Pedro Benítez (ALN).- A juzgar por la abundante cobertura y análisis que ha circulado en los principales medios en castellano a las dos orillas del Atlántico, y también en las redes sociales, un terremoto político con repercusiones continentales ocurrió este pasado domingo en Chile en ocasión de la elección de los 51 miembros del Consejo Constitucional que deberá considerar y aprobar un nuevo proyecto de Carta Magna para ese país.
Por un lado es inocultable el entusiasmo que los resultados de ese proceso ha despertado en sectores políticos y/o intelectuales latinoamericanos que han simpatizado con el modelo económico libre mercado instaurado (o impuesto) en ese país durante la dictadura militar (1973-1989); o que se ven como la nueva derecha sin complejos; o que sencillamente los une el rechazo instintivo al populismo de izquierda que ha predominado en esta región del mundo en lo que va de siglo. Pero por otra, no faltan las voces de alarma (en particular desde Europa) que advierten la amenaza que para la democracia constituye el triunfo electoral de partidos y líderes que califican insistentemente como de “ultra derecha”. Detrás de esa advertencia no deja de esconderse cierta frustración por lo que, a todas luces, es el fracasado intento de hacer de Chile “la tumba del neoliberalismo”; pretensión ésta que vieron posible con el proceso constituyente iniciado en ese país y que este año, en los cincuenta del derrocamiento del ex presidente Salvador Allende, era propicio para celebrar como una revancha histórica para la izquierda mundial.
Sin embargo, las cosas pueden ser vistas de manera menos dramática. Este pasado domingo en Chile no ocurrió nada excepcional; es normal en cualquier democracia (y la chilena lo es desde hace muchos años) que a veces gane la derecha y en otras la izquierda.
El hundimiento de la Concertación
Ciertamente en la sociedad chilena se viene dando una realineación completa de su mapa político, la primera desde el retorno de la democracia en 1990. El hundimiento definitivo de la Concertación, esa coalición de centroizquierda constituida por la Democracia Cristiana (de los ex presidentes Frei Montalva, Patricio Aylwin y Frei Ruiz-Tagle) el PPD (de Ricardo Lagos) y el Socialista (de Allende y Michelle Bachelet) que gobernó ininterrumpidamente entre 1990 y 2010, parece haberse completado. En este último proceso la DC y el PPD en alianza con el partido Radical apenas lograron reunir el 8,9% de los sufragios y no lograron elegir un solo consejero constituyente. Los socialistas, en cambio, abandonaron ese barco a tiempo pasando a las filas de la coalición que respalda al presidente Gabriel Boric y junto con el Partido Comunista y los grupos del Frente Amplio alcanzaron, entre todos, la segunda votación con el 28,4%.
Por la derecha, la ex oficialista alianza que respaldó al ex presidente Sebastián Piñera (UDI, RN y Evopoli) fue la tercera más votada con el 21,14%. Pero en ese sector domina el ganador de la jornada, el Partido Republicano liderado por José Antonio Kast, un ex diputado disidente de la UDI, que no sólo superó de lejos a todos los demás partidos, sino que con el 35,5% sacó más votos que cualquier otra coalición. El mejor resultado para un partido político chileno desde 1965 y el mejor resultado electoral para la derecha en su conjunto desde 1946.
Con ello pareciera consolidarse una tendencia que ya se asomó en la elección presidencial de 2021, donde la competencia se polarizó entre Boric, respaldado por una nueva coalición de izquierda, y Kast, que se presentó como un candidato de derecha crítico del gobierno de Piñera. En lo único en que los dos grupos estaban de acuerdo era que no deseaban ponerse de acuerdo el uno con el otro. En medio quedaron pulverizadas las candidaturas de la ex Concertación y del gobierno de Piñera.
Giro de 180 grados
El Frente Amplio y el Partido Comunista, con Boric a la cabeza, se montaron en la ola del octubrismo chileno, ese movimiento bastante violento, pero que con no poco respaldo social emergió del denominado estallido social de octubre de 2019 y que puso contra las cuerdas a Piñera (para todos los fines prácticos su gobierno culminó allí). Con la elección de la Convención Constituyente (CC) en mayo de 2021, en la que las distintas listas de izquierda alcanzaron más de dos tercios del cuerpo, rematada luego con el triunfo de Boric en diciembre de 2021, no sólo la centroderecha chilena quedó absolutamente impotente ante el cambio institucional que se avecinaba, sino que en el proceso esa nueva izquierda (sin apellidos, rupturista, no socialdemócrata, ni reformista) se tragó a la Concertación, prometiendo acabar con su legado “neoliberal” de treinta años de “injusticias y desigualdad”.
No obstante, en menos de dos años ese cuadro ha dado una vuelta de 180 grados. En septiembre pasado en el referéndum sobre la propuesta de Constitución presentada por la CC, el “plebiscito de salida”, el 62% de los votantes la rechazó, versus el 38% que la apoyó. El pasado domingo ese resultado se repitió exactamente igual distribuyéndose respectivamente entre los bloques de la derecha (con sus variantes) y la izquierda (con sus variantes), y no muy lejano a los niveles de aceptación y rechazo del gobierno de Boric. En esto último hay un elemento clave, el votó contra la gestión del gobierno. Hace dos años los electores castigaron a Piñera, ahora castigan a Boric.
A eso hay que sumar la mezcla de exabruptos, inexperiencia, incompetencia y mucha soberbia por parte de esta nueva izquierda que prometía refundar a Chile, razón por la cual perdió una oportunidad única para rehacer ese país a su gusto y concretar una de sus grandes obsesiones, ponerle fin al modelo económico neoliberal impuesto durante los años de la dictadura y continuado con sus variaciones por los gobiernos democráticos.
Espejismo en Chile
Lo suyo ha sido un espejismo que como tal se ha esfumado. El resultado es que ahora la derecha en conjunto tiene 34 de los 51 miembros del Consejo Constitucional elegidos para reemplazar la labor de la fracasada Convención. Y el Partido Republicano con 23 tiene el poder para vetar cualquier propuesta.
Al revisar el comportamiento electoral de los chilenos desde por lo menos la elección presidencial de 2018, que ganó Piñera, se podrá concluir que la mayoría no se ha hecho de “extrema derecha”, así como no se hicieron de extrema izquierda cuando eligieron a Boric y a la Convención Constituyente. En su gran mayoría siguen siendo ciudadanos de tendencias moderadas, más bien centristas, con preocupaciones propias de cualquier otra sociedad con su nivel de desarrollo. En este caso con una muy concreta: el grave deterioro de la seguridad pública, en particular desde octubre de 2019. La mayoría le dio la oportunidad de gobernar a un político muy joven, no contaminado con los vicios de la élite tradicional, con la esperanza de que su sola llegada calmaría la agitación en las calles. Pero no ha sido así con las consecuencias que todos pueden apreciar.
Son las mareas propias de la política.
En esta ocasión Kast y su partido sintonizaron con la mayoría de su país, precisamente en ese tema. No hay mayores misterios. Eso explica que en este proceso la derecha en su conjunto haya reunido el 62% de los sufragios, siendo mayoría en 13 de las 16 regiones del país. De esas, 12 las ganaron los candidatos del Partido Republicano.
Gana votos en zonas pobres
Además, este grupo ganó la mayoría de los votos de las zonas más pobres, de las mujeres y en las comunas de mayoría indígena.
Lo que realmente ha ocurrido en Chile es que votó la mayoría silenciosa. La que no marchó ni fue parte de las protestas de octubre de 2019.
El mérito de Kast consistió en evitar caer en la trampa trumpista/bolsonarista de cuestionar los resultados electorales cuando Boric lo derrotó y trabajar para hacer crecer el 44% de votos que recogió en diciembre de 2021. Queda por ver si ahora él y su grupo pueden fagocitar al resto de la derecha, como del otro lado se hizo con los partidos de la ex Concertación mientras espera que la marea lo lleve finalmente a gobernar. Todo eso está por verse, porque en este caso se aplica perfectamente aquella máxima de Winston Churchill según la cual: “el éxito no es definitivo, el fracaso no es fatal”.