Pedro Benítez (ALN).- Venezuela va rumbo a una elección presidencial sin ningún rastro de democracia. Esta es una situación que no conocía Latinoamérica desde hace décadas y un abierto desafío a las democracias de la región.
Si se cumplen los muy estrechos lapsos de convocatoria por parte del Consejo Nacional Electoral (CNE), Venezuela va el próximo 22 de abril rumbo a una elección presidencial sin ningún rastro de democracia. Una situación que, a excepción de Cuba, no conocía Latinoamérica desde hace décadas.
Por distintos medios el gobierno de Nicolás Maduro ilegalizó arbitrariamente la mayoría de los partidos opositores, inhabilitó a los candidatos opositores con más aceptación, incluyendo a disidentes del chavismo, amenazó públicamente con cárcel al jefe de la delegación opositora en la mesa de negociación de República Dominicana (el diputado Julio Borges), fijó unilateralmente la fecha de la elección sin respetar el proceso de diálogo, por no mencionar todo el historial previo desde el desconocimiento de la Asamblea Nacional y el bloqueo del referéndum revocatorio en 2016.
El CNE, férreamente controlado por partidarios de Maduro, sólo ha concedido 17 días de campaña para elegir un presidente que según la Constitución vigente de 1999, empezará su mandato el 10 de enero de 2019. De modo que en el hipotético caso de que llegara a ganar un candidato distinto a Maduro, debería esperar casi siete meses para posesionarse.
Una crisis de este tipo no se daba en Suramérica desde la elección de 2000 en Perú, donde el candidato opositor Alejandro Toledo se retiró de la segunda vuelta contra el presidente Alberto Fujimori e impugnó el proceso
Esta es una muestra más de la arbitrariedad institucional del régimen chavista. Y las democracias de América y Europa han manifestado que no reconocerán esa elección (Leer más: Nicolás Maduro desafía a las democracias de América y Europa).
Una crisis de este tipo no se daba en Suramérica desde la elección de 2000 en Perú, donde el candidato opositor Alejandro Toledo se retiró de la segunda vuelta contra el presidente Alberto Fujimori e impugnó el proceso.
Las tácticas de control institucional por parte del Gobierno venezolano son parecidas a las aplicadas en México por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) hasta 1988, las de la dictadura militar en Brasil (1964-1985) y las de los distintos dictadores centroamericanos hasta los años 80, en un pasado que Latinoamérica creía superado.
De tener éxito, Maduro sentaría un precedente muy preocupante porque el autoritarismo en el ejercicio del poder puede extenderse por la región como una mancha de aceite, alentando el surgimiento de fuerzas políticas comprometidas con la demolición de la institucionalidad liberal-republicana que tanto esfuerzo ha costado construir.
Pese al retroceso electoral de los llamados gobiernos progresistas de izquierda, fundamentalmente en Argentina y Ecuador, el populismo autoritario parece consolidarse en Bolivia y Nicaragua.
Rusia y China exportan su modelo
En este sentido, Rusia y China comienzan a asomarse como los aliados predilectos de este tipo de regímenes, ya no por razones de tipo ideológico propias de la Guerra Fría, sino más bien por consideraciones de carácter interno.
Se dice que la política exterior de los países es una extensión de su política doméstica. Desde ese punto de vista parece inevitable que para un gobierno como el de China sea más cómodo hacer negocios con regímenes autoritarios. Y lo que es más importante para la clase dirigente: una forma de justificar el modelo y cerrarle el paso al avance de la democracia en el mundo que siempre considerarán como una amenaza a su propio poder interno.
Otro tanto ocurre con el popular pero no menos autoritario Vladimir Putin, empeñado en proyectar el poder ruso allá donde crea que puede desafiar a Estados Unidos con el argumento de la autodeterminación nacional.
De tener éxito, Maduro sentaría un precedente muy preocupante porque el autoritarismo en el ejercicio del poder político puede extenderse por la región como una mancha de aceite
Estados Unidos apoyó dictaduras en América Latina y otra partes del mundo, pero como se trata de una democracia, dentro del sistema político y la opinión pública se levantaron voces denunciando la grotesca contradicción de que la primera democracia del mundo respaldara económica y militarmente regímenes que no lo eran.
Para los dirigentes de Moscú y Pekín dicha contradicción no existe. Por el contrario, la democracia les incomoda. De modo que es un hecho que Rusia y China respaldarán el desafío de Nicolás Maduro a las democracias latinoamericanas.
No obstante, pese a todos los intereses e influencias externas el proceso político venezolano se resolverá dentro del país. Aquí es clave lo que haga la oposición. Por lo pronto se mantiene unida. El peor escenario era regresar del proceso de negociación en República Dominicana dividida. Con unos dirigentes firmando el acuerdo con el Gobierno y otros denunciándolo. Con unos partidos participando en el proceso electoral y otros llamando a la abstención. El espectáculo del enfrentamiento entre los distintos grupos adversos a Maduro es el mejor escenario para él.
La mejor noticia de la (por ahora) fallida negociación es que la oposición regresó unida. Sin embargo, el riesgo del deslinde interno sigue presente. Ahora los dirigentes opositores deben decidir si van a no a las elecciones presidenciales. Si van, para qué y con cuál estrategia. Si por el contrario no participan, qué harán a continuación (Leer más: El dilema de la oposición venezolana es cómo enfrentar democráticamente a un gobierno que no es democrático).
Pero decidan lo que decidan, lo más efectivo políticamente es que lo hagan en unidad. Eso es lo que la experiencia de todas las luchas democráticas en el continente demuestra.