Pedro Benítez (ALN).- No ha habido necesidad de invasiones armadas por parte del odiado enemigo para que los regímenes cubano y venezolano se rindan ante la insignia que representa a Estados Unidos en todo el mundo. Sus respectivas utopías revolucionarias se están entregando frente al todopoderoso dólar. El símbolo representativo de todo lo que prometieron derrotar. Es curioso, y al mismo tiempo revelador, que Cuba y Venezuela sean los países latinoamericanos más obsesionados con la moneda del odiado imperio.
El pasado 20 de julio el gobierno de Cuba eliminó un impuesto que regía desde 2004 mediante el cual retenía el 10% de cada dólar que ingresaba a la isla vía remesas. Además, autorizó ampliar el número de tiendas que pueden vender alimentos, electrodomésticos y automóviles en dólares estadounidenses en el país.
El uso del dólar estadounidense fue despenalizado en Cuba en 1993 en medio del Periodo Especial y hasta 2004 circuló junto al peso cubano convertible (CUC). Con el sustancial incremento del subsidio petrolero venezolano que por aquel entonces se daba, el régimen castrista decidió restringir su uso ese año.
Sin embargo, la caída de los envíos petroleros desde Venezuela, y la falta de reformas económicas serias por parte de Raúl Castro, han obligado a las autoridades cubanas a regresar a los incentivos materiales que tanto criticaron desde que se instauró el sistema comunista en 1960.
Por su parte, una nota de Bloomberg firmada por Nicolle Yapur y Fabiola Zerpa indica que, según sus fuentes, funcionarios del Banco Central de Venezuela (BCV) se habrían reunido con representantes de cinco bancos privados de Venezuela en las últimas semanas, a fin de discutir un mecanismo de compensación y liquidación en dólares que permitiría las transacciones instantáneas entre bancos y empresas dentro del país. Según esa información, el BCV estaría dispuesto a operar como una cámara de compensación en la divisa estadounidense. De ser así, la banca privada venezolana podría ofrecer créditos en dólares. Sería entonces un paso más en el proceso de dolarización de facto que viene ocurriendo en Venezuela con la aprobación explícita de los herederos de la llamada revolución bolivariana.
Un avance en el proyecto de instaurar un capitalismo a la rusa, donde los activos que todavía quedan en manos del Estado venezolano sean asignados a amigos del régimen para su gestión particular, tal como lo sugiere la llamada Ley Antibloqueo recientemente sancionada.
Como vemos, en Cuba y Venezuela se está desarrollando un proceso similar y no por casualidad. Los dos regímenes que se han legitimado en contra del orden capitalista mundial que ha hegemonizado Estados Unidos necesitan dólares para sobrevivir. Paradojas del destino.
Los dos gobiernos se justifican con el mismo libreto: están enfrentando las sanciones comerciales y el acoso imperial. Lo curioso es que no lo hagan con rublos rusos o yuanes chinos.
El incremento de la presión económica por parte de la Administración Trump en los últimos años no ha sacado del poder a los herederos de Fidel Castro y Hugo Chávez, pero los han empujado hacia la dolarización para sobrevivir. Eso es lo que intentan hacer.
La bancarrota de dos proyectos políticos
Pero por otro lado, y esta es la parte fundamental del asunto, este proceso es consecuencia de la incompetencia de los herederos. Raúl Castro (en el poder desde 2008) y Nicolás Maduro (desde 2013) han visto de manera impasible la debacle de la industria petrolera venezolana, fuente de ingresos para el castrismo y para el chavismo. Y ante eso no hicieron nada.
Cuando las sanciones impuestas por Washington a Venezuela arreciaron el año pasado, a Cuba no le quedó más remedio que aplicar el ajuste que durante varios años había venido evadiendo su gobierno. En 2019 se impusieron recortes en el uso del transporte público, en la producción industrial, y se “animó” a la población a aprovechar al máximo la luz natural. También regresaron las colas para comprar pan en La Habana, así como las largas filas de autos en las estaciones de combustible.
La pandemia del covid-19 la dejó sin la fuente de ingresos que representaba el turismo europeo. Hoy Cuba, sin los recursos de Venezuela, está al borde de una nueva catástrofe como la de los años 90.
Venezuela, por su lado, está padeciendo la suya, aunque aún cuenta con sus abundantes recursos naturales, que Nicolás Maduro ofrece vender al mejor postor.
En el medio quedaron años y años de discursos, consignas, falsas promesas, proyectos delirantes, prédicas contra el capitalismo, el egoísmo, el dinero y la propiedad. Represión, cárcel y emigración masiva. La destrucción del 75% de la economía venezolana, y de las ilusiones de generaciones completas de cubanos y venezolanos, millones de los cuales ahora sobreviven en los países que Castro y Chávez demonizaron.
Todo para terminar rendidos ante el odiado dólar. Un triunfo de la realidad, no de la errática política exterior de Washington. El gobierno de Estados Unidos no ha necesitado enviar marines a ninguno de los dos países. La necesidad y los hechos (siempre tercos) han vencido en toda línea.
En Venezuela la vida diaria gira cada vez más alrededor de los dólares. No en torno a la economía comunal, el trueque, las ciudades socialistas o los proyectos agroecológicos. Los jóvenes cubanos, por su parte, tienen sus esperanzas puestas en Miami y en conseguir dólares para salvarse a sí mismos, y no en ir a redimir a los pueblos de África y América Latina.
En las dos sociedades se piensa y se planifica en dólares. Lo hacen los ciudadanos comunes y lo hacen los más altos funcionarios del gobierno. Esta es la bancarrota de dos proyectos políticos con aspiraciones continentales.
Lo demás es la incapacidad manifiesta de los dos regímenes para autorreformarse. Hasta ahora sólo anuncian parches para enfrentar la aguda crisis económica y social que cada país sufre y padece.