Pedro Benítez (ALN).- Que Nicolás Maduro no haya designado por vía del Tribunal Supremo o de la Constituyente un Consejo Nacional Electoral (CNE) a su medida, y que ahora afirme estar dispuesto a aceptar uno designado por la Asamblea Nacional (AN) es una señal clara de que la estrategia de presión internacional de Juan Guaidó ha funcionado. Al menos por ahora. Estamos viendo lo que quizás sea la última oportunidad de llegar a un acuerdo político en Venezuela antes de que la presión por parte de la Casa Blanca al régimen de Maduro escale a otro nivel.
La Asamblea Nacional (AN) aprobó este jueves por unanimidad los 10 representantes de la sociedad civil que junto a 11 diputados van a conformar el Comité de Postulaciones Electorales para la designación de las nuevas autoridades del Consejo Nacional Electoral (CNE) de acuerdo a lo establecido en la Constitución de 1999 y a la Ley Orgánica de Procesos Electorales.
La novedad es que esos nombres fueron escogidos por unanimidad el miércoles pasado por un Comité Preliminar conformado por siete diputados de la oposición y cinco del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). El año pasado la directiva parlamentaria que preside Juan Guaidó puso en marcha ese comité dejando una puerta abierta para que (tal como acaba de ocurrir) el chavismo se incorporara.
Ese mismo miércoles Nicolás Maduro afirmó públicamente que: “Se está buscando nombrar un Consejo Nacional Electoral por consenso y estoy de acuerdo que lo nombre esa Asamblea Nacional”.
Como vemos, esto es un paso hacia atrás por parte de Maduro en lo que lucía como su embalada carrera por desconocer a esa misma AN y organizar unas elecciones parlamentarias a su medida. ¿Pero es un paso hacia atrás para luego avanzar dos hacia adelante? Evidentemente que sí. No hay razones para pensar que su objetivo ha cambiado, aunque por la fuerza de las circunstancias se esté viendo en la obligación de variar su ruta y esto no es menos importante.
Guaidó cosecha la gira internacional alineando a los aliados en una política de mayor presión contra Maduro
En política se hace lo que se puede y no lo que se quiere. Maduro finalmente se ha visto compelido a retroceder. Una señal muy clara de que la presión internacional está funcionado. Es decir, la estrategia a la que Guaidó le puso el acelerador hace seis semanas.
De modo que lo que estamos viendo es un proceso de negociación en marcha en torno a la designación del CNE, donde cada parte quiere algo de la otra y donde, dados los antecedentes, la mayoría opositora de la AN no tiene razón alguna para confiar en las intenciones de Maduro.
Pero esta es probablemente la última oportunidad para llegar a un acuerdo en Venezuela antes de que Estados Unidos escale su política de presión sobre el régimen chavista. Una escalada que tendrá todo tipo de consecuencias imprevistas. A esas consecuencias son a las que el chavismo civil y militar le teme.
Maduro bien podría estar siguiendo esta ruta para intentar justificarse internacionalmente. Pero eso no le resolverá un problema: la inminencia de la escalada de sanciones por parte de Estados Unidos. O Maduro acepta efectuar unas elecciones presidenciales acordadas con la Asamblea, o la Casa Blanca apretará.
Por tanto, Maduro quiere unas elecciones parlamentarias que le sean reconocidas internacionalmente para por ese medio bajar la presión externa. Pero para eso necesita la legitimidad de la AN que tanto ha hostigado. No le sirven los diputados que ha comprado para montar una directiva parlamentaria paralela ni la denominada Mesa de Diálogo Nacional (“la mesita”).
Por su parte, los partidos que hacen mayoría en la Asamblea quieren unas elecciones presidenciales. Lo único en lo que las dos partes coinciden es en la necesidad de designar ese CNE.
Ese es precisamente el punto en que quedaron las frustradas negociaciones de Oslo/Barbados promovidas por el gobierno noruego el año pasado. No llegaron a un acuerdo porque Maduro no cedió en el tema central de la elección presidencial. Hoy este proceso podría volver a encallar justamente por eso.
No obstante, antes de llegar allí habría que ver si Maduro permite que la Asamblea funcione con normalidad. Es decir, que los diputados perseguidos, exiliados y encarcelados se puedan incorporar libremente a su labor. Y luego de eso harían faltan 112 votos que en este momento la mayoría parlamentaria que lidera Guaidó no tiene para designar ese CNE.
Por lo tanto, en teoría se requeriría de un acuerdo con el PSUV; acuerdo que por años no ha sido posible y que en la mayoría de las ocasiones bajo el chavismo ha terminado en la designación de los miembros del CNE por parte del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) alegando omisión parlamentaria.
Maduro bien podría estar siguiendo esta ruta para intentar justificarse internacionalmente. Pero eso no le resolverá un problema: la inminencia de la escalada de sanciones por parte de Estados Unidos. O Maduro acepta efectuar unas elecciones presidenciales acordadas con la Asamblea, o la Casa Blanca apretará. No tiene como escaparse a eso. O negocia o se prepara para resistir. Y hay que decir que en el chavismo no hay mucho ánimo para lo segundo.
Si Maduro se sintiera absolutamente fuerte y seguro ya habría designado ese CNE por medio del TSJ que controla o de su Constituyente. Pero no lo ha hecho. Otra señal de que su discurso desafiante y retador es sólo eso, discurso. Palabras que se lleva el viento.
Su esperanza hoy es que el bloque de partidos y diputados opositores que lidera Juan Guaidó se divida. Eso es una posibilidad, pero todo lo que Maduro ha hecho este año en ese sentido ha conseguido exactamente lo contrario.