Pedro Benítez (ALN).- Hace una semana la Cámara de Diputados del Congreso de Argentina rechazó el proyecto de ley de Presupuesto 2022 enviado por el Gobierno del presidente Alberto Fernández; 132 votos en contra, 121 favorables. Fue la primera medición de fuerzas desde que el pasado 10 de diciembre se instaló un parlamento en el cual, por primera vez desde el retorno de la democracia en 1983, el peronismo no tiene mayoría en ninguna de las dos cámaras, Senado y Diputados.
Esa nueva circunstancia era propicia para medir la reacción del kirchnerismo ante la nueva correlación de fuerzas políticas. ¿Negociaría con la oposición la propuesta de presupuesto de su gobierno? ¿Trataría de dividir el bloque opositor apelando a la conocida táctica de ofrecer obra pública, recursos y puestos en la administración? ¿O se dejaría llevar por sus instintos de confrontación?
La respuesta vino de parte del jefe de la bancada oficialista (Frente de Todos) en Diputados, Máximo Kirchner; hijo, y presunto heredero del capital político dejado por los expresidentes Néstor y Cristina Kirchner. Para aparente sorpresa de los miembros de su bloque (y según los medios de Buenos Aires, del propio presidente Fernández), el relativamente joven Kirchner reventó cualquier posibilidad de dilatar la discusión del proyecto de presupuesto con una intervención rupturista, planteando el “lo toman o lo dejan”.
“Votemos el proyecto por sí o por no y terminemos el show, por favor”, contestó a los inevitables reparos formulados por la oposición (para eso son oposición) al dirigirse al presidente de la Cámara, Sergio Massa. Nada de diálogos. Nada de negociaciones.
Al día siguiente, en un acto partidista que se desarrolló en la Quinta de San Vicente, donde descansan los restos de Juan Domingo Perón, el presidente Fernández y Máximo Kirchner formularon duras críticas contra la oposición, contra el Poder Judicial que “acosa permanentemente al Gobierno” y contra el “cuarto poder que también lo acosa”.
Lo curioso es que no realizaron esos reparos en tono de lamento. Por el contrario, partiendo del principio de que ante el mal tiempo hay que exhibir buena cara, parecían celebrar la derrota parlamentaria que les había propinado la oposición unas horas antes.
Aunque la prensa argentina insiste que en privado tanto el presidente como su ministro de economía, Martín Guzmán, han cuestionado a Máximo Kirchner por ese revés parlamentario, lo único cierto es que en público se presentan perfectamente unidos, alineados y con la determinación de correr hacia adelante. Sin detenerse a medir las consecuencias que eso va a tener para la economía del país. Pese a los buenos datos en cuanto a crecimiento económico en 2021, Argentina tiene una tasa de inflación anual que ya se montó por encima del 50%, un déficit público infinanciable (sic) y está al borde de caer en default con el Fondo Monetario Internacional (FMI), y con el Club de París, si no cierra en los próximos tres meses su negociación con el organismo multilateral.
Pero el kirchnerismo vuelve a la invariable estrategia de responder a las dificultades económicas aumentando la conflictividad política. Al mejor estilo de sus hermanos chavistas al norte de Suramérica. Eso es lo que le espera a la Argentina los próximos 24 meses. De aquí a la elección presidencial de octubre de 2022.
Por lo pronto han conseguido que los gobernadores de las provincias de Tucumán, Entre Ríos, Santa Fe, La Rioja, Catamarca, La Pampa, Misiones y Tierra del Fuego, responsabilicen a la oposición por, presuntamente, haber dejado a sus administraciones sin los fondos previstos en el proyecto de Presupuesto 2022 y no al auténtico ejecutor, Máximo K.
La estratagema está cantada. Corresponsabilizar a la oposición de todas las dificultades del país. Pero no por la vía de involucrarla institucionalmente en las difíciles decisiones que hay que tomar para enderezar el rumbo de la economía y las finanzas públicas, sino acusándola de bloquear la gestión gubernamental. De cercar al gobierno de Fernández, de la misma manera que, según el relato oficial, hacen la Corte Suprema y los medios de comunicación.
Lo cierto del caso es que el kirchnerismo sí está cercado por todos esos factores de poder. Pero no por eso pasa a la defensiva. El impulso de su lideresa, Cristina Kirchner, es siempre ir hacia adelante, sin negociaciones ni concesiones. El que haga eso es un traidor. Polarizar al país entre buenos y malos. La famosa grieta argentina que tan útil le ha sido. Así, de paso, disciplina a los suyos. Sabe que del otro lado sus adversarios no cuentan con los mismos mecanismos para alinear a sus cuadros.
No importa el costo económico. Durante sus gobiernos (2007-2015) el gasto público aumentó de 25 a 41% del PIB, dejándole el problema a la siguiente administración, Mauricio Macri (2015-2019), que para evadir la conflictividad social de un ajuste optó por financiar el gasto con endeudamiento externo. Cuando la crisis le explotó en la cara en 2018 por medio de una “megadevaluación” del peso y la inflación se duplicó, su gobierno estaba sentenciado. Perdió las elecciones en 2019. Así se hizo corresponsable de la actual situación.
Esa es la estrategia maestra de Cristina Kirchner. Desde su punto de vista le ha resultado. Su objetivo es ambicioso, el ejercicio del supremo poder político de manera impune. Así sea detrás de la silla presidencial. Hasta ahora ha sido relativamente exitosa en ese propósito y ya va pensando en el futuro; dejarle el poder en herencia a su hijo Máximo, así como el expresidente Néstor Kirchner se lo dejó a ella. Como un asunto de familia.
Así ha pretendido manejar a uno de los países más importantes de América. Como la dueña de una estancia ganadera del siglo XIX. Es esa la concepción del mundo de una de las referentes de los autodenominados “gobiernos progresistas” de América Latina. Auténticas élites depredadoras.
@Pedrobenitezf