Pedro Benítez (ALN).- En todas las transiciones son los gobiernos los que tienen la sartén tomada por el mango. Es en el corazón del poder político establecido donde se origina la apertura y el cambio. Pero en el régimen chavista no aparece una figura con el poder y la determinación de facilitar la apertura.
Adolfo Suárez, Frederik de Klerk, Mijaíl Gorbachov, Deng xiaoping (en lo económico) o Ernesto Zedillo, todos salieron de las entrañas del sistema que reformaron. Gorbachov venía del corazón mismo del todopoderoso Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Adolfo Suárez y Torcuato Fernández-Miranda, los dos personajes claves para abrir desde adentro el régimen franquista hacia la Transición, cada uno en su momento ocuparon el cargo de secretario general del Movimiento, el partido único de la dictadura del general Francisco Franco en España.
Sin Frederik de Klerk, un blanco afrikáner líder del supremacista Partido Nacional surafricano y presidente de ese país entre 1990 y 1994, la gesta de Nelson Mandela no hubiera sido posible. Estos hombres de Estado coincidieron en una cosa: Pese a que eran parte del régimen establecido, llegaron a la conclusión de que una apertura era la opción más lógica y racional. Incluso si requería (como fue el caso de España y Suráfrica) un acuerdo o negociación con la oposición y un eventual traspaso del poder por vía pacífica y electoral. Esto es precisamente lo que hoy falta en Venezuela.
No es cierto que la ausencia de un acuerdo político en Venezuela sea una responsabilidad compartida entre Gobierno y oposición
Dentro del poder chavista se han propuesto en varias ocasiones reformas económicas de fondo o un acercamiento a los sectores opositores. Todos estos intentos los ha bloqueado Nicolás Maduro sistemáticamente durante los últimos cuatro años. Cerrado en lo económico y en lo político.
No es cierto que la ausencia de un acuerdo político en Venezuela sea una responsabilidad compartida entre Gobierno y oposición. Desde que Maduro llegó a la Presidencia no han faltado dirigentes de los partidos de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) dispuestos -e incluso deseosos- de llegar a un compromiso de coexistencia, abierto, claro y transparente, con el bloque chavista.
Un ejemplo público fue cuando la actual Asamblea Nacional, de mayoría opositora, recibió a Maduro como Presidente en el acto protocolario donde presentó su memoria y cuenta anual en enero de 2016. Pese a las formalidades de rigor, ya estaba en marcha entonces la cuestionada operación política para anularla por medio del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) controlado por el Gobierno.
Para el chavismo la política es solo el arte de la guerra
Desde el punto de vista chavista no hay, no puede existir, una oposición legítima, pues en su concepción política se está haciendo una revolución que (tal y como lo ha concebido el marxismo) es la encarnación de la verdad, la justicia y la historia; por lo tanto, todo el que se le oponga se opone a la verdad, la justicia y la historia.
Además (y esto es muy típico de la izquierda y el populismo) los chavistas se ven a sí mismos como el pueblo mismo enfrentado ante los intereses de las clases oligárquicas dominantes y a los intereses foráneos imperiales. De modo que es muy difícil aceptar un acuerdo de convivencia, así sea con la oposición más dócil. Siempre se necesitará a un enemigo. Esta ha sido la raíz del conflicto político venezolano desde 1998, pues tanto el presidente Hugo Chávez como Maduro han concebido la política como una guerra permanente contra el enemigo anterior, el enemigo interior y el enemigo exterior.
Las voces críticas de la gestión de Maduro desde las propias filas chavistas cada vez son más acervas
Maduro no tiene pretextos válidos para no negociar con la oposición. Sin embargo, las voces críticas de la gestión de Maduro desde las propias filas chavistas cada vez son más acervas. Y es por aquí por donde la actitud reciente de -y hacia- la Fiscal General de la República, Luisa Ortega Díaz, ha abierto un rayito de esperanza en lo que podría ser un acuerdo futuro de convivencia entre el chavismo disidente que controla instituciones y los partidos de la MUD. Así por ejemplo, aunque era la titular de la Fiscalía que en 2014 presentó la acusación que finalmente condenó a Leopoldo López, Voluntad Popular, el partido fundado por él, ha mantenido una actitud prudente hacia ella en estos días.
Tampoco puede atribuirse a la supuesta “violencia terrorista de la derecha” la ausencia de una voluntad de acuerdo y de cambio en el seno del bloque de poder que encabeza Maduro. Pese a toda la propaganda oficial en Venezuela en todos estos años (vamos para dos décadas) no ha aparecido un solo grupo similar a Patria y Libertad del Chile de Salvador Allende o a los paramilitares colombianos.
Pero aun si ese fuese el caso, la lección histórica de las transiciones nos indica que la acción de esos grupos violentos no ha detenido un proceso político de apertura a la democracia si desde arriba existe la voluntad de impulsarlo. La Transición española se hizo con la ETA asesinando militares todas las semanas. El gobierno de los blancos surafricanos se sentó a negociar con Mandela pese a que su movimiento tenía un brazo armado muy activo que recibía abundante apoyo de otros gobiernos africanos y de Cuba.
Por el contrario, Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y el círculo de civiles y militares que le rodean (el bunker rojo) no se plantean nada de lo anterior, pues no quieren convivir con el resto del país, lo que desean es someterlo. No se ven a sí mismos como los administradores temporales de un condominio o una comunidad de vecinos, sino como los amos de una cárcel.