Ysrrael Camero (ALN).- Se cierra una de las campañas más cortas de la historia de la democracia española y el domingo se realizarán las elecciones generales para seleccionar el nuevo Congreso. Las tendencias muestran que el bloqueo persistirá, que las fuerzas de izquierda retrocederán, en votos y escaños, y que la derecha avanzará mientras el centro se viene abajo.
El tema de la cohesión territorial por la deriva independentista del catalanismo ha primado por encima del de la cohesión social, lo que ha fortalecido las posturas de la derecha más radical, debilitando el impacto de las posturas progresistas o centristas.
Cuando se convocaron estas elecciones las expectativas parecían claras. Pedro Sánchez y el PSOE apostaban por fortalecer su mayoría para facilitar la formación de un gobierno estable que no dependiera de los votos independentistas, recibiendo el voto útil de un electorado de izquierda que tenía claro que Pablo Iglesias y Unidas Podemos no tocarían el poder.
La estrategia de Pablo Casado, así como los errores de Rivera, han resucitado al Partido Popular como el gran partido conservador de España. Pero un fantasma recorre las encuestas amenazando la centralidad de los populares. En la medida en que Pablo Casado volvía a la conquista del centro dejaba libre su flanco derecho para que creciera la opción de Vox
El Partido Popular de Pablo Casado esperaba recuperar los apoyos del electorado conservador que abandonaba a un precozmente envejecido Ciudadanos. Los de Albert Rivera todavía soñaban con disputar espacios al PP peleando contra Sánchez. Y muchos pensaban que la amenaza de Vox y Santiago Abascal desde la derecha, estaba neutralizada luego de que perdieran votos en las elecciones europeas de mayo.
Se esperaban unos meses aburridos y una campaña monótona y repetitiva.
Pero mucha agua ha corrido desde abril a noviembre. A pesar de que la correlación de fuerzas entre los bloques de izquierda y derecha se ha movido relativamente poco, varias mudanzas trascendentales han ocurrido en el seno del electorado conservador español.
La estrategia de Pablo Casado, así como los errores de Rivera, han resucitado al Partido Popular como el gran partido conservador de España. Pero un fantasma recorre las encuestas amenazando la centralidad de los populares. En la medida en que Pablo Casado volvía a la conquista del centro dejaba libre su flanco derecho para que creciera la opción de Vox, que funciona no solo como límite superior del crecimiento popular, sino que también le disputa el marco simbólico para definir el campo de juego de la política española.
El lenguaje del conservadurismo puede estar girando del liberalismo centrista que caracterizó al expresidente Mariano Rajoy a posturas más cercanas a la ultraderecha europea: cada vez menos Emmanuel Macron y cada día más Viktor Orban.
La emergencia de Vox, bien analizada por Juan Carlos Zapata aquí en el diario ALnavío, se ha nutrido de errores estratégicos de las otras fuerzas, que decidieron dejar posicionar el mensaje ultra en la agenda pensando que se ahogaría por sí mismo frente a una España progresista, moderada y abierta. Evidentemente la escalada del independentismo catalán permitió definir un campo de batalla de la política entre catalanismo y españolismo, lo que brindó una oportunidad de crecimiento a la irrupción de Vox.
El fenómeno Vox funde varios artefactos políticos españoles de larga data, por lo que no hay novedad en sus ingredientes, aunque sí la encontremos en su presentación actual, que se enlaza con facilidad con movimientos del neopopulismo conservador que van desde Donald Trump en Estados Unidos hasta Matteo Salvini en Italia pasando por los de Ley y Justicia en Polonia.
Elecciones en España: Cómo se explica el fenómeno Vox en la recta final
La reforma política que impulsó Adolfo Suárez para iniciar la transición a la democracia contó con la resistencia de los sectores más conservadores del régimen franquista. A pesar de oponerse a la democratización del sistema estos sectores participaron en las elecciones. La Fuerza Nueva, con Blas Piñar, pretendió ser la representación de los más inmovilistas, pero no contaron con suficientes votos para constituir una alternativa política en el nuevo sistema.
Manuel Fraga Iribarne, quien quiso ser el protagonista de la reforma política que liberalizara el franquismo, ejerció resistencia a muchas iniciativas de Adolfo Suárez. Fraga fue el creador de la Alianza Popular (AP), aglutinando a muchos viejos franquistas para incorporarlos al nuevo sistema democrático, pero diferenciándose con claridad de los inmovilistas. AP hizo oposición a la Constitución de 1978, así como a los Pactos de La Moncloa impulsados por Adolfo Suárez.
Fue gracias al naufragio de la Unión de Centro Democrático (UCD) que el partido creado por Fraga se convirtió en la alternativa conservadora a un poderoso Partido Socialista Obrero Español (PSOE) encabezado por Felipe González hasta 1996.
El gran mérito histórico del PP fue justamente reconciliar a los sectores conservadores del franquismo con el nuevo sistema democrático. Creció aglutinando a sectores muy diversos, adecuándose a los cambios culturales que se daban en una sociedad española que se incorporaba a la prosperidad y a los valores de la nueva Europa, más liberal y abierta que sus padres y abuelos.
Dentro del seno del PP también persistían individuos más conservadores, que tenían conexiones diversas con algunos factores de la derecha extraparlamentaria, con los restos de Falange, de las JONS, etc. Eran sectores que no resultaban políticamente determinantes, porque el núcleo dirigente del PP asumió el liberal-conservadurismo europeo, más centrista y modernizador, como su política desde la llegada de José María Aznar hasta la salida de Rajoy.
Justamente con Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría, así como antes con un Alberto Ruiz Gallardón que se enfrentaba a Esperanza Aguirre, el Partido Popular mostraba su perfil más moderado y centrista, más inserto en la globalización y la modernización tecnológica que en la defensa de criterios tradicionalistas.
A esta centralidad de la perspectiva liberal dentro de la derecha española se opone la emergencia de Vox. Muchos de sus dirigentes provienen justamente de los sectores más conservadores del Partido Popular, como lo es el mismo Abascal, y otros cultivaron sus vínculos con la derecha extraparlamentaria. El discurso que Abascal mostró en el debate deriva fundamentalmente de los temas que el conservadurismo tardo-franquista opuso al régimen de 1978, reivindicando la “democracia orgánica” al parlamentarismo, la centralización y unidad de España al Estado de las Autonomías, y la familia católica tradicional a las nuevas formas de familia que se abrían en el occidente liberal.
Por eso Vox disputa al Partido Popular el universo simbólico del bloque conservador. De allí la dificultad que han tenido los populares al momento de disputar el marco para la discusión de los temas de la agenda pública.
Vox es la amenaza más importante que enfrenta hoy el Partido Popular, y esa amenaza no se expresará solo en los votos que migran y en los escaños que se pierden, sino fundamentalmente en la confrontación por el alma ideológica de la derecha española: entre la agenda liberal y la conservadora.