e intenta falsear la realidad. Y quizá lleven razón. O quizá no. Tal vez lo mejor hubiera sido que La Pegatina hubiese seguido el ejemplo de otros ilustres cantantes españoles de izquierdas como Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina, que resistieron todas las presiones y optaron por cantar en Israel. Por muy mal que les sentara a sus fans españoles y latinoamericanos. Por muy contradictorio que parezca, a veces quizá no sea un buen negocio nadar entre dos aguas. Sobre todo si al final, como ha ocurrido en los últimos años, la canción de Salas no hace un buen papel en el concurso y hay que sumar a su pirueta israelí un nuevo patinazo eurovisivo de España. Crucemos los dedos.