Ysrrael Camero (ALN).- Los populares lo tuvieron y lo perdieron. Los socialistas lo tienen y lo quieren conservar. Los podemitas lo rechazaban por burgués y ahora lo miran con ansia. Los naranjas nacieron para llenarlo pero erraron el camino. Los verdes no saben dónde queda. Esta campaña que desembocará en las elecciones generales de noviembre será una batalla por el centro político, espacio imaginario donde se encuentra la mayor parte de los españoles, aunque se definan como de izquierdas o de derechas.
Para muchos estrategas de los partidos parece haber pasado el tiempo de la crispación y el conflicto existencial. Hemos llegado al momento de iniciar la carrera por el centro, por la moderación y la templanza. Los dos bloques en que se divide el espectro político español empiezan a desarrollar un movimiento centrípeto, buscando coincidir en un espacio central de convivencia moderada.
Este giro estratégico es claro en los partidos principales. Pedro Sánchez y el PSOE han pasado de ser la vanguardia de un frente contra la amenaza neofascista a convertirse en la garantía de un gobierno moderado, progresista y de izquierdas, pero responsable y europeísta. El PSOE ya está sólidamente instalado como el principal partido de centroizquierda en España. UP no es una amenaza. Eso permitió a los socialistas desplegar su acción en el centro del espectro. De allí que tenga la primera opción electoral.
La aparición de Albert Rivera ofreciendo a Pedro Sánchez la abstención, a cambio de unas condiciones que el presidente en funciones no podía aceptar sin desnaturalizar su estrategia, fue el inicio de la campaña de Ciudadanos para las generales. Intentarán volver a mostrarse como el fiel de la balanza, como la fuerza política centrista y liberal, aunque la promesa de regeneración y renovación ya se haya perdido entre negociaciones y pactos. Las encuestas señalan que serán los grandes perdedores de noviembre, y serán los populares con los que pactan los beneficiarios de su caída.
Tras perder 71 escaños y tres millones y medio de votos, Pablo Casado y el Partido Popular comprendieron que era la moderación lo que beneficiaba a los populares. Las encuestas le dan la razón a la estrategia de Mariano Rajoy y no a la de José María Aznar. Recuperar un perfil centrista fue la estrategia desde la derrota en las elecciones generales de abril. En noviembre podrá verse el resultado. El PP crece en la medida en que se muestra cercano a su electorado, que es más moderado de lo que imaginaban los promotores de la crispación y la grandilocuencia.
El PP tiene alcaldías y Comunidades Autónomas para desplegarse por toda España en campaña, desde las grandes ciudades hasta los pequeños pueblos de la España vacía, rural y conservadora.
Entre los otrora partidos emergentes, ahora decadentes, se palpa la angustia de una intuición. Noviembre no será un buen mes para Ciudadanos ni para Unidas Podemos.
Ciudadanos pasó el verano en silenciosa reflexión. La aparición de Albert Rivera ofreciendo a Pedro Sánchez la abstención, a cambio de unas condiciones que el presidente en funciones no podía aceptar sin desnaturalizar su estrategia, fue el inicio de la campaña de Ciudadanos para las generales. Intentarán volver a mostrarse como el fiel de la balanza, como la fuerza política centrista y liberal, aunque la promesa de regeneración y renovación ya se haya perdido entre negociaciones y pactos. Las encuestas señalan que serán los grandes perdedores de noviembre, y serán los populares con los que pactan los beneficiarios de su caída.
Elecciones en España: Pedro Sánchez y Pablo Iglesias viven peligrosamente la política
A pesar de que las encuestas no muestran un descenso tan importante del apoyo a Unidas Podemos, ellos saben bien que enfrentarán un proceso difícil. Pablo Iglesias ha hecho un gran esfuerzo por recalcar que los responsables de que no se hubiera constituido un gobierno progresista en España son los socialistas. Porque el electorado crítico de izquierda es el más proclive a ser objetor de conciencia y abstenerse. UP hace aguas por varios frentes. El peligro de dispersión es real. Algunos de sus electores irán frustrados a la abstención. Otros acompañarán a Íñigo Errejón si este decide postular la coalición transversal que ha estado construyendo. Los más radicales pueden desembocar en Izquierda Unida o en algún movimiento anticapitalista. Y, finalmente, muchos decidirán votar por el PSOE con la esperanza de que la constitución de un gobierno progresista no necesite de UP.
Nadie habla hoy de un Frente Popular, y la iniciativa de España Suma se va desvaneciendo. Está claro que quien se tome una foto con Vox resta y divide para la mayoría de los españoles. El rifirrafe entre Javier Ortega Smith y el alcalde José Luis Martínez-Almeida es sintomático. Porque en tiempos de moderación ya Vox no mola.
Si los resultados de noviembre desembocan en un bipartidismo atenuado, como parece ser, podríamos llegar a concluir que la democracia española se encuentra en proceso de superación de una crisis política que se abrió con los resultados de las generales de 2015.
Pero la política no es lineal. La crisis de 2008 fue vivida como una ruptura importante por muchos españoles. La política de la indignación derivó en una promesa de regeneración que Cs y Podemos intentaron representar. La respuesta de los partidos tradicionales fue propiciar y permitir la renovación de su liderazgo. Tanto Pedro Sánchez como Pablo Casado son expresión de la irrupción de una nueva generación en la política española.
Sin embargo, la crisis no se ha terminado de cerrar, el paisaje económico es más desigual hoy que en 2009, lo que tiene implicaciones sociales y políticas trascendentales. Las circunstancias en las que se repiten las elecciones no son las mejores. La incapacidad de los diputados para formar gobierno, fenómeno que puede repetirse en noviembre, ha generado frustración y hartazgo en una parte importante de la opinión pública y en la ciudadanía. La necesidad de regeneración aún se encuentra allí. El terreno está preparado para que un nuevo discurso anti-establishment incendie la pradera. Una nueva crisis económica mundial podría ser el detonante. ¿Tendrá España un gobierno efectivo para hacer frente a esos retos?