José Guerra (ALN).- La pandemia del coronavirus agarró a Venezuela inmunosuprimida. Es tal el estado de vulnerabilidad y precariedad que los efectos del virus todavía no se han sentido, pero lamentablemente se van a hacer evidentes con los días por venir. Las medidas de resguardo personal y el distanciamiento social, expresado en cuarentenas, tal como se ha aplicado, pueden ayudar a contener la propagación de la enfermedad. Pero crean otros problemas. El más importante es el hambre que amenaza a los venezolanos.
Los hechos son contundentes. En primer lugar, a un país que consume pero no produce ni importa le acecha el hambre. Venezuela sufre una especie de shock económico debido a que una buena parte de la fuerza de trabajo está recluida en su casa sin poder trabajar, en acatamiento a las medidas de prevención. No es fácil prescindir de trabajadores esenciales sin que ello tenga un efecto en la cadena de producción y distribución de los bienes.
En segundo lugar, el circuito de suministros de bienes finales y materias primas está severamente afectado y los inventarios son muy bajos. Las empresas industriales del estado Miranda que mantienen inventarios normales de entre tres y cuatro semanas, actualmente registran acopios de entre cinco y 10 días. Países proveedores como Rusia y Turquía, entre otros, están privilegiando sus mercados internos. Por su parte, los productores locales de insumos primarios como maíz y arroz se encontrarán con obstáculos insalvables a mediano plazo para surtir a los industriales. La gran mayoría de los hogares no cuenta con suficiente despensa para cinco días adicionales de cuarentena.
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En tercer lugar, la gasolina muestra un nivel precario de producción en las principales refinerías. En particular el Complejo Refinador Paraguaná está operando a un nivel cercano a los 50.000 barriles diarios pero aún con un mercado interno disminuido la demanda es 150.000 barriles diarios y las importaciones se han restringido sustancialmente. De allí que la escasez de combustibles sea evidente, afectándose de esta manera la movilidad de personas y bienes, especialmente el transporte que moviliza hacia Caracas los vegetales, la carne y los lácteos.
En cuarto lugar, la caída abrupta del precio del petróleo tendrá una incidencia demoledora sobre el flujo de caja del fisco y del Banco Central de Venezuela (BCV). Actualmente el precio de la cesta venezolana promedio se ubica en 20 dólares por barril. A ese precio, la producción de muchos crudos deja de ser rentable, como es el caso de la Faja del Orinoco, justamente donde se concentra más de la mitad de la producción nacional.
Hoy, en Venezuela la única firma de lograr un abastecimiento adecuado para alimentar a una población confinada en sus casas es con importaciones masivas y éstas no existen. El hambre amenaza.
Y en quinto lugar, las reservas internacionales están en su mínimo histórico y el crédito internacional está cerrado para Venezuela. El nivel de reservas internacionales se sitúa en 6.900 millones de dólares y la parte líquida no llega a 1.200 millones de dólares, lo que significa una restricción fundamental para la capacidad de importar. Desde que Nicolás Maduro declaró el default de la deuda externa en noviembre de 2017, el crédito externo que antes fue abundante, desapareció y con ello la posibilidad de contar con ahorro externo para suplir el déficit local de divisas.
Hoy, en Venezuela la única firma de lograr un abastecimiento adecuado para alimentar a una población confinada en sus casas es con importaciones masivas y éstas no existen. El hambre amenaza.