Sergio Dahbar (ALN).- En abril pasado las investigaciones del historiador vienés Herwig Czech desacreditaron a Hans Asperger, el pediatra que trató a niños autistas durante la Segunda Guerra Mundial.
Pareciera que ningún ídolo quedará incólume ante cierta necesidad tribal de desacralización contemporánea. Vemos cómo caen estrellas masculinas del espectáculo y la política, acusadas de abuso sexual y otras formas perversas de manipulación. O Premios Nobel destacados en campos científicos que pierden trabajo y futuro por un mal chiste machista. O activistas que se disfrazan para defender a minorías largamente oprimidas.
Desde hace tiempo científicos y empresas que tuvieron papeles protagónicos en los años de la Segunda Guerra Mundial han sido señalados de coquetear con el poder de los nazis. Bajo este paraguas ha quedado la figura del pediatra vienés Hans Asperger, médico católico de derecha y firme creyente de que era posible manipular los rasgos hereditarios para mejorar la raza. Con 25 años trabajó en un prestigioso hospital de Viena bajo las órdenes de los nazis. Mucho tiempo después, su apellido fue propuesto por la psiquiatra británica Lorna Wing como nombre para llamar a un síndrome que había estudiado Asperger en niños.
Asperger describió a niños que carecían de la capacidad de interactuar con los demás. No mostraban retraso o déficit en la inteligencia o capacidades cognitivas o comunicación verbal, pero al igual que otros niños autistas, poseían deficiencias en la interacción social, y actuaban de forma repetitiva y ritual.
Czech descubrió que en 1942 Asperger era miembro de una comisión que seleccionó y clasificó a más de 200 niños vieneses con discapacidades mentales
Pronto, Asperger se hizo ampliamente conocido como el observador del “extremo de alto funcionamiento del autismo”. En los medios populares, se atribuía de manera diversa a casi todos los hombres y ciertamente a todos los hombres nerds: genios informáticos con un coeficiente intelectual por encima de la media, científicos avanzados, esposos curiosos que nunca miraban ni hablaban adecuadamente con sus esposas.
La reciente investigación del historiador Herwig Czech vuelve más compleja la figura idealizada de Hans Asperger, quien trabajó por corto tiempo en la clínica progresiva que había dirigido Erwin Lazar, discípulo de Eugen Bleuler. Fue en esta clínica donde se originaron muchas de las primeras ideas sobre el autismo. El simpatizante nazi Franz Chvostek se convirtió en su aliado. Y promovió su ascenso cuando el Hospital de Niños de Viena quedó en las manos de Franz Hamburger. Ambos creían en la esterilización masiva. Hamburger despidió a la mayoría del personal judío del hospital y, en 1931, Asperger, de 25 años, se convirtió en uno de sus primeros nombramientos.
Herwig Czech acusa a Asperger de colaborar con crímenes del Tercer Reich durante la Segunda Guerra Mundial. Específicamente, Czech descubrió que en 1942 Asperger era miembro de una comisión que seleccionó y clasificó a más de 200 niños vieneses con discapacidades mentales. Treinta y cinco de los niños en ese grupo fueron etiquetados como “no aptos para el consumo” y “no utilizables”; como resultado, fueron enviados a la notoria clínica Am Spiegelgrund, donde finalmente fueron sacrificados.
En busca de la verdad
A las investigaciones de Herwig Czech, se ha sumado un libro polémico de la historiadora Edith Sheffer, Los niños de Asperger: los orígenes del autismo en la Viena nazi. Sheffer va más allá de resaltar la complicidad de Asperger en las atrocidades de los nazis; su pretensión aspira cambiar las nociones de autismo como una categoría diagnóstica legítima al ubicar su origen en las nociones nazis de salud mental y enfermedad.
Sheffer se remonta a principios de los años 40, cuando Asperger examina a uno de los niños que destacaría en su artículo de 1944. En ese punto opta por describir el entorno en el que operaba Asperger. El Tercer Reich creó un “régimen de diagnóstico” al etiquetar a cualquiera que no estuviera de acuerdo con los objetivos, logros o ideología nazi como fundamentalmente enfermos.
Expertos en darle un nuevo uso al idioma alemán, los nazis utilizaron dos palabras: Volk, que se refería a la importancia del carácter nacional alemán y su gente; y Gemüt, palabra que usaban para indicar la “capacidad fundamental de una persona para formar lazos profundos con otras personas”. Esta forma monstruosa de observar el mundo condujo a medicar a todos los disidentes. Al final muchos fueron exterminados.
La narrativa de Sheffer sobre la matanza sistemática que surgió de esta mentalidad resulta escalofriante. A partir de 1939, un decreto nazi estableció que todos los médicos, enfermeras y parteras informaran sobre cualquier niño menor de tres años con discapacidades mentales o físicas. “Los niños ingresarían a una de las 37 ‘salas especiales para niños’ del Reich para su observación y, regularmente, asesinatos médicos”. Describe las cartas suplicantes de los niños y la confusión de los padres sobre las muertes repentinas de sus hijos, de forma impresionante.
La complicidad de Hans Asperger con la máquina de matar del Reich que presenta Sheffer no es sólida. Sus acusaciones dependen demasiado de argumentos que no convencen. Resultan débiles, quizás porque intentan sustentar una postura frente al problema del diagnóstico del autismo. No se trata de defender a Asperger, ni de ignorar su silencio ante la limpieza de médicos judíos de los hospitales de Austria. Pero un enfoque más inteligente habría estudiado en profundidad evidencia de que Asperger salvó las vidas de algunos niños discapacitados que habían sido marcados para la muerte. Esos fueron los hechos que se aportaron cuando Asperger fue aclamado como héroe después de la Segunda Guerra Mundial.
Hay hechos incuestionables sobre la relación de Asperger con el poder nazi y su discriminación contra seres humanos con discapacidades
Este caso contra Hans Asperger resulta sin duda fascinante. Hay hechos incuestionables sobre su relación con el poder nazi y su discriminación contra seres humanos con discapacidades. Los aportes del historiador Herwig Czech son relevantes y oportunos. El libro de Edith Sheffer organiza información valiosa, pero posee el defecto de quien quiere convencer a toda costa. Sin detenerse a pensar.
Al final de su libro Sheffer advierte que tiene un hijo autista. Una revelación pertinente, que explica en cierta forma su necesidad como madre de cuestionar la relatividad de los diagnósticos y el origen discutible de muchos de los estudios que sustentan la mirada científica sobre el autismo.
En una misma historia se cruzan un colaboracionista austríaco cercano al horror nazi, un historiador en busca de la verdad y una madre que quiere rebatir el edificio complejísimo de los diagnósticos que han variado a lo largo del siglo XX y el XXI sobre una dolencia difícil de aceptar.