Nelson Rivera (ALN).- La Ilíada nos hace una advertencia: del poder de los poderosos no se salvan ni ellos mismos. Llega un momento en que el miedo también invade al fuerte. En el relato de Homero, Aquiles, Héctor y Áyax conocieron el temblor en su cuerpo.
Se ha dicho que la Ilíada constituye la pieza fundacional de la literatura en Occidente. También que, más allá de su condición de epopeya –poema que celebra la hazaña de uno o varios grandes héroes-, ella tiene una condición histórica; es decir, se refiere a hechos que realmente ocurrieron, en particular durante la Guerra de Troya. Frente a quienes defienden que se trata de pura ficción, hay estudiosos que levantan pruebas arqueológicas, lingüísticas y culturales, que señalan llamativas coincidencias entre lo que cuenta Homero y hallazgos provenientes de los pueblos hititas y micénicos.
A lo largo de los siglos, los modos de leer la Ilíada se han multiplicado. Donald Kagan, historiador judío e investigador laureado de la Universidad de Yale, ha encontrado en la Ilíada claves para entender la historia política y la historia militar de Occidente. Raquel Bespaloff escribió un breve y precioso ensayo que eleva a la Ilíada a la categoría de libro sagrado. En las mochilas de algunos soldados franceses que perdieron la vida en la batalla de Verdún, en 1916, se encontraron ejemplares de la Biblia. En otras, de la Ilíada. En las barracas del Gulag siberiano, en tiempos de Stalin, un polaco que había sido profesor de literatura, logró preservar un ejemplar de la Ilíada, que estaba en perfecto estado. Durante el invierno de 1937, varias decenas de presos comunistas, víctimas de las purgas, se reunieron a su alrededor durante 70 noches, para escuchar su traducción en vivo de Homero.
La gran metáfora de la Ilíada es esta: quien ejerce el poder como exceso no alcanza a sospechar que el uso de la fuerza producirá consecuencias: tarde o temprano se volverá contra él mismo.
En el siglo XIX se produjo una especie de boom helenístico entre los poderosos de Inglaterra y Alemania. Encabezados por algún experto reputado, aristócratas, industriales, políticos y terratenientes, a menudo con sus familias, viajaban a Grecia en los veranos. Visitaban los grandes monumentos, las excavaciones en proceso y les conducían a la colina de Hisarlik (hoy territorio turco, a pocos kilómetros del Mar Egeo), donde permanecía sepultada la ciudad de Nueva Ilión, que habría sido la antigua ciudad de Troya. Eran tiempos en que todavía el patrimonio histórico y
cultural carecía de protección legal. Fueron miles las esculturas, fragmentos de frisos, vasijas y otros utensilios, que entonces recalaron en palacetes y castillos de la Europa Occidental.
En los últimos años de su corta vida, la filósofa Simone Weil (1909-1943) se consagró al estudio de los antiguos griegos. Leyó a Homero y escribió su famoso ensayo La Ilíada o el poema de la fuerza. Habla del poder como lo que somete a los hombres, al punto de convertirlos en cosas. La fuerza del poderoso es fría como si fuese materia inerte. Pero señala que la Ilíada nos hace una advertencia: del poder de los poderosos no se salvan ni ellos mismos. Llega un momento en que el miedo invade al fuerte. En el relato de Homero, Aquiles, Héctor y Áyax conocieron el temblor en su cuerpo. La gran metáfora de la Ilíada es esta: quien ejerce el poder como exceso no alcanza a sospechar que el uso de la fuerza producirá consecuencias: tarde o temprano se volverá contra él mismo.