Pedro Benítez (ALN).- Tal como lo venían señalando las encuestas Claudia Sheinbaum y el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) han ganado con facilidad las elecciones efectuadas el pasado domingo en México, pero lo han hecho de una manera abrumadora. De hecho, una nueva hegemonía política ha emergido en ese país. Ese será el principal legado de su arquitecto, el actual presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
Pese a lo que se diga y el teatro de la consulta interna en Morena, todos saben que él la escogió (al viejo estilo del dedazo presidencial), abiertamente llamó a votar por ella e hizo todo lo posible para que ganara.
Sheinbaum, hasta hace un año Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, ganó 31 de los 32 estados del país, sólo perdió en Aguascalientes, también se llevó la mayoría en la capital y le sacó 30 puntos de ventaja a Xóchitl Gálvez, su más cercana competidora, candidata de la coalición opositora conformada por el Partido Acción Nacional (PAN), el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Incluso se impuso Guanajuato, tradicional bastión del PAN que hace seis años votó en contra de AMLO.
Según los datos preliminares (está aún por definirse) Morena y sus aliados se quedaron al borde de obtener los 2/3 del Congreso, la mayoría necesaria para aprobar reformas constitucionales. En la Cámara Baja el Partido Verde (asociado de Morena) empataría al PAN como la segunda fuerza.
La oposición mexicana, bien averiada
Pero, además, los votantes mexicanos eligieron ocho gobiernos estatales. De esos Morena logró retener cinco que ya tenía, le quitó un estado al PAN (Yucatán) y de pasó retuvo el Gobierno de la Ciudad de México, que la izquierda de ese país no ha perdido desde 1997. Con lo cual el partido oficialista controla 24 de las 32 entidades federales. En 2018 eran solo 5.
Hay estados donde los candidatos de Morena arrasaron, como en Chiapas y Tabasco con el 80% de los sufragios. Mientras que en Morelos, Puebla y Veracruz se impusieron con alrededor del 50%.
Tabasco, de donde es oriundo López Obrador, es un caso interesante, pues fue allí donde inició su carrera política hace medio siglo y donde fue derrotado dos veces por el PRI como candidato a gobernador (1989 y 1994). En las dos ocasiones alegó fraude por parte del partido hegemónico que, de acuerdo a sus prácticas, hizo uso de todos los recursos públicos a favor de su candidatura. Pero fue en esa lucha donde AMLO empezó a darse a conocer como figura nacional.
Por su parte, la oposición mexicana ha quedado bien averiada. La alianza PAN/PRI no logró llegar ni siquiera a la mitad de los sufragios que sus dos candidatos presidenciales, Ricardo Anaya y José Antonio Meade, sumaron por separado en 2018. En estados como Veracruz y Morelos, que en las elecciones previas tuvieron resultados muy reñidos, Morena los ganó ahora por amplios márgenes. La larga, pero, por lo visto, imparable decadencia del PRI continúa.
Pocas referencias frente a Morena
De ser el partido que en 70 años nunca perdió una elección presidencial y en 60 un gobierno estatal, ha pasado a ser la cuarta fuerza política en el país. En esta oportunidad no presentó candidato propio y recibió 5,3 millones votos. El 9.5% de la votación nacional; muy lejos de aquellas épocas en la que se imponía con el 70 u 80% (Miguel Alemán Valdés/Luis Echeverría) e incluso el increíble 98% del mítico Lázaro Cárdenas. Ahora gobierna solo en dos entidades del norte del país, Durango y Coahuila.
Frente a Morena solo quedan como referencia nacional el conservador PAN (a Xóchitl Gálvez le fue un poco mejor que a Ricardo Anaya, en 2018, pero muy lejos de sus expectativas) y el emergente Movimiento Ciudadano, una organización que lleva años moviéndose alternativamente entre la izquierda y la derecha (en 2012 apoyó a López Obrador y en 2018 a su principal rival), pero que esta vez con candidato propio logró 6 millones de votos, más del 10% y el doble de lo que le concedían varias encuestas.
En cambio, el PRD, aquella coalición de izquierda fundada por Cuauhtémoc Cárdenas en 1989 y de la cual López Obrador fue dos veces candidato presidencial, está por perder su registro a nivel nacional puesto que no alcanzó el 3% requerido por la ley.
Buen resultado para Claudia Sheinbaum
En resumen, frente a la nueva hegemonía diseñada por AMLO hay una oposición que en buena medida luce desconcertada e impotente.
Claudia Sheinbaum ha obtenido el mejor resultado electoral presidencial desde 1982 y nunca un partido ha acumulado tanto poder desde la época de Carlos Salinas de Gortari. Algo con lo que Lula Da Silva y el PT jamás soñarían con lograr en Brasil.
De modo que México ha regresado a los días de la presidencia imperial, aquel sistema hegemónico que dominó el país la mayor parte del siglo XX. No por casualidad, AMLO trabajó sus seis años de gobierno para conseguir eso. Este resultado no es solo consecuencia de su alta popularidad personal que ronda el 60%, sino el haber puesto a todo el aparato estatal a trabajar por ese objetivo, mientras intentaba capturar la Suprema Corte y el Instituto Nacional Electoral. Que para AMLO el estilo de gobierno del viejo PRI es el ideal, es algo que nunca ha ocultado. Esa fue su escuela; allí comenzó e hizo carrera política hasta que acompañó a la izquierda del partido en la división de 1987. De hecho, su concepto del “desarrollo estabilizador” (1954 a 1970, la mejor época económica del país) viene de allí; un gobierno fuerte, previsible, austero y nacionalista, con un jefe arriba tomando todas las decisiones.
El TLC, parte del éxito de AMLO
Sin embargo, y paradójicamente, el éxito de AMLO se puede atribuir en buena medida a algo que la mayor parte de su dilatada carrera pública criticó: el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá. Controversial acuerdo del que pragmáticamente aceptó renegociar aspectos cosméticos a fin de complacer a Donald Trump, pero que le ha permitido a México beneficiarse más que cualquier otro país de la guerra comercial de su vecino con China. Muchas empresas aprovecharon la total integración de la economía mexicana a la cadena de valor estadounidense para trasladar sus operaciones allí.
A eso hay que agregar otra paradoja, López Obrador es un populista, pero es un conservador fiscal para quien la estabilidad es un valor supremo, razón por la cual en su sexenio ha mantenido bajo control el gasto público, el valor del peso y la inflación. Apreciado como un hombre honesto en lo personal, que no llevó al país al desastre económico que profetizaron sus adversarios, la mayoría de sus conciudadanos le han pasado por alto sus gestos autoritarios y fracasos (los índices de violencia son más altos que nunca y Pemex sigue siendo un drenaje de recursos públicos), mientras que siguen responsabilizando a la clase política anterior (el PRI y el PAN) de todo lo que todavía va mal en México.
Eso, más su tenacidad de viejo zorro político, explican (en parte) el inmenso poder que heredará la más leal y eficaz de sus colaboradoras.
El próximo diciembre Claudia Sheinbaum será la nueva tlatoani.