Nelson Rivera (ALN).- Aunque los expertos advierten que se trata de problemas distintos, tanto el consumo de opiáceos analgésicos como el de heroína están creciendo de forma alarmante. Ambos provienen, originalmente, de la adormidera (Papaver somniferum). Ambos tienen una poderosa capacidad de tomar el control del sistema de recompensas del cerebro humano. Ambos producen estados de ansiedad y adicción. Ambos son industrias culturalmente arraigadas en nuestro tiempo.
El pasado 27 de febrero, Jeff Sessions, fiscal general de Estados Unidos, anunció la creación de un nuevo grupo de trabajo para afrontar la crisis de los opioides. En 2016, no menos de 64.000 norteamericanos fallecieron a causa de sobredosis, lo que modificó la tasa de expectativa de vida de los estadounidenses.
Muchos consumidores saltan del analgésico -especialmente del que tiene como principio activo la oxicodona, el famoso OxyContin, fabricado por la farmacéutica Pardue, a la heroína.
La campaña de marketing de Pardue es un hito en la historia de la destrucción de la salud de forma masiva: convencieron a los médicos de que este opiáceo no producía adicción. Y comenzaron a recetarlo. Entre las secuelas, los expertos advierten que más de 200.000 personas han perdido la vida. La historia de los Sackler, los propietarios de Pardue, puede leerse en un elocuente artículo de Sergio Dahbar en ALnavío: Historia de la familia que está detrás de la epidemia de opiáceos en Estados Unidos).
¿Qué hace entonces que el consumo de heroína y analgésicos opiáceos esté creciendo en Europa y América Latina? En primer lugar: es un negocio rentable con un inmenso mercado. Dice Naciones Unidas: una de cada seis personas entre 15 y 64 años es un consumidor de drogas (estimación de 2015). La tendencia advierte que la cifra está creciendo desde 2011.
El auge del turismo y las nuevas tecnologías, entre otras razones, han creado nuevas dificultades a los cuerpos policiales para combatir la distribución de las drogas
Alrededor de 40 millones de personas son consumidoras de opioides analgésicos o de heroína. La producción responde a la demanda: cada vez hay más territorios y laboratorios produciendo heroína y opiáceos. Afganistán, Pakistán e Irán son los países que lideran la producción de heroína, pero hay grupos de al menos 15 países distintos en el negocio de la distribución.
La globalización, la eficacia y rapidez de los sistemas de transporte; el auge del turismo y la movilidad; las nuevas tecnologías, los sistemas de localización y comunicaciones; la permisividad o la complicidad de algunos gobiernos -el Informe 2016 del presidente Barack Obama incluía a Venezuela-; los nuevos modelos de organización de los narcotraficantes (la diseminación o la contratación de clanes familiares -como los de Albania-) han creado nuevas dificultades a los cuerpos policiales.
El 18 de marzo, el diario El País informaba que en Estados Unidos la responsabilidad de las farmacéuticas y sus distribuidores comenzará a enjuiciarse en los tribunales.
A todo lo anterior hay que agregar esto: la reducción del umbral del dolor que es propia de este comienzo del siglo XXI, que ha multiplicado por cinco el consumo de analgésicos opioides por receta, entre 2011 y 2016.
Añada que el debate sobre la legalización no siempre diferencia entre las drogas de menor impacto y las que representan mayores riesgos. Agregue que, en el mundo entero, hay cada vez más jóvenes bien formados, que se desenvuelven en más de una lengua, que tienen aspiraciones de consumo, y que probablemente no conseguirán trabajo a lo largo de los próximos años. Incorpore la cuestión del empobrecimiento planetario de la clase media y, después de todos estos factores, pregúntese cuál es la posibilidad de que, en los próximos años, el consumo de opiáceos sea controlado o que la epidemia se extienda por los cinco continentes.