Pedro Benítez (ALN).- La decisión del ex presidente Mauricio Macri de no aspirar a una nueva candidatura presidencial dentro de la coalición que organizó, Juntos por el Cambio (JxC), ha dejado al oficialismo argentino sin su enemigo favorito, rompiendo, de paso, con una ley no escrita de la política latinoamericana según la cual “mientras se respira, se aspira”.
De esta movida de Macri se ha dicho que lo hace porque las encuestas no le dan. Ciertamente, todo indica que sigue pesando el rechazo que su imagen genera entre la mayoría del público argentino como corresponsable de la actual situación económica. Sin embargo, esa afirmación es una media verdad. Esos mismos sondeos muestran que él tenía buenas oportunidades de imponerse en la consulta primaria de JxC en la que ese sector elegirá su candidato para la elección presidencial del próximo mes de octubre. Y esos mismos números también señalan que, pese a la subida en las preferencias del diputado y economista anarco liberal Javier Milei como el outsider de esta elección, JxC sigue siendo la principal alternativa ante un kirchnerismo venido a menos como consecuencia de la agudización de la crisis económica y social.
Por otra parte, el descarado estilo de gobernar y hacer política que en estos últimos tres años ha caracterizado tanto el presidente Alberto Fernández, como a su vicepresidenta Cristina Kirchner, así como el enfrentamiento de ésta con la Justicia por los procesos que se le siguen por corrupción, han contribuido a reivindicar a Macri, al punto que su propio electorado en cierta manera lo perdone por el fracaso de su gobierno (2015-2019). Además, hay un dato a tomar en cuenta, pese a todos los pesares, Mauricio Macri salió de la Presidencia de Argentina con el 40% de los sufragios (esa es su base dura) siendo el primer mandatario no peronista en un siglo que logró culminar todo el periodo constitucional. De modo que es razonable pensar que la tendencia al péndulo político le favorecía.
En su posición, cualquier otro político argentino o latinoamericano se hubiera dejado arrastrar por la tentación de intentarlo una vez más. Eso fue lo que, en circunstancias mucho peores, intentó Carlos Menem hace exactamente 20 años atrás en los comicios que finalmente llevaron a la Casa Rosa a Néstor Kirchner.
No obstante, Macri ha dado un paso al costado. Probablemente en su decisión han pesado razones de índole personal de quien tiene una vida más allá de la política. Como empresario y ex dirigente de uno de los clubes de fútbol más populares del mundo, es posible prefiera aspirar a otros puestos que le otorguen mayores beneficios económicos y que no le traigan más problemas a futuro como, por ejemplo, ser presidente de la FIFA.
Como sea, su decisión también tiene unas consecuencias de largo aliento para un país donde la política se caracteriza por un fuerte personalismo político. Macri no ha esperado a morirse, como hizo Juan Domingo Perón, para permitir que su grupo se emancipe de su creador eligiendo un liderazgo que lo reemplace.
Un favor
En el corto plazo, con la vista puesta en la elección presidencial y parlamentaria de este año, la coalición opositora queda con las manos libres para elegir, en elecciones primarias, a un candidato presidencial que no la arrastre con su desgaste y, por consiguiente, con mayores posibilidades de derrotar al peronismo que encabeza la señora Kirchner. Por ahora las preferencias se reparten entre dos precandidaturas que encarnan dos estilos distintos. La del jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, un moderado siempre pendiente de arrancarle algunos votantes al peronismo menos radical; y la ex ministra de Seguridad del Gobierno de Macri y actual presidenta de su partido, Patricia Bullrich, con posiciones más duras en economía y seguridad ciudadana y frontalmente critica con el peronismo. En teoría Larreta le arrancaría votos del centro político, en cambio Bullrich compite en el mismo espacio del emergente Milei. Según todo indica, entre los dos se decidirá no sólo la candidatura de la principal coalición opositora, sino también su política para los próximos años.
Pero si Macri le hizo un favor a su grupo, ha perjudicado directamente al kirchnerismo que se ha quedado sin su enemigo predilecto. En estos días se ha notado mucho la desorientación en la que ha caído al perder el foco de sus ataques. Desde 2019 no se ha cansado de repetir que el paso de Macri por la Presidencia entre los años 2015 y 2019 es la razón única, exclusiva y suficiente de que la pobreza haya pasado del 5 al 50% en el último medio siglo en el país que fue, de lejos, el más próspero, desarrollado y promisorio de todo el hemisferio sur.
Lo que le pasa al kirchnerismo sin Macri
Aunque lo anterior sea perfectamente rebatible, lo cierto del caso es que, sin Macri, Cristina Kirchner y sus acólitos se han queda sin un rostro, sin un actor de carne y hueso, a quien atacar y trasladar todas sus culpas y fracasos. Probablemente esto pueda explicar que ese sector se haya dedicado estos días a lanzar sus dardos no contra los opositores, sino contra el presidente Alberto Fernández, agudizando un enfrentamiento larvado durante meses, pero que ahora se exhibe ante la luz pública porque el kirchnerismo sabe, que con apenas el 5% de la aprobación, las posibilidades de reelección del actual mandatario son mucho peores que las de Macri hace tres años y, por tanto, es un boleto seguro para el desastre electoral.
De modo que mientras la oposición argentina va en paso firme a resolver el tema de su candidatura, la coalición gobernante ve cada día más complicado su panorama pues Alberto Fernández parece decidido a intentar la reelección. Veremos si su aspiración lo lleva al choque definitivo con la vicepresidenta Kirchner, auténtica líder del peronismo de izquierda.
Mientras tanto, la crisis se va agudizando de tal manera que varios de los más respetados analistas políticos de ese país se plantean seriamente si el actual Gobierno será capaz de terminar su lapso constitucional o por el contrario, se vea obligado a entregar el poder antes de tiempo. Esto último recuerda varios precedentes en la reciente historia argentina: Isabel Perón en 1976, Raúl Alfonsín en 1989, Fernando de la Rúa en 2001. No es descartable.
Ciclo populista
La agresión física contra Sergio Berni, ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires por parte de conductores de trasporte público que protestaban por el asesinato de uno de su colegas mientras laboraba, es una preocupante señal de que el peronismo está perdiendo su capacidad para mantener “la paz social” en el conurbano bonaerense, su tradicional bastión político, que con casi 14 millones de habitantes y 24 municipios que rodean la capital, es la principal plaza electoral del país y fuente de mayores conflictos sociales de años recientes. Eso, en un contexto en el cual la inflación en la ciudad de Buenos Aires volvió a acelerarse hasta el 7,6% el mes pasado (sólo en los alimentos a 9,1%). El ministro de Economía Sergio Massa, uno de los dirigentes de la alianza oficial, sigue haciendo malabares para intentar que la situación no se salga de control, mientras él mismo se sostiene en un tenso equilibrio entre el presidente y la vicepresidenta ya casi abiertamente enfrentados.
Sin embargo, los más optimistas esperan que este sea el cierre del largo ciclo con que el populismo personalista ha marcado a la Argentina por décadas. Al menos, esa es la esperanza que Macri expresó al difundir su decisión de no aspirar en la próxima elección presidencial.