Pedro Benítez (ALN).- La manera más adecuada de juzgar a una persona (o a una sociedad) es por sus antecedentes. La actitud de Colombia, y del gobierno de Iván Duque en particular, ante la crisis migratoria venezolana no tiene precedentes en el mundo. Nunca antes en el continente americano un país había recibido un movimiento migratorio de las magnitudes del venezolano en tan poco tiempo manteniendo una política de puertas abiertas. Si algo se le puede criticar a Duque es que no haya demandado desde hace meses una asistencia internacional masiva, pues Colombia no puede enfrentar sola las consecuencias de la crisis social venezolana.
El anuncio del presidente de Colombia, Iván Duque, de excluir de la vacunación masiva contra el covid-19 a los venezolanos en situación migratoria irregular desató una ola de invectivas en su contra en ese nuevo campo de las disputas políticas que son las redes sociales.
Duque afirmó el pasado 21 de diciembre que sólo serán vacunados aquellos que tienen la nacionalidad colombiana o están al día con la ley migratoria. Esta decisión excluye, según se estima, a más de la mitad de los 1,7 millones de venezolanos que viven en ese país.
El presidente colombiano alega que esa decisión busca evitar el “efecto llamada” pues muchos venezolanos cruzarían la frontera a fin de vacunarse ante el colapso del sistema de salud de Venezuela.
Las críticas que se le han hecho se pueden dividir en dos grupos. Aquellas que suenan razonables, como la expresada por Alejandro Gaviria, rector de la Universidad de los Andes y exministro de Salud del gobierno de Juan Manuel Santos, quien en su cuenta de Twitter escribió: “No vacunar a los venezolanos es una mala idea desde un punto de vista epidemiológico. Pero es sobre todo una propuesta antiética: excluye a los más vulnerables y discrimina de forma casi amenazante en contra de un grupo de personas por su nacionalidad y estatus migratorio”.
Luego están las críticas de carácter claramente político que encabezaron el excandidato presidencial Gustavo Petro: “La xenofobia es uno de los pilares del fascismo”, comentó en su ácido ataque a Duque; y el expresidente Ernesto Samper, quien se preguntó (también por Twitter): “¿Qué tal que a Trump le diera por negarles la vacuna del Pfizer (sic) a todos los migrantes latinos que viven en EEUU como lo anunció Duque ayer para los venezolanos en Colombia? ¿Qué opina @ONUHumanRights, o lo que queda de ella en Colombia, de este ultimátum genocida?”.
Es llamativo el repentino interés que entre estos dos líderes políticos colombianos cercanos al chavismo ha despertado la crisis migratoria venezolana, tema que hasta ahora han pasado por alto en sus continuos tuits y declaraciones públicas.
A esas críticas contra el inquilino de la Casa de Nariño se sumaron factores de la política venezolana, quienes entre otras lindezas lo calificaron de nazi. La vicepresidenta de Nicolás Maduro lo ha llamado racista y xenófobo.
Este es el tipo de situaciones donde la manera más adecuada de juzgar a una persona (o a una sociedad) es por sus antecedentes.
En este sentido hay que decir que la actitud de Colombia, y del gobierno de Iván Duque en particular, ante la crisis migratoria venezolana no tiene precedentes en el mundo. Nunca antes en el continente americano un país había recibido un movimiento migratorio de las magnitudes del venezolano en tan poco tiempo.
El grueso de las personas que han abandonado Venezuela desde 2015 no lo han hecho por sus aeropuertos (como en el pasado) sino cruzando los 2.219 kilómetros de frontera con Colombia. Muchos de ellos a pie.
Según las autoridades migratorias colombianas el número de venezolanos residentes en ese país pasó de 48.000 en 2015 a 600.000 al cierre de 2017. Hoy, según Acnur, la agencia de la ONU para los refugiados, superan los 1,7 millones. Eso no incluye a los venezolanos que emigraron teniendo la nacionalidad colombiana. Tampoco a la mayor parte de los otros 1,3 millones que han usado el territorio de ese país como paso obligado hacia Ecuador, Perú, Chile y Argentina.
Hasta antes del inicio de la pandemia, Migración Colombia llegó a contabilizar hasta en 37.000 el número de personas que diariamente cruzaban el puente Simón Bolívar de Venezuela hacia la ciudad de Cúcuta, en el departamento colombiano del Norte de Santander. Eso sin tomar en cuenta a los que han hecho uso de los pasos fronterizos hacia Maicao y Arauca, o por “las trochas”.
Para darnos una idea de las dimensiones de ese movimiento poblacional comparemos esto con otros casos.
Las cosas en contexto
Por ejemplo, hoy residen en Estados Unidos 11,2 millones de inmigrantes nacidos en México del total de 36 millones de mexicanos o sus descendientes que viven en ese país, fruto de 100 años de proceso migratorio. Venezuela misma es otro ejemplo, pues recibió tres millones de colombianos a lo largo de la segunda mitad del siglo XX.
Pues Colombia ha recibido casi dos millones de personas del país vecino en sólo cinco años. No en 100 o en 50 años. En cinco.
En 1980 la crisis de Mariel, protagonizada por 120.000 cubanos que llegaron a las costas de Florida, en Estados Unidos, constituyó un gravísimo problema para la administración de Jimmy Carter y fue una de las razones de su derrota electoral ese año.
Recordemos, también, que 300.000 sirios que huían de la guerra civil que se inició en ese país en 2011 provocaron una crisis migratoria en la Unión Europea, donde están varios de los países más ricos del mundo, con un PIB per cápita bastante superior al colombiano.
Esos refugiados sirios que desesperadamente huían de una guerra no fueron acogidos por sus vecinos (árabes y turcos) con la misma actitud que Colombia y el gobierno de Iván Duque han tenido para con los venezolanos. El lado colombiano de la frontera con Venezuela no está lleno de campos de refugiados como alambradas.
Estos migrantes ya no son el puñado de ricos venezolanos adquiriendo inmuebles en Bogotá o Cartagena o haciendo inversiones, o profesionales de clase media, como en los primeros años del régimen chavista. De 2015 en adelante les tocó el turno de entrar en condiciones desesperadas a los pobres, a todos aquellos a los que la revolución chavista prometió redimir. Colombia recibió en muy poco tiempo una masa de población necesitada de alimentos, atención médica e ingresos económicos muy por encima de su capacidad. Que este drama no haya provocado una crisis todavía peor en ese país es casi un milagro.
Es por eso que resultó sorprendente la pasividad y falta de sentido de urgencia del gobierno del expresidente Juan Manuel Santos ante esa realidad, mientras varios medios colombianos iban reportando esta situación con bastante rigurosidad y advirtiendo las inevitables consecuencias que esta situación iba a tener.
De paso, todo este drama humano se ha desarrollado ante la mirada indiferente del gobierno de Nicolás Maduro en Caracas, que nunca ha reconocido la dimensión del problema. Por el contrario, Maduro ha exportado la crisis social venezolana a su vecino.
De modo que Colombia ha tenido que enfrentar esta crisis prácticamente sola.
Y no obstante todo lo anterior, el presidente Duque mantuvo una política de puertas abiertas hasta que le cayó otra crisis encima. La pandemia del covid-19. Fue entonces cuando decidió intentar cerrar la frontera. Léase bien, intentar, porque la realidad es que no hay forma de cerrarla.
De modo que a la hora de criticar a Duque por sus recientes declaraciones no está de más poner las cosas en contexto.
Si la actitud del gobierno de Iván Duque ante esta colosal crisis hubiese sido la misma que hoy aplica Trinidad y Tobago, o las islas holandesas del Caribe, hace rato se hubiera desatado una catástrofe humanitaria en la frontera o incluso una guerra.
Pero el actual gobierno colombiano ha tenido una actitud moral ante este problema (que no creó de manera alguna) muy distinta a la de muchos políticos progresistas y de izquierda de la opulenta Europa que se rasgan las vestiduras por el trato a los inmigrantes pero cuando son gobierno no derriban muros ni alambradas. Lo de Duque es algo bastante significativo para tratarse de un gobierno de “derecha” o conservador.
Eso por no recordar que la administración del expresidente Barack Obama fue la que más deportaciones de inmigrantes ilegales ha hecho en Estados Unidos (2,8 millones en ocho años). Al punto que se le recuerda como el “Deportador en Jefe”.
Puede ser que Iván Duque esté equivocado desde el punto de vista epidemiológico, pero dados sus antecedentes es difícil cuestionar moralmente su actitud ante la migración venezolana. Si algo se le puede criticar es que no haya demandado desde hace meses la asistencia internacional masiva pues Colombia no puede enfrentar esta crisis sola.