(EFE).- Varios altibajos jalonan la vida de Edilberto Doblado, que en octubre pasado emigró de Honduras a España, dejó atrás su país y su pasado, solicitó asilo político para comenzar una nueva vida, enfrentó retos y sufrió momentos de dificultad, pero se levantó finalmente hasta tener una empresa propia con siete empleados a su cargo.
Doblado cuenta a EFE en Madrid cómo han sido los primeros meses de estancia en un país que no es el suyo, pero que le ha abierto «los brazos de par en par». Es beneficiario de apoyo y ayuda de la asociación Diaconía España, que lucha por proteger los derechos fundamentales.
«España es un país tremendamente acogedor y solidario», dice este hondureño, quien de manera constante agradece a Dios haberle permitido empezar una nueva vida.
Doblado era funcionario público en cuestiones de seguridad y manejaba información confidencial; tras sufrir varios ataques del crimen organizado, extorsiones e intentos de asesinato, decidió marcharse de Honduras con su mujer y sus tres hijos.
En España presentó una solicitud de protección internacional «con documentos y fotografías» que avalaban el riesgo que corría si regresaba a Honduras. Gracias a programas de integración, pudo formarse para encontrar un empleo, requisito para obtener el estatus de asilado.
«DEVOLVER» LO QUE ESPAÑA LE HA DADO
Reconoce que estos meses no han sido fáciles pero que, con tesón, compromiso y ayuda, ha podido lograr el objetivo de registrar una empresa de construcción, en la que da trabajo ya a siete personas.
«Pedí asilo y me lo concedieron, me da mucha paz, tengo muchas ganas de poder aportar a la sociedad española, devolver lo que España me ha dado, yo soy una prueba de que la justicia social existe», incide.
Así, subraya que España «es un país de oportunidades» y, aunque sabe que «en general niegan el asilo», considera que «brindan otras opciones» para que los migrantes puedan permanecer en el país.
«Me siento muy agradecido, yo también he puesto de mi parte, llevo meses durmiendo cuatro horas, estudiando y formándome en creación y gestión de empresas; da miedo y hay muchos retos, pero más miedo me da quedarme parado», enfatiza.
PERIPERCIAS DESDE UCRANIA
Algo parecido le pasa a la ucraniana Yaroslava Afanasenko, quien llegó a España el pasado año después de que estallara la guerra en su país a causa de la invasión rusa.
«Esperaba que la guerra terminara antes, vine para unos meses pero se me acabaron los ahorros y tuve que pedir ayuda», cuenta a EFE esta madre soltera, residente en Madrid con su hija de catorce años.
Afanasenko y la niña llegaron primero a Málaga (sur español), donde estuvieron con una amiga, y después a Madrid, donde reciben la ayuda de Diaconía. Ha comprendido que tiene que aprender español para «poder encontrar un trabajo».
Peluquera de profesión, en Ucrania tenía un pequeño negocio con cuatro empleados; aunque su mayor deseo es que la guerra termine lo antes posible para poder regresar, es consciente de que ese tiempo quizá aún esté lejos.
«Nadie sabe qué esperar, quiero volver a Ucrania, pero cuando tenga un plan claro. Mientras, quiero aprender, tener un pequeño negocio aquí, mío, y poder mostrar todo lo que sé y lo que puedo hacer», enfatiza.
Para esta mujer ucraniana, estos meses en España no han sido fáciles: «Es muy difícil ser migrante», subraya.
«Más aún en nuestro caso, que no hablamos la lengua, nunca había pensado vivir en otro país, siempre he querido vivir en Ucrania y, de pronto, hay una situación que no puedo cambiar; he perdido todas mis esperanzas, mis cosas, mi trabajo, mi casa», lamenta.
Un conflicto del que no pudo ni hablar durante los seis primeros meses en España: «Estaba totalmente cerrada por dentro, pero ahora, poco a poco, entiendo que la guerra puede durar más y soy responsable de mi hija, necesito encontrar trabajo y sobrevivir aquí».