Pedro Benítez (ALN).- Según todo indica, Gustavo Petro va a ganar la primera vuelta de las elecciones presidenciales que se efectuarán en Colombia el próximo domingo. Si las cosas siguen como van, es bastante probable que con él la izquierda colombiana consiga por los votos lo que nunca logró por la lucha armada.
Favorito desde hace años en todos los sondeos de opinión pública (en la elección de 2018 también lo fue), la perspectiva de su llegada la Presidencia ha despertado el temor de que con él Colombia siga fatalmente el mismo camino que empezó su vecina Venezuela con la elección del expresidente Hugo Chávez en 1998.
De hecho, esa es la principal acusación que le hacen sus adversarios políticos. ¿Será Petro el Chávez de Colombia?
Lo cierto del caso es que Petro, al igual que casi toda la izquierda a los dos lados del Atlántico, siempre tuvo una fuerte identificación con el chavismo. Fue él quien en julio de 1994 acompañó durante su estancia de cinco días en Bogotá al entonces excomandante golpista recién salido de la cárcel. La famosa foto de los dos juntos corresponde a esa ocasión.
El discurso bolivariano de Chávez despertó una intensa simpatía tanto en los guerrilleros reinsertados por el proceso de paz de 1990, como fue el caso del M-19 (en el cual militó Petro), como entre guerrilleros que siguieron alzados en armas.
De allá para acá ha sido amigo y aliado de los amigos y aliados del chavismo, y todavía en 2016 se permitió postear por sus redes sociales fotos desde Caracas poniendo en duda el gravísimo desabastecimiento de alimentos en el que por entonces se estaba sumergiendo Venezuela.
Simpatías claras
Aunque ahora lo quiera disimular, afirmando que Iván Duque y Nicolás Maduro “son lo mismo”, la verdad es que sus simpatías siempre han estado claras. Otra cosa es su capacidad para afirmar una cosa ayer y otra muy diferente hoy, con absoluta seguridad y total tranquilidad.
Sin embargo, las personalidades y circunstancias entre Petro y Chávez son tan comparables como las que hay entre Colombia y Venezuela, dos países unidos por tantas cosas y, al mismo tiempo, tan distintos.
En los años setenta del siglo pasado el expresidente Alfonso López Michelsen decía que “Colombia es el Tíbet de Sudamérica”. Un país donde el grueso de su población ha habitado en la montañosa región Andina, relativamente aislado, conservador, muy católico y con, hasta hace muy poco tiempo, escasa inmigración desde el exterior.
Todo lo contrario de Venezuela que por su ubicación geográfica (más el impacto de la industria petrolera en el siglo XX) fue un país mucho más abierto a los cambios, a la inmigración, a la innovación y a las modas.
Colombia ha tenido unas estructuras y conflictos sociales que Venezuela no ha conocido. La acción de sus grupos armados y el largo conflicto interno hacen que la historia de los dos países sean muy distintas.
Gustavo Petro ¿antisistema?
Petro es parte de ese proceso. No viene de ser un militar golpista (Colombia no es parte de esa tradición tan hispanoamericana), sino de un grupo guerrillero, el M-19. Constituido en su día, principalmente, por estudiantes e intelectuales, y no por campesinos como ocurrió con las FARC.
Una agrupación que como parte de los acuerdos de paz con el Gobierno de expresidente Virgilio Barco tuvo una participación fundamental en la Asamblea Nacional Constituyente de 1991 que redactó la actual carta magna colombiana, y que a diferencia de otros procesos similares en América Latina sí se puede decir que dejó un saldo positivo, aunque no consiguió su propósito supremo de alcanzar la paz.
Este detalle será crucial de llegar a ser el próximo inquilino de la Casa de Nariño, sede de la Presidencia de Colombia. Petro no podrá disponer de una coartada que le permita convocar una Constituyente como sí hizo Chávez en Venezuela. Su compromiso será cumplir con una Constitución que reivindica.
Aunque se presenta como el antisistema, en realidad Petro ha sido parte del sistema político colombiano durante más de tres décadas. Entre otros cargos fue agregado diplomático en Bruselas por el Gobierno de Ernesto Samper, cuando denunció amenazas de muerte en su contra. Y durante 20 años ha sido el más feroz y persistente crítico del expresidente Álvaro Uribe desde las bancas del Congreso colombiano.
Su carrera se parece más a las de Lula da Silva y Andrés Manuel López Obrador, que a la de Chávez. Por lo tanto, no tendría a su favor el factor sorpresa.
Deseo de cambio
En lo que sí hay una clara similitud es entre la Colombia de hoy y la Venezuela de 2022 por el fuerte deseo de cambio político. El mismo deseo que ha tenido la sociedad chilena en los últimos años. Eso no está mal. Después de todo “a los políticos y a los pañales hay que cambiarlos seguido”, según frase que se le atribuye a George Bernard Shaw.
Como ya se ha observado, las democracias llevan en su naturaleza la tendencia a promover la sistemática crítica y cuestionamiento en su contra. Sea en Europa, sea en Suramérica.
El error en Venezuela no fue haber elegido a Chávez. El error fue haberle entregado todo el poder, primero por medio del proceso Constituyente, y luego por una serie de fatales desaciertos de parte de sus adversarios que le facilitaron la instauración de su proyecto autoritario.
Es fácil pronosticar que, desde una eventual Presidencia, Petro sumerja a Colombia en nueva etapa de tensiones de todo tipo y que el desempeño económico de su Gobierno sea decepcionante. Bien porque no cumpla con sus promesas de socialismo ecológico y proteccionismo económico, bien porque intente cumplirlas. Eso sin mencionar su propuesta de perdón social que va a provocar un incremento del crimen y la violencia, que precisamente quiere combatir. Exactamente lo que ha venido ocurriendo en México durante la administración de López Obrador.
Gustavo Petro, más radical que Chávez
Como suele ocurrir mucho con la izquierda latinoamericana, Gustavo Petro acierta en detectar el problema pero se equivoca en el diagnóstico y en el remedio. Con una renta per cápita cuatro veces inferior a la de España, Colombia es un país relativamente pobre con enormes problemas sociales que atender y que, además, ha sido víctima de la guerra contra el narcotráfico. Un país que necesita más inversión en educación y salud pública, que requiere incrementar su red de protección social, así como mejorar la seguridad en su territorio y desarrollar más sus infraestructuras. Los recursos para atender todas esas necesidades sólo las puede aportar el sector privado de la economía. Los empresarios. Los mismos a quienes Petro (por lo menos en su discurso) ve como parte del problema y no de la solución.
Petro es mucho más radical de lo que fue Chávez en 1998. Como buen populista, y al igual que el venezolano, se presenta con un estilo mesiánico, cuestionando la legitimidad esencial de sus adversarios, de las imperfectas instituciones políticas que le han permitido hacer carrera pública y de la limpieza de sus procesos electorales.
Si no gana esta elección, y esa posibilidad existe, va cuestionar el resultado (tal como hizo López Obrador en México en 2006 y 2012) introduciendo un nuevo factor de inestabilidad en Colombia. En su discurso y acciones nunca falta esa amenaza más o menos encubierta contra la estabilidad institucional del país.
Gustavo Petro no es Chávez. Pero sea que gane o que pierda a Colombia les esperan cuatro años de gran tensión política, en los cuales la sabiduría y el discernimiento (o la falta de los mismos) por parte de sus adversarios será fundamental para determinar su destino durante mucho tiempo.