Pedro Benítez (ALN).- En 2012 la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner admitió lo que en Argentina era un secreto a voces: “factores” del peronismo estuvieron detrás de los saqueos y pillajes que forzaron la entrega adelantada del gobierno por parte de Raúl Alfonsín al presidente electo Carlos Menem en julio de 1989 y luego, en la crisis del diciembre de 2001, aplicaron el mismo método contra Fernando de la Rúa precipitando su renuncia en medio del caos social. “No fueron espontáneos”; “todos fueron provocados”, aseguró.
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En 1989 Carlos Menem daba mucho más miedo que Javier Milei
Desde el pasado fin de semana, y lo que va de esta, similares temores, iguales sospechas nunca aclaradas y los mismos rumores jamás desmentidos, mantienen en vilo a miles de comerciantes amenazados por la violencia en los barrios más pobres de la nación austral. Una ola de saqueos empezó (casualmente) en tres provincias gobernadas por la oposición (Mendoza, Córdoba, Neuquén) y el martes pasado replicaron en algunos barrios de la ciudad Buenos Aires (también administrada por la oposición), con la detención, hasta anoche, de 94 personas involucradas en intentos de robos de distintas tiendas, ante el silencio inicial del gobierno nacional del presidente Alberto Fernández.
No fue sino hasta la tarde de ese día cuando Aníbal Fernández, su ministro de Seguridad, repitió la misma explicación que hace 11 años aportó la señora Kirchner: “No son espontáneos, hay una vocación de generar conflicto”, sin aclarar quiénes estarían promoviendo el asalto a los comercios. Al día siguiente la portavoz de la Presidencia de Argentina, Gabriela Cerruti, acusó directamente al candidato de La Libertad Avanza, Javier Milei, de estar detrás de los saqueos. En su cuenta de X (antes Twitter), aseguró que (Milei): “armó una operación que tiene como objetivo generar desestabilización”.
La amenaza del kirchnerismo
Ante la polémica provocada por sus declaraciones, Cerruti dobló su apuesta el miércoles incluyendo a la otra candidata opositora, Patricia Bullrich, de Juntos por el Cambio, como corresponsable del “clima generado en las redes”.
Esto a una semana de la peor derrota que el peronismo ha sufrido en toda su historia electoral, en un contexto en cual el país registra una tasa de pobreza del 40%, y creciendo, gracias a una desbocada inflación cuya tasa anualizada trepó al 113,4%, de acuerdo a la última medición de julio.
¿Está el kirchnerismo (peronismo de izquierda gobernante) reeditando los sucesos de 1989 y 2001 como arma contra sus adversarios? ¿Qué gana un grupo en el ejercicio del gobierno promoviendo el caos contra su propio país?
Lo único cierto es que desde las elecciones primarias que catapultaron al controversial economista a encabezar las preferencias electorales, tanto desde el gobierno, como los voceros de la alianza kirchnerista, que en esta ocasión se presenta como Unión por la Patria, han enfilado toda su artillería verbal contra él, con la evidente intención de polarizar la elección. El argumento es muy sencillo, toda reforma que Milei intente imponer como presidente será contestada desde la calle “por el pueblo”.
Alta polarización
Que sea un presidente elegido democráticamente es otro asunto. También tiene poca importancia determinar quién es el pueblo. Es el mensaje que el kirchnerismo, una vez asimilado el mazazo de los resultados de las PASO (primarias generales) ha venido propalando. Como adelanto de lo que se le prepara el próximo presidente que, obviamente, vendrá de las filas de la actual oposición, científicos y empleados del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) se han movilizado en rechazo a la privatización propuesta de esa institución por parte del candidato presidencial libertario. No lo han elegido y ya protestan contra su hipotético gobierno.
Ese ambiente de polarización que se viene creando es lo que el kirchnerismo, ante su manifiesta incapacidad de administrar con una mínima eficacia al país, espera explotar a su favor. Por eso apuesta a que gane Milei.
Sin embargo, parece que no todos en el campo del oficialismo argentino están alineados en la misma estrategia. Según una nota del diario La Nación, la declaración de Cerruti tomó por sorpresa a su candidato presidencial Sergio Massa (nada más y nada menos), que al mismo tiempo, en sus funciones de ministro de Economía, negocia con el FMI y el BID nuevos préstamos para la Argentina, vitales en las presente coyuntura pues podrían paliar las corridas contra el dólar en medio de una crisis en pleno desarrollo, con lo cual podría mejorar su propia posición electoral. En esa versión periodística el ministro-candidato enfureció ante el evidente saboteo, desde su propio gobierno, en su intento por transmitir estabilidad.
Paz social
Mientras tanto, la señora Kirchner, verdadera líder de la coalición oficial se mantiene en silencio puesto que su verdadera apuesta consiste en retener el control de la provincia de Buenos Aires, la más poblada del país, por medio de su ex ministro y actual gobernador Axel Kicillof. A estas alturas lo que pase con Massa le tiene sin cuidado; si llega de tercero lo liquida, siempre y cuando sus huestes mantengan el control de esa provincia desde la cual puede seguir liderando el peronismo y hacerle oposición al nuevo gobierno, pues la misma concentra el grueso del empobrecida área metropolitana bonaerense. Mientras peor le vaya a los demás, mejor para ella. Sus grupos más radicales, a los que tiene clientelizados desde hace tres lustros, sencillamente están calentando motores para lo que viene.
De manera que no sería para nada aventurado elucubrar que, desde la trastienda, esté maniobrando a fin de aplicar la vieja táctica según la cual sólo el peronismo garantiza la paz social en Argentina. De lo contrario, ese movimiento le hace la vida imposible a cualquier gobierno no peronista. Es un chantaje muy conocido.
La estrategia del kirchnerismo
Eso, junto con la bomba de tiempo fiscal que ella y su marido le han dejado a la Argentina. Durante los años de gobierno de la pareja Kirchner el número de empleados públicos se triplicó, alcanzando la cifra de 1.4 millones de personas. Aunque datos de consultoras privadas indicaban que en 2016, si se contabilizan los empleados contratados y otros prestadores de servicios, la cifra rondaba los 3.4 millones de trabajadores; a lo que hay que sumar a los jubilados y a los beneficiarios de planes sociales. En total, más de 15 millones de personas dependen del presupuesto público en Argentina. El 36% de la población del país. En 2006 esa proporción no llegaba al 20%.
Esa es la base electoral del kirchnerismo y el clásico cuadro de excesivo gasto público, financiamiento monetario del déficit fiscal, que como consecuencia lleva a la inevitable inflación, que a su vez es primero negada por el gobierno de turno, que luego manipula las estadísticas, impone controles de precios y le echa la culpa a los empresarios.
En el caso argentino, el capítulo final de esa perversa espiral consiste en dejar atado de manos y pies al siguiente gobierno (fue lo que le pasó a Mauricio Macri) mientras lo responsabilizas por no poder resolver la crisis que tú mismo creaste. Ese es el plan K.
La añeja táctica de sin mí, el caos.