Rafael Alba (ALN).- La plataforma de subasta de derechos Royalty Exchange, ubicada en Denver, prepara su salida a Bolsa para este mismo año con muy buenas perspectivas. Algunas inversiones en generación futura de derechos de autor han generado rentabilidades anuales de hasta el 8%.
Los profesionales de la industria musical lo tienen cada vez más claro: en estos tiempos de streaming y plataformas digitales, una de las partes fundamentales del negocio del futuro será la gestión y el cobro de los derechos de autor y los royaltys. Y si eres un individuo que ha acreditado su capacidad para componer éxitos, más vale que tengas cuidado y conserves siempre que puedas la propiedad de tus creaciones.
Ya se sabe que los buitres, en forma de editores sin escrúpulos o ejecutivos discográficos armados de contratos 360 (esos acuerdos en los que el artista cede por los siglos de los siglos más del 50% de sus derechos) andan siempre al acecho. Y conviene leer y releer cualquier papel antes de firmarlo y no fiarse nunca de nadie cuando hay que tratar este tipo de cuestiones. Ni siquiera de los amigos más cercanos.
La historia de la música pop está plagada de episodios oscuros por un “quítame allá esos derechos”. La figura del autor expoliado y pobre que sólo logra cobrar una mínima parte de lo que le corresponde tras años de litigios y lucha sin cuartel en los juzgados ha proliferado en la crónica negra de los desmanes de esta industria sin chimeneas. Desde la lejana década de los 50 del siglo XX hasta hoy.
En estos tiempos de streaming y plataformas digitales, una de las partes fundamentales del negocio del futuro será la gestión y el cobro de los derechos de autor y los royaltys
Y también antes, probablemente. Con anécdotas tan jugosas como la historia del desencuentro que se produjo durante los 80 entre Paul McCartney y Michael Jackson. ¿Recuerdan? El joven aspirante a megaestrella del pop, Jackson, buscó el consejo del viejo zorro McCartney para que le asesorara sobre alguna buena manera de invertir sus crecientes ganancias. Colocar la pasta en algo rentable y que le sirviese para asegurar el futuro. Algún filón inagotable de ingresos pasivos para toda la vida. Y el beatle se lo dijo rápido: Invierte en catálogos de canciones de éxito, amigo Michael.
Jackson tomó buena nota del consejo y decidió comprarse el mejor catálogo de canciones disponible. Adquirió Nothern Songs, la editorial que tenía los derechos de autor de los temas de The Beatles y que McCartney quería también comprar. Pero el alumno pagó más que el maestro. Fueron 47,5 millones de dólares (38,74 millones de euros). En efectivo. Jackson disponía de liquidez y, además, tenía menos problemas morales para tirar de chequera. Y, sobre todo, no estaba obligado a negociar nada con la terrible Yoko Ono. Una durísima adversaria, según se dice, sobre todo si se trataba de dilucidar algún asunto de dinero.
Paul y Michael se distanciaron entonces. Pero el inglés, en realidad, le hizo un gran favor al estadounidense. Tanto que, a mediados de la década de los 90, cuando el dinero empezó a escasear y los problemas financieros se le multiplicaron al pequeño de los Jackson, aquel catálogo de canciones le sirvió para capear el temporal, tras vendérselo a la editorial de Sony por 95 millones de dólares (77,5 millones de euros), justo el doble del dinero que la estrella del pop había pagado unos años antes. Casi nada.
Error de juventud
En julio del año pasado, McCartney recuperó por fin ‘su’ catálogo, tras llegar a un acuerdo con Sony cuyos términos no han sido desvelados. Ni los económicos ni los contractuales. De modo que, enfrentamiento con Jackson incluido, el ex beatle se pasó 54 años intentando reparar un error de juventud. El tropezón sucedió en 1963, cuando los cuatro de Liverpool aún no eran el fenómeno generador de pasta en el que se convertirían muy poco tiempo después.
Dicen que la culpa fue de Brian Epstein. Su manager. Un hombre que no le daba al asunto de los derechos de autor la importancia que tenía. Así que hizo que sus pupilos firmaran un contrato con Dick James. Un músico pionero, que sí supo ver la mina de oro cuando la tuvo delante. James tenía una editorial, DJM, y se aseguró para siempre el 45% de los derechos de los temas de aquellos magos del pop. John y Paul estaban tan contentos porque mantenían el 55%. ¡Jóvenes ilusos!
La figura del autor expoliado y pobre que sólo logra cobrar una mínima parte de lo que le corresponde tras años de litigios y lucha sin cuartel en los juzgados ha proliferado
La nueva sociedad, creada sólo para la explotación de aquel catálogo, se llamó Nothern Songs, como ya hemos dicho, y antes de ser de Jackson había sido de Lew Grade, que se la compró a James para integrarla en su ATV Music, y luego a un fondo de inversión llamado Holmes à Court, que fue el que cerró el trato con el traidor Michael.
Así que los derechos de autor son una mina, desde siempre, pero, muchas veces, no resulta fácil cobrarlos. Y en la mayoría de los casos, el abono se produce con bastante parsimonia, muchas veces más de la que pueden resistir los bolsillos de los pobres compositores nóveles. Y ya se sabe que los adelantos los carga el diablo.
O los cargaba. Porque esa situación está a punto de cambiar. Ya en 2011, un grupo de músicos e inversores estadounidenses creó la plataforma Royalty Exchange, estratégicamente situada en Denver, esa suerte de paraíso fiscal en el corazón mismo del Imperio de Donald Trump.
La compañía permite que los autores que lo deseen subasten los ingresos futuros de sus catálogos de canciones por periodos de tiempo prefijados, por ejemplo un año, y procedentes de distintas fuentes de generación. Desde los derechos que se generan en los conciertos a todos los demás, los de reproducción, los derivados de la emisión de temas en medios, los que deben abonar las plataformas de streaming. Se puede ‘colocar’ el paquete completo, o por categorías. Y un catálogo, una canción o un grupo de canciones.
Es casi lo mismo que hizo David Bowie en la década de los 90, cuando colocó en el mercado una emisión de deuda colateralizada que avalaba con los posibles ingresos futuros de su repertorio. Pero más manejable y asequible.
Una historia de éxito
Y ya ven, cuando la iniciativa arrancó parecía una boutade. Hubo unas cuantas subastas y se ingresó algo. A algunos personajes les resultaba entrañable invertir en canciones. Pero no parecía que aquellos fuera a pasar de la categoría de lo anecdótico.
Hasta que lo consiguió, cuando empezaron a entrar en juego algunos elementos inesperados. Como los nuevos artistas de rap, o los propietarios de derechos de viejas canciones con mucha salida en los anuncios publicitarios, cuyo campo de generación de ingresos se ha ampliado gracias a internet. Y la gracieta se convirtió en un negocio, que ha llegado a aportar rentabilidades anuales de más del 8%.
La compañía Royalty Exchange permite que los autores que lo deseen subasten los ingresos futuros de sus catálogos de canciones por periodos de tiempo prefijados
Hay riesgo, claro. Sin embargo, este activo financiero es mucho menos peligroso, según los expertos, que los bitcoins o cualquier criptomoneda. Eso sí, sigue sin estar al alcance de todos. Por menos de 100.000 dólares (81.570 euros) no parece probable abordar ninguna puja interesante con posibilidades de éxito.
En los últimos meses, se han subastado derechos de temas de Barry White, Etta James, o la explotación del paquete completo de las canciones de Barrio Sésamo durante un año por el que se pagó 580.000 dólares (473.108 euros), entre otros. También melocotonazos de Drake o Kanye West.
En 2016, la empresa había capturado nuevos inversores, dispuestos a sacarla a Bolsa y hacerla crecer. Le auguran un futuro muy brillante. Y tal vez acierten. Sus números son aceptables. Mejores, incluso, que los de otras muchas startups, más convencionales. Ha experimentado un crecimiento de su volumen de negocio del 108% anual y ya cierra acuerdos por valor de 12 millones de dólares (9,78 millones de euros) al año, gracias a las 150 subastas que celebran en promedio cada 365 días.
Ahora mismo, por si les interesa, hay disponibles algunas buenas oportunidades relacionadas con derechos de artistas como Earth, Wind & Fire, Mariah Carey, Busta Rhymes y Grateful Dead. Aunque no lo tendrán fácil porque la cartera de inversores potenciales que maneja la firma incluye ya 22.000 referencias. Gente con dinero, por supuesto. Quizá incluso algún melómano que otro. Pero no se equivoquen. Como decía Frank Zappa: “Sólo estamos en este negocio por la pasta, baby”.