Pedro Benítez (ALN).- Esta semana la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP) de Estados Unidos difundió un informe según el cual más de 850.000 cubanos han ingresado a ese país desde fines de 2021. De ellos, 66.000 fueron interceptados por la Guardia Costera en el estrecho de la Florida, pero la mayoría han efectuado su travesía por la frontera con México.
Esa cifra supera cualquier otra ola migratoria anterior; mayor a la de los primeros años del régimen castrista cuando se fue buena parte de la clase media profesional; superior al éxodo del Mariel en 1980 (125.000 personas); y a la crisis de los balseros de 1994 (34.500).
La falta de esperanzas, en un país que las ha derrochado, está lanzado más cubanos al exilio que la represión política, los cortes diarios de energía eléctrica, el desabastecimiento de combustible o el colapso del sistema de salud.
En retrospectiva el momento detonante de este nuevo episodio migratorio fueron las protestas de julio de 2021. Las mayores contra el gobierno comunista desde 1994 y las más importantes desde 1959.
Agotados por años de racionamiento en alimentos y medicamentos, así como por las restricciones impuestas debido a la crisis sanitaria de la pandemia, miles de cubanos protagonizaron un estallido de malestar contra el régimen que sacudió todas las poblaciones importantes de la Isla; a los gritos de “Libertad”, “Abajo el comunismo” y “No tenemos miedo” hubo saqueos en las tiendas estatales que concentran los alimentos y bienes básicos a los que la mayoría de la población cubana no tiene acceso, y se destruyeron vehículos policiales. Por varios días el sistema de control social del régimen se quebró.
En principio la respuesta del gobierno de Miguel Díaz-Canel fue clásica; acusar a los manifestantes de mercenarios contrarrevolucionarios pagados por Estados Unidos y aplicar una represión selectiva, pero sistemática, mientras los cuadros del partido salieron a las calles a expresar su respaldo al sistema.
Sin embargo, se recurrió a otra medida destinada a liberar la presión social; se permitió por seis meses la importación, libre de aranceles, de alimentos, productos de aseo y medicamentos por parte de los viajeros que ingresaran al país, con la sola limitación de la aerolínea respectiva. En el primer mes ingresaron 112 toneladas de los artículos por la Aduana del Aeropuerto Internacional José Martí.
Como por arte de magia en toda La Habana empezaron a circular alimentos, café y medicinas.
En medio de una crisis eterna que tiene sus picos, ese fue un alivio necesario para la población. Formalmente en recesión desde 2016, la caída del suministro petrolero venezolano, así como el paquete de sanciones impuestas por la Administración Trump (que dificultan la llegada de las imprescindibles remesas que se envían desde el otro lado del estrecho de la Florida), se combinaron con el parón económico de 2020 para hacer de Cuba una auténtica olla de presión. 2021 comenzó con colas para comprar azúcar y pan en La Habana por primera vez desde 1999, cuando el gobierno de Venezuela llegó como salvador del régimen. La diferencia con otras épocas, es que entre la generación de cubanos que nacieron durante o después del Periodo Especial (1991-1999) se creó la expectativa de que esta vez las cosas podrían cambiar.
Sin embargo, en una muestra del temor a avanzar en la liberalización de la economía que ha caracterizado a sus gobernantes desde hace tres décadas, las restricciones al precario sector privado se repusieron. Diaz-Canel insistió mucho en aclarar que las medidas tomadas no son neoliberales y su ministro Alejandro Gil Fernández aseguró que: “Nosotros estamos hablando de aumentar el papel del Estado como ente regulador en la economía, de intervenir en el mercado cambiario. No estamos hablando de más privatización”. Pero lo que sí hubo fueron ajustes en las tarifas de los servicios públicos y una desastrosa reforma monetaria que trajo como consecuencia un fenómeno desconocido para los cubanos, la inflación.
Pocas veces quedó tan claro que en Cuba no hay bloqueo alguno, excepto el impuesto por sus propios dirigentes.
Sin posibilidades de cambios políticos o económicos, 2021 constituyó una fractura que aceleró la salida de muchos y puso de manifiesto que no había esperanzas de nada mejor a corto plazo. Ese año cerró con más de mil nuevos presos políticos por manifestar su descontento en las calles y 300 mil emigrados adicionales en los siguientes meses.
Todo lo que se le critica a Nicolás Maduro y a Daniel Ortega, se le puede atribuir con creces a Diaz-Canel.
Un trabajo del economista y demógrafo Juan Carlos Albizu-Campos, publicado por la Universidad de Columbia en julio de este 2024, indica que la población de la isla cayó de 11 millones de habitantes a poco más de 8,6 también en los últimos tres años. En este corto periodo, el 18% de la población se ha ido y la huida no se detiene.
A diferencia de otras épocas, la emigración ya no se ve como un estigma social cuando los comités de defensa de la revolución acosaban los hogares con familiares que habían “desertado”.
La reforma migratoria de 2013 anuló las llamadas “tarjeta blanca” y “carta de invitación”, y los cubanos pudieron comenzar a viajar con su pasaporte y una aprobación de visado del país de destino. Así, se abrieron muchas puertas de salida por vía regular. En contraste con su hermano, Raúl Castro optó por dejar abierta de manera permanente la válvula de escape.
Ya en 2008, miles se marcharon a Ecuador cuando el gobierno de Rafael Correa eliminó el visado para los ciudadanos de la Isla. Ese país se convirtió en la ruta de muchos que luego siguieron por Centroamérica hacia el norte.
Hoy el corredor migratorio es Nicaragua. Un informe de Diálogo Interamericano asegura que un promedio mensual de 50 vuelos chárter de La Habana a Managua, transportaron unas 100.000 personas entre enero y octubre de 2023. Según Naciones Unidas la diáspora cubana alcanza 140 países de todo el mundo; Estados Unidos lidera la lista, seguido por España, Italia, México y Canadá.
Albizu-Campos denomina este fenómeno como “vaciamiento demográfico”, pues viene acompañado de una caída considerable del número de nacimientos y el aumento de la mortalidad.
Al parecer el factor clave son las mujeres. Según los datos de la ONU, están saliendo del país 133 mujeres por cada 100 hombres. Como la abrumadora mayoría de ellas son jóvenes, eso tiene un impacto directo en la natalidad.
Ese “saldo negativo del crecimiento vegetativo” es el reflejo de un país donde en 2022 y 2023 hubo muchas más muertes que nacimientos. La propia Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI) del gobierno cubano ha reconocido que se está produciendo un envejecimiento acelerado de la población, que “desde 1977 no ha vuelto a alcanzarse el nivel de reemplazo poblacional”.
De modo que están abandonando el país los hijos y/o nietos del “hombre nuevo”. Es decir, de todos aquellos que crecieron y se educaron bajo las condiciones sociales y económicas creadas por la “revolución”, sensibles a sus estímulos morales, dispuestos a cualquier sacrificio. No obstante, la sensación generalizada de desmoralización y derrota histórica es algo que ni siquiera los medios oficiales pueden disimular por estos días.
Parece que nadie quiere ser el último espectador del colapso definitivo de la Isla.