Pedro Benítez (ALN).- Después de Colombia, la siguiente disputa electoral que se efectuará este año en el continente americano ocurrirá en Brasil para renovar los cargos de presidente y vicepresidente de la República, 27 de 81 puestos del Senado y los 513 de la Cámara de Diputados.
El próximo 2 de octubre serán las elecciones generales y de primera vuelta presidencial y, si el ganador de esta última no se impone con más del 50% de los sufragios, el 30 de octubre siguiente se realizaría la segunda vuelta presidencial.
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Como es bastante conocido el amplio favorito a ganar la Presidencia es el expresidente Luis Ignacio Lula Da Silva, siendo esta la sexta vez que aspira al puesto. Al igual que en Colombia, el líder de la izquierda tiene más de dos años encabezando todos los sondeos de opinión con bastante ventaja.
Sin embargo, hay dos diferencias que saltan a la vista con el citado caso que pueden ser útiles para ilustrar lo que puede venir en Brasil en los próximos meses; mientras que en Colombia el actual ocupante del Palacio Presidencial, Iván Duque, no puede aspirar a la reelección por prohibición constitucional, el presidente brasileño Jair Bolsonaro sí puede y de hecho está campaña para reelegirse pese a que las encuestas señalan una alta desaprobación del público a su gestión.
Lula ganaría con comodidad
No obstante, esos mismos sondeos indican que, aunque Lula probablemente gane con comodidad, en ningún caso Bolsonaro quedaría electoralmente aplastado reuniendo, al menos, un tercio de todo el voto nacional. Como el trumpismo, el bolsonarismo seguirá existiendo. Es decir, en Brasil quedará por un tiempo una derecha dura con tracción electoral, algo no visto en ese país desde el retorno a la democracia en 1985.
La otra diferencia con el caso colombiano, es que el aspirante presidencial de la izquierda ya ejerció el Gobierno. Gustavo Petro es, pese a su dilatada carrera política, una incógnita. En cambio en Brasil conocen de sobra las virtudes, defectos y mañas de Lula. No habrá sorpresas.
En ese sentido, ha desempolvado una de sus conocidas tácticas al nominar como su candidato a vicepresidente a un viejo rival: Geraldo Alckmin, excandidato presidencial de la centro derecha a quien el propio Lula derrotó en 2006.
Dos veces gobernador del estado Sao Paulo, fundador junto con el expresidente Fernando Henrique Cardoso del Partido Socialdemócrata (PSDB), Alckmin es un católico conservador, promercado y muy vinculado a los intereses empresariales paulistas. Característico representante de la centro derecha moderada que no se ha dejado arrastrar por Bolsonaro. Es todo lo que Lula no es.
Alckmin: Trayectoria llena de escándalos
También es el típico político tradicional con una trayectoria salpicada por los escándalos de corrupción con el cual Lula se alió para ganar y luego gobernar.
Derrotado sucesivamente en sus aspiraciones presidenciales, en 1989 por Fernando Collor y luego dos veces por Cardoso en 1994 y 1998, el exsindicalista se persuadió que tenía que salirse de la disputa que por el liderazgo de la izquierda brasileña había protagonizado con el histórico Leonel Brizola.
De cara a la campaña de 2002 se dedicó a cortejar a los empresarios, a la clase media de los ricos estados del sur de Brasil y a los numerosos votantes evangélicos. En una carta pública se comprometió a no llevar a cabo muchas de sus promesas más radicales del pasado como nacionalizar los bancos, aplicar una reforma agraria radical o suspender el pago de la deuda externa. Como prenda de fidelidad a su giro postuló ese año como su compañero de fórmula a vicepresidente a un rico industrial del sector textil y senador por el Partido Liberal.
Fórmula exitosa
Así fue como el antiguo obrero se convirtió en el primer presidente de izquierda en Brasil desde 1961. De ser el candidato del miedo pasó a ser el presidente de la estabilidad. La fórmula le fue tan exitosa para ganar, y luego para gobernar, que la repitió tres veces más; en 2006 y luego con su protegida la expresidenta Dilma Rousseff en 2010 y 2014. Para acompañarla a ella acordó postular para vicepresidente al que ya por entonces era uno de los políticos de más cuestionada fama en Brasil, Michell Temer uno de los jefes del centrista PMDM.
Este último más que un partido político es una gigantesca maquinaria de clientelismo político, un atrapa todo en términos electorales que a cambio reparte cargos, fondos públicos y pone los curules necesarios en el Congreso para aprobar leyes y presupuestos. Nunca ha ganado una elección presidencial pero sin su concurso no se puede gobernar. Sin su respaldo Dilma no hubiera ganado la cerrada elección de 2014 y toda la historia reciente de Brasil habría sido muy distinta; ella no hubiera sido destituida y Bolsonaro nunca no hubiera pasado de ser excéntrico diputado.
Mientras el lulismo navegó en las aguas de la prosperidad y el favor popular aplacó a sus críticos de la izquierda y neutralizó a la derecha. Todo se empezó a desmoronar cuando las dificultades económicas se acumularon a partir de 2013 y tres años después Temer le quitó la silla a Dilma Rousseff.
El desierto político de Lula
Desde entonces Lula ha cruzado su propio desierto político y personal eludiendo los tribunales y la cárcel. Y aquí lo tenemos nuevamente, ya no como el agitador sindical sino como un viejo zorro de la política.
Le ha impuesto a su propio Partido de los Trabajadores (PT) un cambio con la estrategia de hace cuatro años, cuando su exministro de Sanidad y candidato Fernando Haddad llevó como compañera de fórmula a Manuela d’Ávila del Partido Comunista (PCdoB) para enfrentar a Bolsonaro y al general Hamilton Mourão.
Esa fue la confrontación del bloque de la izquierda contra el bloque de derecha que el PT perdió y que Lula quiere desmontar. Atraerse a los votantes desencantados con el atrabiliario Bolsonaro, volver a pactar con un sector de los evangélicos que antes le votaron y convencer a los factores de poder que él no viene con ánimo de venganzas.
Ese es su juego hoy. Más o menos el mismo de ayer, pero con cartas y algunos jugadores nuevos. Su apuesta es que Bolsonaro, que sigue teniendo millones de votantes, le haga el resto del trabajo.