Pedro Benítez (ALN).- Alberto Fernández renuncia a una eventual candidatura a la reelección (que la constitución argentina le permite) porque en el actual contexto económico y social de ese país la alternativa más probable que tenía al frente era la de no culminar su mandato.
Seguir los pasos de su antecesor en el cargo, Fernando de la Rúa, quien se vio obligado a abandonar la Casa Rosada de Buenos Aires (sede del Poder Ejecutivo de esa nación austral) luego de dejar una carta manuscrita con la resignación a su alta investidura, pero no por la crisis económica de diciembre de 2001, sino por la presión de calle que le montó el peronismo que controlaba (y aún lo hace) los sindicatos y los gobiernos del conurbano bonaerense (los 24 municipios que rodean la capital federal).
Por distintas vías los dirigentes del kirchnerismo le habían hecho saber a Fernández que no lo querían como candidato nuevamente, recibiendo críticas poco disimuladas desde su propio Gabinete, empezando por el ministro del Interior, Eduardo de Pedro, y ante la indiferencia de la Vicepresidenta y auténtica líder del oficialismo, Cristina Kirchner, con la que ni siquiera se habla. Inesperadamente, Fernández hizo saber su decisión, por medio de un video difundido en las redes sociales la mañana de este viernes, a pocas horas de un cónclave de la cúpula del Partido Justicialista (PJ) donde se definirá la estrategia electoral a seguir, en un momento en el cual las encuestas empiezan a señalar que por primera vez en su historia el peronismo podría quedar de tercero en una elección nacional y fuera de la segunda vuelta para elegir presidente este año. Si al ex presidente Mauricio Macri le fue mal en 2019, a sus adversarios les podría ir mucho peor en esta ocasión.
Lo cierto del caso es que con el precio del dólar totalmente fuera de control, con la tasa de inflación mensual de 7%, el pasado mes marzo, y luego de la renuncia del jefe de Asesores de la Presidencia, Antonio Aracre, el todavía mandatario no contaba mucho (para decirlo amablemente) en el panorama político argentino. Ocupa la silla presidencial pero en realidad no gobierna.
Para todos los fines prácticos dejó de gobernar en julio del año pasado cuando sus ministros de Economía, Martín Guzmán, Raúl Enrique Rigo de Hacienda, Roberto Arias de Política Tributaria y Fernando Morra secretario de Política Económica abandonaron el barco en medio de la tormenta. Por esos días la inflación remontaba el 70% anualizada (hoy supera el 100%) y Argentina se quedaba sin el equipo económico que había renegociado la deuda de 44.500 millones de dólares con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la reestructuración de 66.000 millones con los bonistas internacionales.
Guzmán y su gente tiraron la toalla luego de meses de continuas críticas y bloqueos a su gestión por parte de la vicepresidenta Kirchner, quien no solo se opuso públicamente al acuerdo con el FMI sino que hizo todo lo que estuvo en sus manos para que no se diera y terminó por declararle la guerra política al propio ministro.
Dedicada a sabotear la administración de la persona que llevó a la Presidencia en diciembre de 2019, la señora Kirchner venía aplicando el viejo truco peronista de ser oposición y gobierno a la vez. En vísperas del descalabro electoral de las elecciones parlamentarias del 2021, en el cual el peronismo por primera vez desde el retorno de la democracia en 1983 perdió el control del Senado, la vicepresidenta hizo circular una carta pública por sus redes sociales donde trasladó toda la culpa de la derrota a la gestión de Alberto Fernández, en un texto cargado de reproches y señalamientos contra el presidente y varios de sus colaboradores.
Previamente Fernández había conseguido que el Congreso le aprobara un controversial acuerdo con el FMI gracias a los 111 votos que le aportó la coalición opositora Juntos por el Cambio del expresidente Macri y con 28 votos negativos que procedieron de las propias filas del oficialista Frente de Todos, disidencia que encabezó personalmente Máximo Kirchner, hijo de la vicepresidenta. Una decisión que se tomó sobre la hora, puesto que el Estado argentino necesitaba que al día siguiente el FMI liberara los recursos necesarios para honrar el vencimiento de más de 2.800 millones de dólares que tenía contraídos con ese mismo organismo.
A lo largo de los meses, en una campaña abierta, la señora Kirchner fue minando sistemáticamente la capacidad para gobernar y tomar decisiones del mandatario. Públicamente, sin disimulo alguno, usando su poder fue acorralando y haciendo caer a ministro tras ministro que considera no alineados con su estilo y política. Este es un caso curioso, y tal vez único, de indefensión presidencial. Vaciado de poder, ella tomó el mando y posteriormente pactó con su aliado circunstancial Sergio Massa, a quien posteriormente le entregó la cartera de Economía. Desde entonces, es él quien maneja la administración pública del país, mientras ella se ha reservado el manejo político.
Más allá de su mediocridad, Alberto Fernández está pagando los platos rotos de intentar hacer populismo sin dinero.
Ha sido un jefe de Estado impotente, acosado por varias crisis en desarrollo, en las que no ha podido cumplir su compromiso con Cristina Kirchner de garantizar la impunidad que ella ha venido reclamando en su pretensión de manejar a uno de los países más importantes de América como si fuera una estancia ganadera del siglo XIX. Ésta, por su parte, parece que ya no es capaz de dejarle el poder en herencia a su hijo Máximo, así como el expresidente Néstor Kirchner se lo dejó a ella.
Este es el capítulo que está por cerrarse a continuación en la Argentina. Con el expresidente Macri también fuera de la carrera presidencial falta por ver qué hará ahora ella cuando varios de sus seguidores le ruegan que sea candidata presidencial por tercera vez (como Lula en Brasil) pues es la única que (en teoría) podría garantizar el 30% de los votos y evitarle una desastre todavía mayor al peronismo.
@PedroBenitezf