Ysrrael Camero (ALN).- El giro centrista que ha dado el Partido Popular puede llevarlo a subir de los 66 diputados alcanzados en abril a obtener alrededor de un centenar en noviembre. Este crecimiento podría colocar a Pablo Casado en una posición de poder, incluso sin formar gobierno, al condicionar al PSOE y Pedro Sánchez a necesitar de la abstención de los populares. Ha sido Vox el que ha sabido administrar mejor sus escasos espacios políticos entre una elección y la otra. La organización se ubicó con claridad a la derecha del PP y de Ciudadanos, arrastrándolos al peligroso terreno de las declaraciones destempladas, polémicas, reaccionarias y ultramontanas.
España parece dar un inmenso giro para desembocar al mismo sitio del que partió, pero en un entorno más hostil. Si las tendencias que nos muestran las encuestas se consolidan el Ejecutivo de Pedro Sánchez podría quedar registrado como el momento de las oportunidades perdidas. Las izquierdas podrían seguir siendo mayoría, en escaños y en votos, pero continuarían siendo incapaces de gobernar.
El debate adquiere significación en la medida en que las tendencias de las encuestas acercan a los contendientes e incrementan los nervios. Con un PSOE que pierde votos y escaños, con un Partido Popular que los recupera aceleradamente, con un Albert Rivera asustado y un Pablo Iglesias devaluado, Vox podría hacer mucho daño con su lenguaje frontal y rupturista justamente porque sabe que no puede ganar. Todos miran al centro, los verdes cuidan su nicho.
En abril de 2019 el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) ganó las elecciones generales, convirtiéndose en la fuerza más votada y con más escaños en el Congreso, incluso con mayoría en el Senado. Europa veía a Sánchez como la promesa socialdemócrata emergente y los encuentros con Emmanuel Macron parecían augurar una coalición liberal-socialista para detener el avance del populismo. Hoy todo esto luce lejano y opaco.
La consecución de una mayoría socialista en el Senado pudo incluso haber sido la ocasión para desescalar el tema catalán en un espacio propicio para la construcción de grandes consensos superadores del bloqueo político. Hoy parece segura la victoria del Partido Popular en la Cámara Alta de las Cortes españolas. Retomando el dominio que había tenido desde 2011.
El giro centrista que ha dado el Partido Popular puede llevarlo a subir de los magros 66 diputados alcanzados en abril a obtener alrededor de un centenar en noviembre. Este crecimiento podría colocar a Pablo Casado en una posición de poder, incluso sin formar gobierno, al condicionar al PSOE y Pedro Sánchez a necesitar de la abstención de los populares. Lo que dejaría a los socialistas gobernando de manera endeble, teniendo que negociar hasta el mínimo detalle de la legislatura, incapaces de desarrollar su política en medio de una crisis económica marcada por los efectos recesivos del Brexit.
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Lo único que evita un gobierno de Pablo Casado es el rotundo derrumbe de Ciudadanos, tanto en votos como en escaños. La tolda naranja parece tomar la senda que, en su momento, recorrió la UPyD de Rosa Diez, fugaz esperanza renovadora devenida en nota al pie de la historia electoral española. El sueño del sorpasso se ha convertido en pesadilla para Albert Rivera, ahora que su declive en las encuestas podría condenar a Ciudadanos a un quinto lugar, ubicándose por debajo de Vox.
Una caída de estas proporciones puede significar el fin de Rivera como líder principal de Ciudadanos. Albert Rivera se encuentra desde 2006 siendo la cara visible de la organización; a pesar de su juventud, su dilatada exposición contrasta con la renovación que exhiben el PP con Casado y el PSOE con Sánchez. Digamos, Rivera se ha convertido en un líder veterano. Su proceso de sustitución, probablemente por Inés Arrimadas, ya ha de empezar a ser considerado dentro de la organización naranja.
Ha sido Vox el que ha sabido administrar mejor sus escasos espacios políticos entre una elección y la otra. La organización se ubicó con claridad a la derecha del PP y de Cs, arrastrándolos al peligroso terreno de las declaraciones destempladas, polémicas, reaccionarias y ultramontanas. Usó su incorporación a la institucionalidad andaluza, como llave de gobierno, para proyectar nacionalmente su mensaje, y su posición en Madrid para arrinconar a sus aliados.
La ultraderecha española se dedica a mimar un nicho específico conservador, alejado del centro mayoritario y profundamente temeroso de los cambios socioculturales que España ha venido teniendo los últimos años. Le da a estos miedos una vocería política inédita, define como enemigo a todo el entramado cultural progresista que ha marcado la España contemporánea, desde el destape de los 80 a los indignados del 15M. Al dejarse arrastrar a ese terreno el PP y Cs perdieron contacto con el centro. El PP escapó a tiempo, porque tiene más solidez interna, pero Ciudadanos cayó en barrena.
La participación de Santiago Abascal en el famoso programa El Hormiguero contó con más televidentes al emitirse que los votos que sacó la organización en las generales de abril, lo que es un hito significativo. Al igual que la decisión de que Vox participara en el único debate que se realizará el 4 de noviembre.
El debate adquiere significación en la medida en que las tendencias de las encuestas acercan a los contendientes e incrementan los nervios. Con un PSOE que pierde votos y escaños, con un Partido Popular que los recupera aceleradamente, con un Albert Rivera asustado y un Pablo Iglesias devaluado, Vox podría hacer mucho daño con su lenguaje frontal y rupturista justamente porque sabe que no puede ganar. Todos miran al centro, los verdes cuidan su nicho.
La apuesta por unas nuevas elecciones generales sólo tenía un propósito lógico, conseguir un incremento del número de escaños que le evitara al PSOE depender de los votos de los independentistas para formar gobierno. Pero las últimas encuestas señalan que incluso perderán diputados en Andalucía, verán reducir los escaños de sus potenciales aliados, e incrementarse el espacio de los competidores. Una oportunidad perdida que puede convertirse en un penoso arrepentimiento. Hay legítima preocupación en Ferraz.