Nelson Rivera (ALN).- De un día para otro, en marzo de 2020, cientos de miles de organizaciones en el mundo cerraron sus oficinas y enviaron a millones de trabajadores a sus casas. En algunos casos, para cumplir con las exigencias de seguridad, las empresas suministraron los portátiles. Lo ocurrido en las pequeñas empresas es historia distinta: apelaron a las computadoras domésticas de sus trabajadores. Y así, prácticamente sin estar preparadas para ello, entidades de distinto tamaño se lanzaron masivamente al mundo del teletrabajo.
En ese momento, en España, menos del 5% trabajaba desde sus hogares. En América Latina, el porcentaje era mucho menor: alrededor de 2%, concentrado en las economías más grandes del continente, como Brasil, México, Argentina y Colombia. Entonces se produjo un salto cuántico: en España el número se triplicó y más -alcanzó casi 17% según el Instituto Nacional de Estadística (INE)-, y en América Latina, alcanzó más de 10%, según distintas estimaciones.
Entre abril y septiembre, consultoras y centros académicos a los dos lados del Atlántico, realizaron estudios para preguntar a los trabajadores cómo se sentían. En trazos gruesos, alrededor de 65% dijo estar satisfecho o muy satisfecho con trabajar desde casa. 15% lo rechazó, por distintas razones -me referiré a ello más adelante-. 20% emitió argumentos a favor y en contra. Estudios realizados en el último trimestre del 2020, revelan un cambio en la opinión: la actitud favorable al teletrabajo ha perdido unos 20 puntos y se ubica en 45%, aproximadamente.
A lo largo de los 10 primeros meses lo ocurrido con el teletrabajo es complejo: hay trabajadores que se han mantenido operando desde sus hogares. Otros regresaron a las oficinas, pero, recientemente, bajo la expansión de la tercera ola del coronavirus, han debido volver a sus hogares. Hay empresas que han establecido sistemas mixtos: los trabajadores van a las oficinas sólo una o dos veces a la semana, especialmente en aquellas donde las operaciones son el resultado de equipos y no de individuos aislados. Y, por supuesto, hay quienes, por el tipo de actividad que realizan, se han mantenido trabajando en sus oficinas como siempre.
Qué dicen los entusiastas del teletrabajo
El más reiterado de los argumentos a favor se refiere al mejor uso del tiempo: ya no se malgasta en los traslados, ida y vuelta, entre el hogar y la oficina, que, en ciudades de América Latina como Buenos Aires, Ciudad de México, Lima, Sao Paulo, Bogotá y otras, puede ocupar hasta tres y cuatro horas diarias. Quedarse en casa facilita que las energías se inviertan en el trabajo y no en la hostilidad urbanística que es propia de las megaurbes.
La mayor interacción con la familia, especialmente con los hijos, es otro de los beneficios derivados del teletrabajo que se mencionan con mayor frecuencia. Pero disfrutar de esta ventaja depende de otra variable, que no siempre se cumple: hace falta una vivienda en la que sea posible disponer de un lugar -una mesa, una silla, iluminación, acceso a electricidad y a internet- donde trabajar, de forma concentrada y sin interrupciones.
En reportajes publicados en diarios y revistas especializadas se registra una tendencia: los empleadores sostienen que el teletrabajo incrementa la productividad, en rangos que van del 20% al 40%. Los testimonios de teletrabajadores son unánimes: en sus hogares trabajan más horas que en las oficinas. Paradójicamente, apenas descansan. Hacen un almuerzo apurado y siguen, y el cierre de la jornada se alarga más allá de lo razonable.
Exceso horario y desconexión emocional
Los argumentos de quienes se oponen al teletrabajo son de diverso orden: o no disponen del espacio necesario en sus hogares; o tienen hijos pequeños que les impiden concentrarse; o sienten una fuerte necesidad psicológica de diferenciar los espacios de lo doméstico y lo laboral.
Pero hay más, luego de 10 meses de aprendizajes: desde la perspectiva de muchos trabajadores, el teletrabajo ha adquirido las proporciones de un castigo: profesionales cuyo desempeño promedio solía ser de 10 a 11 horas diarias, han pasado a trabajar entre 13 y 14 horas y, a veces, hasta más, sin efectos en la remuneración. Las exigencias laborales han invadido el tiempo de descanso -los fines de semana- y han roto, a extremos que preocupan a los expertos, los límites entre trabajo y familia. El teletrabajo estimula una peligrosa percepción: el de empleos sin horarios, donde las personas deben estar accesibles a sus jefes y a las demandas de sus empleadores de forma ilimitada. La consecuencia de este estado de cosas es previsible: cansancio crónico, estrés, irritabilidad constante.
También, desde la perspectiva de las organizaciones, hay reparos sustantivos. Uno de ellos, es un fenómeno que tarda en hacerse evidente: el debilitamiento paulatino del vínculo del trabajador con su organización. El compromiso laboral se enfría, la ejecución de las tareas se vuelve rutinaria, desaparecen los estímulos causados por el intercambio con jefes y compañeros.
El otro aspecto, también relevante, proviene del súbito cambio que se produce en los patrones de la comunicación. La pérdida del contacto interpersonal y, sobre todo, de la interacción permanente -visual, auditiva y hasta táctil- con los colegas, rápidamente da lugar a omisiones, malentendidos, dificultad para comprender los cambios en las tareas asignadas.
Hay personas cuyo desempeño guarda alguna dependencia de un factor clave y silencioso: el ambiente de trabajo, la sensación primordial de ser parte de un equipo que comparte objetivos y una cultura en común. Esto explica por qué se han producido casos de profesionales con un excelente historial de responsabilidad, cuyos índices han decaído con el teletrabajo. Además, este malestar, este sentimiento de inadecuación, de dificultad psicológica y física para convertir un pedazo del hogar en una oficina -sin saber si tiene un carácter transitorio o permanente-, no es fácil de explicar ni de comunicar a la empresa. Incluso para el propio trabajador tiene algo de incomprensible: genera impotencia y hasta cierta vergüenza profesional.
Nuevas problemáticas, una doble solución
Pero esta resistencia psicológica a reconvertir una parte del hogar en centro de trabajo, es sólo una de las nuevas problemáticas que han aparecido en el horizonte del teletrabajo. Mencionaré a continuación algunas otras.
En empresas donde la creatividad y la innovación tienen un rol destacado -organizaciones de servicios, consultoras de diversa especialidad, creadores de contenidos, medios de comunicación, centros educativos y otros- la falta de reuniones de equipo tiene consecuencias. El teletrabajo debilita o liquida el efecto think tank, que es como una bombona de oxígeno para la creatividad. Alrededor de una mesa de trabajo, donde se encuentran distintas opiniones y modos de analizar las cosas, surgen, por lo general, ideas y soluciones creativas a los desafíos laborales. Se toman decisiones que, al ser el resultado de la interacción, aglutinan el compromiso de varias personas y benefician la productividad.
El que en la mayoría de los países no haya legislación sobre el teletrabajo ha abierto las puertas a preguntas y debates: ¿Debe la empresa pagar una parte del costo de electricidad, agua e internet que consume el trabajador mientras trabaja en su casa? Si el trabajador tiene un accidente mientras trabaja en su casa, ¿corresponde a la empresa sufragar los gastos médicos? En el caso de los trabajadores que usan su computadora personal, ¿tiene la empresa el deber de pagar alguna renta por ese uso? Y, todavía más, hay quienes se preguntan si las empresas no deberían pagar un monto al trabajador por concepto de alquiler de una parte de su hogar. Por otro lado, de acuerdo con denuncias publicadas en diarios de varios países, especialmente de América Latina, son muchos los empresarios que han aprovechado el momento para reducir el salario de sus trabajadores, aunque la carga laboral es la misma o superior.
Por fortuna, ninguna de estas dificultades luce insalvable. Una legislación adecuada y un modelo flexible que combine teletrabajo y actividad presencial lucen como el horizonte inevitable del teletrabajo en los próximos tiempos. Es probable que los profetas que han anunciado el declive de las oficinas, se equivoquen en alguna medida. Lo que parece anunciarse son centros de trabajo con otro carácter, donde la sala de reuniones ocupará un lugar central, para que grupos de trabajadores puedan reunirse periódicamente, renovar el pacto emocional con sus organizaciones, y luego volver a sus hogares a continuar con sus tareas.