Pedro Benítez (ALN).- La invasión del ejército alemán a Polonia el 1 de septiembre de 1939 es considerado como el inició de la Segunda Guerra Mundial. Un aspecto poco recordado de ese acontecimiento es la participación de la Unión Soviética en aquella agresión pues pocos días después, en pacto previo con el Gobierno nazi de Alemania, procedió también a invadir a Polonia por su frontera oriental. Es decir, dos dictadores, Adolf Hitler por Alemania y Iósif Stalin de la Unión Soviética, se repartieron por medio de la violencia a otro país más pequeño y débil.
No obstante, el papel de la Unión Soviética en ese acontecimiento, y la brutal represión que impuso en la parte polaca que ocupó, incluida la ejecución de 20 mil oficiales del ejército derrotado, serían convenientemente olvidados por una razón: quedó del lado de los vencedores.
Menos de dos años después, Hitler traicionó a su aliado circunstancial y ordenó la invasión de la Unión Soviética el 22 de junio de 1941. Inmediatamente el primer ministro de la Gran Bretaña, Winston Churchill, corrió a ofrecerle una alianza a Stalin. Cuando en el parlamento británico se le recordó su conocido acérrimo anticomunismo pronunció una de sus frases más célebres: “Si Hitler invadiera el infierno, al menos diría algo favorable del diablo”.
Seis meses después, Estados Unidos se unió a ese grupo que terminó por ganar la guerra en 1945. Tanto su presidente Franklin Roosevelt como Churchill sabían perfectamente quién era y cuáles eran los métodos de su aliado Stalin. Un sanguinario tirano que había impuesto el terror en su país, reprimiendo sin contemplaciones.
Con más de cinco millones de muertos por hambre en Ucrania como consecuencia de sus políticas y otros millones que pasaron por sus campos de trabajo forzado, así como miles de ejecuciones sumarias, Stalin fue un tirano al mismo nivel de maldad de Hitler.
En resumidas cuentas, Roosevelt y Churchill se aliaron con el diablo para combatir al diablo.
Esa pragmática conducta sentó doctrina en el mundo de las relaciones internacionales. El enemigo de mi enemigo es mi amigo no importa de quién se trate. Así la humanidad ha visto pasar las más insólitas e imprevistas alianzas movidas exclusivamente por el interés común o el enfrentamiento de las grandes potencias.
Extrañas alianzas
En el medio quedaron grupos como los miles de opositores anticomunistas, en su mayoría ex oficiales y familias de aristócratas zaristas, que habían huido de Rusia luego de la revolución de 1917. También el Gobierno polaco que se había exiliado en Londres en 1939, cuyos miembros observaron con desazón cómo su país era ocupado por tropas soviéticas en 1945 e instalaron posteriormente un régimen comunista.
Algo similar le ocurrió al exilio español que había perdido la guerra civil en ese país en 1939. Se esperaba que los vencedores desalojaran por la fuerza al dictador Francisco Franco de España, quien su vez había sido aliado del Eje nazi-fascista. Pero Franco no sólo sobrevivió en el poder sino que con el paso de los años pactó un acuerdo militar con Estados Unidos, a quien le permitió instalar importantes bases militares en distintos puntos de la geografía española. Habría que esperar cuarenta años para el retorno de España a la democracia.
De ahí en adelante, la lista de inconsecuencias entre los principios que se dicen defender y la necesidad de acomodarse ante la realidad política es bastante larga. Los distintos gobiernos de los Estados Unidos, por ejemplo, en contradicción con los valores que dieron origen a ese país, apoyaron a números dictadores de derecha por todo el mundo en su afán de frenar la expansión del comunismo. O se aliaron con antiguos enemigos, como con la China comunista en los años setenta para hacer causa común contra el enemigo soviético.
Los débiles, piezas de ajedrez
También ocurrió que, obligados por la circunstancias, en más de una ocasión dejaron en la estacada a aliados como Vietnam del Sur, a los kurdos en el Medio Oriente y al exilio cubano que nunca se imaginó que el expresidente John Kennedy permitiera la consolidación de una régimen comunista a pocas millas de Miami.
En el otro bando, los gobernantes de la Unión Soviética no dudaron en entregar a sus camaradas de los partidos comunistas en distintos países cuando las circunstancias así lo requerían.
Cualquiera que se tome la molestia de indagar un poco sobre la historia contemporánea descubrirá que en las grandes disputas internacionales los más débiles son como piezas de ajedrez. Esa es una de las razones por la cuales en América Latina varios de los dirigentes políticos más notables de la región se negaron siempre a alinear de manera incondicional a sus respectivos movimientos nacionales con una potencia en particular.
Es por esto que ha resultado insólito la ligereza con la que en Venezuela el sector opositor que representa el denominado “Gobierno interino”, y los jefes de los partidos políticos venezolanos del llamado G4, han entregado incondicionalmente su propia legitimidad política al inquilino de la Casa Blanca en Washington. Buscando lógicamente el apoyo internacional han confundido la gimnasia con la magnesia.
Intereses y no amistades
Desoyendo las advertencias que se le han formulado al respecto, imprudentemente ha insistido una y otra vez en reducir su propia fuerza al respaldo otorgado desde Washington. Ante cada crisis, ante cada una nueva dificultad, sus voceros han respondido invariablemente diciendo: “pero seguimos siendo reconocidos por Estados Unidos como el Gobierno legítimo de Venezuela”. Lo que ha sido cierto hasta ahora, pero al mismo tiempo pasando por alto que, por una cuestión de elementales principios democráticos, el origen de su hoy cuestionada legitimidad deberían ser los votos y el respaldo popular de los venezolanos.
Pero además, desconociendo olímpicamente la naturaleza de la cultura política latinoamericana, de la propia Fuerza Armada Nacional (FANB) venezolana y del mundo de las relaciones internacionales; un mundo de poder donde no hay amigos, hay intereses, como se ha repetido en infinidad de veces.
En ese sentido la reunión que el pasado sábado sostuvieron en Caracas dos altos representantes de Joe Biden con Nicolas Maduro es una advertencia para toda la oposición venezolana. Estados Unidos está al borde una guerra con otra potencia que posee armas atómicas. La peor pesadilla que pueda tener un presidente de Estados Unidos.
Venezuela, el menor de los problemas de Biden
De paso con una crisis económica en desarrollo por el precio mundial de la energía que la invasión rusa a Ucrania ha agravado. Frente a este panorama, en el que el orden político mundial se está desajustando, Biden tiene problemas mucho más graves que Venezuela. Es duro decirlo pero es así.
Si tiene que aliarse, aunque sea temporalmente con el diablo para enfrentar al diablo lo tendrá que hacer. Su trabajo consiste en escoger todos los días entre un mal mayor y un mal menor. El que no entienda eso no comprende de qué va esta cuestión.
Cualquier presidente de Estados Unidos que estuviera en su situación haría exactamente lo mismo. Tratar de quitarle un aliado a mi enemigo (Rusia) y de paso sacarle alguna ventaja (en este caso algunos barriles adicionales de oro negro). Biden no es socialista, ni se va a hacer madurista y mucho menos amigo de Maduro.
¿Qué haría Trump?
Si Donald Trump estuviera en su lugar haría lo mismo e igualmente el senador Marco Rubio, quien no desaprovecha la oportunidad para aparecer unos minutos en las cadenas de televisión nacional norteamericana, y en las redes sociales, expresando su indignación por esta movida de la administración Biden hacia Venezuela, pero que en realidad tiene los ojos puestos en las primarias republicana para elegir candidato presidencial en 2024. Cada quien hala la brasa para su sardina.
En resumen: hipotecar la causa democrática venezolana en manos de una potencia, así sea la más importante y la primera democracia del mundo ha sido un error, una imprudencia y una inconsecuencia con los principios que se dicen defender. La política opositora venezolana la deben hacer los venezolanos para los venezolanos.
Haber metido a Venezuela en la disputa de las grandes potencias es otra de las garrafales irresponsabilidades del anterior jefe del Estado. Pero será tema de otro capítulo.