Pedro Benítez (ALN).- Tratando de hacer memoria, el último ministro de Economía en Latinoamérica que pasó de ese cargo a candidato presidencial, y ganar la elección, fue Fernando Henrique Cardoso en Brasil en 1994. Él fue el autor del Plan Real que ese año no sólo sacó a ese país de un prolongado proceso hiperinflacionarios, sino que, además, puso fin a cuatro décadas de crónica inflación.
Pero ese fue un caso poco común. Habría que buscar mucho para ver uno parecido. Es raro que ocurra algo así porque son el tipo de altos funcionarios encargados de administrar la medicina que a pocos gusta; recortar gastos, tomar decisiones muy técnicas, difíciles de explicar y en ocasiones muy polémicas. Y más todavía en países latinoamericanos.
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Pero todavía es más raro que un ministro que ha venido ejerciendo el cargo en los últimos 12 meses con tasas de inflación que rondan el 6% mensual (el doble de lo que ese mismo alto funcionario ofreció o prometió cuando asumió el cargo); con una economía que se viene desacelerando, acumulando todo tipo de distorsiones, en medio de una negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI), con escasez de dólares y donde sus expectativas futuras no son muy buenas; se presente como candidato presidencial por una de los principales coaliciones políticas.
La baja popularidad de Alberto Fernández
Pues eso es lo que está planteado en estos momentos en Argentina. Otra de las excentricidades de ese país austral. La alianza peronista de izquierda que lidera la vicepresidenta Cristina Kirchner acordó postular como su candidato presidencial, para elecciones del próximo mes de octubre, al actual ministro de economía del presidente Alberto Fernández, Sergio Massa.
Insistamos en lo extraño o particular del caso; Alberto Fernández, titular del poder ejecutivo, constitucionalmente puede aspirar a la reelección, pero su nivel de popularidad es tan bajo que su propia coalición no lo apoya; pero en cambio postula a uno de sus ministros, aunque éste tampoco tenga nada positivo que exhibir.
Massa, candidato del kirchnerismo, un político profesional
Sergio Massa no es un economista, es un político profesional. Inmune a las hemerotecas puede afirmar una cosa ayer y otra totalmente distinta mañana sin que se le mueva un músculo de cara. Se dio a conocer en la política nacional argentina como jefe de Gabinete de la entonces presidenta Cristina Kirchner entre 2008 y 2009; posteriormente fue intendente (alcalde) del municipio de Tigre, y en 2015 rompió con el kirchnerismo presentándose como candidato presidencial dividiendo el voto peronista y facilitando la victoria de Mauricio Macri.
Cuatro años después, pese a todo lo dicho y prometido, se reconcilia con la señora Kirchner e ingresa en la coalición que ésta armó para elegir a Alberto Fernández como presidente en octubre de 2019. Lo recompensaron con la presidencia de la Cámara de Diputados. Hace diez meses, cuando el ministro de Economía Martín Guzmán renunció intempestivamente, en medio de las presiones de la vicepresidenta y jefa espiritual del peronismo izquierdista que se oponía ferozmente a la firma de otro acuerdo con el FMI, lo que agudizó las crisis económica; y luego del accidentado paso de tan solo 25 días de Silvina Batakis por el cargo; una complicada negociación entre la señora Kirchner y el presidente Fernández (no se dirigen la palabra) culminó con Sergio Massa como ministro en un acuerdo in extremis. Una de las virtudes de Massa es que, al parecer, habla con los dos.
De allá para acá su trabajo ha consistido en mantener la economía argentina con alfileres; es decir, evitar que la situación económica y social del país termine de colapsar, como ocurrió en la crisis del año 2001 que acabó con la presidencia de Fernando de la Rúa. Su plan de vuelo ha consistido en evitar que la delicada situación desemboque en una crisis política.
Populismo sin dinero
Digamos que esa tarea, hasta ahora, la ha cumplido. No obstante, Argentina está al final del clásico ciclo en el cual al populismo se le acabó el dinero, no tiene nada que repartir y, por tanto, sus protagonistas han ido perdiendo las probabilidades de ganar una elección nacional, tal como lo indican todos los estudios de opinión pública en esta oportunidad. Finalmente el peronismo de izquierda (léase kirchnerismo) tiene el sol a la espalda; razón por la cual ha tenido que buscarse como el mago que se saca un conejo de la chistera a un candidato que sea más o menos competitivo para la elección presidencial del próximo mes de octubre.
Ángel Kicillof, gobernador de la provincia Buenos Aires (la más poblada del país) hubiera levantado más entusiasmo en las bases kirchneristas; además, es uno de los preferidos de la señora Kirchner. Sin embargo, ella consideró que postularlo a una elección que sabe perdida de antemano implicaría un costo muy alto porque correría el riesgo de perder su principal bastión político, que es precisamente el gobierno de esa provincia. De modo que para no quedarse sin una cosa ni la otra, su cálculo ha consistido en preservar a Kicillof (que según las encuestas aparece con buenas probabilidades de ser reelegido gobernador), y buscar un candidato presidencial sustituto. Después de barajar varias posibilidades entre su otro preferido, el ministro del Interior, Wado de Pedro, o el embajador en Brasil y ex candidato presidencial, Daniel Scioli, ha optado por apoyar al astuto Massa.
Político gastado
Éste cuenta a su favor con el hecho ser alguien que conoce muy bien el terreno; sabe hacer campañas electorales, se mueve muy bien entre todos los entresijos del poder argentino y con los gobernadores peronistas (donde está buena parte del poder político de ese país); y no es una persona que despierte tanto rechazo como la vicepresidenta, aunque tampoco su apasionado fervor. Por el contrario, luce como un político muy gastado, que ha caído en muchas y muy conocidas contradicciones públicas; entre lo que afirmó y lo que ha venido haciendo; mientras aplica medidas económicas que no son del agrado de la base más radical de kirchnerismo; pero él cree que puede rasguñar muchos votos del centro.
Por su parte, consciente de lo que se le viene, Cristina Kirchner ha decidido atrincherarse en la provincia Buenos Aires, su principal bastión político/electoral, por donde está postulando como la cabeza de lista de diputados a su hijo, Máximo, y a Wado de Pedro como senador, confiando que su fiel alfil Kicillof repita al frente del gobierno de la provincia. Sabe que la elección la tiene perdida, y ni siquiera puede soñar remotamente con repetir la operación política de su aliado y amigo Lula Da Silva en el vecino Brasil a fin de reivindicarse. De modo que se está preparando para administrar la derrota, esperando que no ésta no se convierta en una catástrofe electoral, y que pasado el temporal sea la oposición al nuevo gobierno.
El kirchnerismo no tiene fuerzas para resistirse al cambio
No obstante, una señal de su fragilidad política lo detectan las encuestas que señalan como mucho votante tradicionalmente peronista se está inclinando por la candidatura del polémico diputado anarco liberal Javier Milei. Esos estudios aportan un dato curioso: mientras el apoyo a Milei tiende a estancarse entre la clase media de la ciudad de Buenos Aires, bastión antiperonista del país, no deja de crecer en el conurbano bonaerense dónde está la mayoría de los votos de los más pobres de Argentina. De modo que el kirchnerismo viene perdiendo votos, pero los mismos no se están yendo a la oposición tradicional que representa la coalición Juntos por el Cambio que fundó Macri e incluye su partido el Pro, la histórica Unión Cívica Radical y el peronismo republicano, entre otros grupos; por el contrario, se están desplazando hacia un tercer candidato que surge del voto castigo contra la casa política.
Sin el respaldo de la Fuerzas Armadas (afortunadamente), ni con el control sobre la Corte Suprema, el kirchnerismo no tiene cómo resistirse al cambio y todo indica que es un capítulo de la historia de Argentina que se está cerrando. Mientras, el peronismo espera reinventarse por enésima vez.