Nelson Rivera (ALN).- No hay presidente en América Latina que sume tanta corrección como el de México. Nadie que invierta más esfuerzo en distinguir la letra O de la U. No hay en el continente otro mandatario capaz de permanecer tantas horas continuas con el torso en estricta posición vertical. Nacido en un pueblo que apenas sobrepasa los 20 mil habitantes, Atlacomulco, reconocido como la cuna de numerosos e importantísimos políticos mexicanos, Enrique Peña Nieto es el atlacomulquense que ha dado el salto más largo, hasta sentarse en la silla del Palacio Nacional donde, según dicen algunos cronistas, todavía se escuchan en las madrugadas las órdenes de Hernán Cortés.
Que @EPN sea la identificación de su cuenta de Twitter, no solo ratifica su corrección, sino su apego irrestricto por lo escueto, por la mínima expresión necesaria. Peña Nieto está en las antípodas de las prácticas de Fidel Castro o de Hugo Chávez, que alardeaban de sus respectivas capacidades para discursear hasta por diez horas, sin pausa. Su estilo es lo contrario: magro. Le gusta avanzar por terreno firme. Hablar poco y hacer uso de palabras inequívocas. Frases que no necesiten aclaratoria ni notas a pie de página.
Peña Nieto está en las antípodas de las prácticas de Fidel Castro o de Hugo Chávez
Pocas palabras y pocos tuits. Muy pocos. El pasado 6 de enero, escribió ocho consecutivos –algo inusual- que hablan a los mexicanos de sus propósitos para el año que recién comienza. Uno de esos tuits, dice: “El otro reto que enfrentaremos el 2017, es el de construir una relación positiva con el nuevo gobierno de Estados Unidos”. Apenas eso. Una declaración de buenas intenciones. Un gesto educado. No sabía Peña Nieto que ese sobrio tuit resultaría su primer paso sobre una cuerda tensada a muchos metros del suelo.
El otro reto que enfrentaremos en 2017, es el de construir una relación positiva con el nuevo gobierno de los Estados Unidos.
— Enrique Peña Nieto (@EPN) 6 de enero de 2017
Pero Donald Trump no espera. Lo suyo es el ataque rápido. El 25 de enero firma el decreto de construcción del muro que cerrará del Pacífico al Golfo de México, la frontera entre los dos países. Al día siguiente Peña Nieto responde con un mensaje de 2 minutos y 30 segundos dirigido a su país, y con un tuit de 20 palabras: “Lamento y repruebo la decisión de EE.UU de continuar la construcción de un muro que lejos de unirnos nos divide”. Es el tuit de alguien que siente el temblor de la cuerda floja bajo sus pies. La línea de un hombre que quisiera no tener que escribir ni una línea más sobre el tema.
Lamento y repruebo la decisión de EE.UU de continuar la construcción de un muro que lejos de unirnos, nos divide.
— Enrique Peña Nieto (@EPN) 26 de enero de 2017
Vientos contrarios
Una mañana de agosto de 1974, Philippe Petit cumplió la hazaña que lo haría famoso y que lo puso en manos de la policía: desde el piso 110, a 417 metros del pavimento, caminó por un cable de acero tendido entre las dos Torres Gemelas. Petit, que ese día ingresó en los libros de historia del siglo XX, explicaba sus secretos: mirar solo hacia adelante, borrar de la mente la existencia del vacío, hacer caso omiso a los alaridos y los aplausos del público.
Pero ocurre que Peña Nieto no es un artista del equilibrio, sino un político empujado por los hechos a caminar por una cuerda de material incierto, con un público que lo abuchea y lo aplaude a un mismo tiempo, donde no faltan quienes quisieran verlo caer. Y es que los vientos contrarios y las leyes de gravedad que lo tienen en estado de pirueta son nada menos que los del nacionalismo. Que apenas dos tuits den cuenta de tan compleja situación, es sintomático de la desproporción a la que Peña Nieto tiene que dar la cara. Bajo esta ajustada economía, un tercer tuit podría resultar definitivo y sentenciar si Peña Nieto se doblega ante Trump o si logra convencerle de mantener una tensa convivencia.