Juan Carlos Zapata (ALN).- Otra vez circula en España El Soberbio Orinoco. Escrita por Julio Verne en 1898, llevaba tiempo sin aparecer en los puestos de venta. Es la misma edición de la Colección Hetzel. El Ateneo de Caracas publicó la obra en 1979 con prólogo de Salvador Garmendia. Vale que la novela esté disponible mientras crece el éxodo de venezolanos en Madrid y casi toda España.
Julio Verne no vio el Orinoco pero lo que leyó le bastó para imaginarlo y detallarlo con sus aguas, sus plagas, tribus, fauna y flora, con sus gentes, sus islas, las embarcaciones, los afluentes, los poblados, los raudales, las montañas, la selva, y la historia.
Dos relatos se mezclan en la novela. La búsqueda de un padre perdido. Y la apuesta de unos amigos para demostrar dónde nace el Soberbio Orinoco. Julio Verne despeja la polémica. Y no requirió de Google Maps. Hoy el libro se puede leer consultando a Google Maps y quedará el lector satisfecho de que a Verne no se le escapó ningún punto geográfico de importancia, río arriba y río abajo, de esta intrincada vastedad.
La Colección Hetzel rescata y vuelve a poner en los kioskos de España su edición ilustrada de El Soberbio Orinoco. Reaparece justo cuando el éxodo de venezolanos se extiende por la península. Sólo en Madrid ya alcanza las 100.000 almas. El Ateneo de Caracas la había reeditado en 1979 con traducción de Pedro R. de La Rosa y prólogo del novelista Salvador Garmendia.
Verne pone en manos del personaje principal, Juan De Kermor, el hijo francés del desaparecido coronel De Kermor, los libros de los científicos también franceses que habían explorado el Orinoco en 1884 y 1886 y 1887. Verne escribe en 1898. Pero el relato se centra en 1893. Aquellos libros sirven de guía al joven Juan para orientarse en la aventura. Es una excusa en verdad. Es la manera de Julio Verne de situar al lector en cada punto de la geografía.
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Señala que Juan no tenía “necesidad de nadie para reconocer todas las ciudades, las islas y las curvas del río”. Contaba con las publicaciones de los científicos exploradores. “El joven tuvo que contentarse con leer y releer el libro de su compatriota, tan preciso en lo que se refiere al Orinoco y no hubiera encontrado mejor guía que el viajero francés”. Es en verdad Julio Verne metido en Juan quien hace este reconocimiento.
Son esas ciudades, poblados, aldeas, misiones, las islas, las curvas del río, la lluvia, el sol, el calor, el cielo pleno de aves, la magia y el aullar de los monos lo realmente cierto en la novela. Porque el joven no es un joven y el tío que lo acompaña en el viaje tampoco lo es y el coronel ya no es el coronel. Hay en la obra una ambigüedad que la naturaleza salvaje ni la violencia de los hombres logran eclipsar. Al final, todo quedará al descubierto.
Ciudad Bolívar, Caicara, Cabruta, Soledad, San Fernando de Atabapo, son poblados que han resistido al tiempo, a las pestes, a las guerras civiles, y la devastación de ciertos procesos políticos. Siguen allí como las islas del Muerto, Tucuragua, Tigrita, Verija de Mono, etc. Siguen el Apure, el Arauca, el Meta, el Guaviare y el Atabapo, que estos últimos son los ríos que motivan la polémica de la historia paralela.
Si a Julio Verne le sirvieron los libros de exploradores como guía precisa para escribir la novela, esta, hoy, podría constituirse en otra guía de viajes con el fin de entretener turistas curiosos que se aventuren por ese mundo aún soberbio y descomunal. La obra de Verne es una visión geográfica y al mismo tiempo humana de cómo viven y de qué se alimentan los hombres y mujeres que habitan esos espacios. Podemos, además, darnos una idea de la Caracas y la Venezuela de ese tiempo, y aproximarnos a que algunas cosas no cambian. Lo confirma este comentario: “en los Estados hispanoamericanos las revoluciones no se realizan jamás sin la intervención del estamento militar”.
Comenta Salvador Garmendia en el prólogo para la edición de El Ateneo de Caracas, que “nos sorprende en algún momento un toque de ironía maliciosa que parece indicar un conocimiento más íntimo del país por parte del autor, cuando hace mención de ‘uno de esos generales sin soldados como tantos que hay en estas repúblicas americanas’ o cuando se refiere con evidente sorna a ‘uno solo de los 7.000 generales del Estado Mayor de Venezuela”.
La historia tiene un final feliz al cabo de 5.000 kilómetros de recorrido por el Soberbio Orinoco. Resucita una hija que se dio por muerta; aparece el padre, que estaba perdido; nace un amor y hasta el tío que no era tío, vuelve a la vida después de cierto percance.