Ysrrael Camero (ALN).- Mientras se reduce el margen de maniobra para los actores internos, las perspectivas de una crisis mundial, agravada por la pandemia del coronavirus, pueden llegar a debilitar el compromiso de la comunidad internacional con el caso venezolano. Todo parece confluir hacia la realización de un proceso electoral competitivo en Venezuela que abra paso a una democratización.
Para todos los actores internos en Venezuela se va achicando el margen de opciones disponibles para seguir adelante. Sea por la escasez de tiempo, como es el caso de las fuerzas democráticas que hacen mayoría en la Asamblea Nacional, lideradas por el presidente Juan Guaidó, que deben afrontar el término del período para el cual fueron electos en diciembre de 2015. Sea por la escasez de recursos financieros y el aislamiento internacional que enfrenta el régimen autoritario de Nicolás Maduro, que pronto afrontará una nueva reducción en sus ingresos derivada de la caída de los precios internacionales del petróleo.
Este doble achicamiento incrementa los incentivos para avanzar en una salida a la crisis venezolana en 2020. Los pasos dados por la Asamblea Nacional para la designación de la nueva directiva del Consejo Nacional Electoral (CNE), el trabajo de la Comisión Especial de Procesos Electorales, la selección del Comité de Postulaciones, traslucen una disposición realista para hacer viables unas elecciones. Este realismo contrasta con la retórica maximalista, “todo o nada”, de los sectores más radicales, y conecta a los moderados a ambos lados de la acera política.
En el mismo sentido, la coalición internacional comprometida con una transición hacia la democracia en Venezuela coincide en que la salida de la crisis, y del autoritarismo que la origina, pasa por la realización de unas elecciones competitivas que coloque en manos de los venezolanos la decisión, libre, de cambiar el rumbo político y económico del país.
Pero los cambios en la agenda global pueden hacer descender la visibilidad, y el nivel de prioridad, del caso venezolano. En las cancillerías el coronavirus se ha colocado como preocupación principal, reforzando el discurso más autárquico. La política interna mata a la política externa. Eso hay que tenerlo claro.
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Cuando se señalaba que todas las opciones estaban sobre la mesa para el caso venezolano también implicaba que la presión internacional podía confluir en un acuerdo para la realización de un proceso electoral competitivo. En los documentos del Grupo de Lima y del Grupo de Contacto, en las declaraciones de los responsables de la política exterior europea y de los Estados Unidos el tema electoral ha sido elemento común unificador, con exigencias claras al régimen de Maduro: presidenciales competitivas, libres, abiertas y limpias.
No se puede avanzar en la realización de unas elecciones sin poner en contacto a las distintas partes. No se pueden hacer elecciones libres en Venezuela sin la colaboración de un sector del chavismo que se encuentra en el poder, con el dominio institucional de los aparatos del Estado, y con la capacidad de bloquear cualquier iniciativa. Hay que impedir el uso del poder de veto fáctico que tienen algunos actores del bloque de poder.
Tender puentes de plata realistas entre sectores moderados de ambos lados es una necesidad. Estos puentes han de pasar, necesariamente, por la Asamblea Nacional que preside Juan Guaidó, único poder público electo popularmente y reconocido internacionalmente.
Los avances tienen que generar una resistencia, por un lado, en los sectores más ortodoxos e inamovibles del bloque autoritario, que temen perder con la democratización, pero también en los sectores más intransigentes y radicales de la oposición. El incendio del galpón del CNE con las máquinas de votación es un mensaje enviado por los intransigentes contra aquellos que avanzan hacia las elecciones.
La ruta electoral: una historia
En el descenso de Venezuela hacia un régimen autoritario las encrucijadas electorales han marcado hitos de aceleración o ralentización. Entre 1999 y 2001 un chavismo movilizado empleó las elecciones para tomar control hegemónico de las instituciones. La derrota de la oposición en el referéndum de 2004, con abuso de poder y ventajismo por parte del chavismo, condujo al abandono de las elecciones parlamentarias de 2005.
Luego de 2005 se aceleró toda la autocratización del régimen político. Aprovechando la ausencia de la oposición en el Poder Legislativo, el régimen avanzó en sus “leyes del poder popular” y en su “socialismo del siglo XXI”. La abstención de 2005 fue un factor clave para crear la oportunidad del régimen de Hugo Chávez para hacerse más autoritario y cerrado.
Para revertir este proceso en 2006 una dirección política de la oposición tomó la decisión de retornar a la estrategia electoral como mecanismo principal en su confrontación contra un régimen que se autocratizaba con rapidez. Las presidenciales de 2006 representaron una rectificación importante en la estrategia de la oposición. El giro electoral, iniciado por Teodoro Petkoff, acompañado por Julio Borges, y encabezado finalmente por Manuel Rosales, contribuyó a construir un movimiento nacional de las fuerzas democráticas, con una estrategia clara de crecimiento. La creación de la Mesa de Unidad Democrática fue expresión institucional de esta estrategia.
Hay un hilo de continuidad entre la participación electoral de la oposición en las elecciones presidenciales de 2006 y la victoria en las parlamentarias de 2015. Elección tras elección la capacidad política de las fuerzas de oposición mostraba un crecimiento sustantivo. A lo que el régimen respondía con políticas cada día más autoritarias y represivas.
La muerte de Chávez y la caída de los precios del petróleo lo cambiaron todo. Las dos elecciones presidenciales de Maduro contra Henrique Capriles demostraron que sólo era cuestión de tiempo para que una mayoría de las fuerzas democráticas derrotara con contundencia a un chavismo que se percibía menguante. Allí el régimen protagonizó su última mutación, la clausura de la competitividad electoral tras la victoria opositora en las parlamentarias de 2015 lo llevó a convertirse en un régimen autoritario cerrado.
Las dificultades actuales
La presión interna desde 2016 y la de la comunidad internacional desde 2018, han buscado justamente restituir la competitividad política y electoral, para iniciar la democratización de Venezuela.
La participación electoral ha representado, para las fuerzas democráticas venezolanas, la estrategia más efectiva para enfrentar la autocratización, y para revertirla, porque dispone de mayor experticia y recursos que en cualquier otro campo, de lo que se concluye que la restitución de la competitividad electoral parece ser, a ojos de la historia previa, el objetivo inmediato para abrir una posible restitución de la democracia.
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Las declaraciones de Henry Ramos Allup, el trabajo del diputado Stalin González, las palabras de Michelle Bachelet llamando a elecciones, la posición de la diplomacia europea y del gobierno de Estados Unidos, así como de los países latinoamericanos, confluyen finalmente contra el régimen de Nicolás Maduro, haciendo una exigencia fundamental: elecciones presidenciales competitivas en Venezuela.
Esa estrategia sólo tiene un punto débil, y es la construcción de una narrativa, de un relato, para rescatar la confianza de los venezolanos en el voto como instrumento de lucha política por la democracia. El tiempo corre raudo y veloz, se clausura el primer trimestre de 2020 bajo el signo del coronavirus y con la perspectiva de una recesión mundial. Sólo las elecciones generan el terreno común sobre el cual los venezolanos podemos iniciar un proceso de reconstrucción del proyecto republicano y de la nación.