Pedro Benítez (ALN).- El que tenga ojos que vea. Sin mucha alharaca y luego de 14 largos años el Gobierno de Nicolás Maduro ha formalizado la entrega del centro comercial Sambil, ubicado en la parroquia La Candelaria de Caracas, a sus propietarios originales. Un pequeño, aunque significativo paso orientando a cumplir la oferta efectuada hace casi un año en la actual Asamblea Nacional (AN) de “revertir aquellas expropiaciones cuando el sector privado así lo requiera”.
Como la memoria colectiva recordará, fue en diciembre de 2008, cuando en una de sus más sonadas intervenciones públicas, el anterior jefe del Estado ordenó la expropiación de ese recinto comercial justo antes de su inauguración. Su oposición a ese nuevo templo del capitalismo consumista fue (¿quién lo diría?) rotunda y radical. Aquella edificación debía servir “para otra cosa”, afirmó. No importaron las protestas de los vecinos del sector, ni de los pequeños comerciantes que habían invertido en sus locales y mucho menos se tomó en cuenta los miles de empleos directos que se dejarían de crear. El tema fue pasando lentamente al olvido, junto con la edificación, gracias a los abundantes petrodólares que por entonces financiaban el socialismo del siglo XXI y sostenían en alto su popularidad.
No fue sino hasta enero de 2010 cuando la mayoría oficialista de AN declaró esas instalaciones comerciales como “de utilidad pública e interés social”, comprometiéndose a desarrollar en las mismas una “Corporación de Mercados Socialistas”, así como “espacios para el fomento de la Cultura Revolucionaria”. Pero habría que esperar casi dos años para que se publicará en gaceta oficial su expropiación formal.
De más está decir que la mencionada edificación quedó como otro de los símbolos del abandono nacional. Pero en este caso no por una obra de infraestructura pública paralizada, sino por una inversión privada bloqueada. Ni lavar ni prestar la batea.
Aquella fue una señal clarísima de la guerra que por entonces se había emprendido contra el sector privado de la economía. Era la época de las expropiaciones de empresas que fueron pavimentando el camino a la ruina del país. De aquellos polvos a estos lodos.
El socialismo ha muerto en Venezuela
Pues bien, nuevamente la historia ha dado otro giro completo, en esta ocasión luego de casi tres lustros por razones suficientemente conocidas y que no es necesario repetir aquí. Para decir lo largo corto, en Venezuela el socialismo ha muerto.
Con una Rusia en quiebra y con todo el mundo desarrollado en su contra, ahora Maduro no mira hacia Cuba, sino hacia Bolivia. Es de suponer que ese es el nuevo ejemplo a seguir. El arte de ejercer un populismo con responsabilidad fiscal, amigo de los empresarios privados y aplaudido por los organismos internacionales. Después de todo Evo Morales demostró no ser un tonto. No al menos en términos económicos; lo que ha permitido que hoy gobierna bajo su sombra su anterior ministro del área, el presidente Luis Arce.
Eso no fue ninguna novedad ni el descubrimiento de la fórmula del agua tibia, era el modelo que, al menos de arranque, aplicaron Luis Ignacio Lula Da Silva en Brasil desde 2002, Néstor Kirchner en Argentina desde 2003 y luego Rafael Correa en Ecuador desde 2006. Luego cada quien se desviaría del camino introduciendo diversas distorsiones en las economías de sus respectivos países que todavía hoy pagan sus conciudadanos.
¿Se arregló Venezuela?
Ahora bien ¿Este giro que simboliza el Sambil de La Candelaria es garantía de la recuperación plena de Venezuela y de su prosperidad futura? La respuesta categórica es que no. Hacen falta muchas otras cosas (como hicieron Evo y Arce en Bolivia) que el Gobierno de Maduro, enredado en sus propios dilemas, no está haciendo.
Subir impuestos, incrementar tarifas y tasas de servicios sobre el debilitado cuerpo económico, anunciar incrementos de salarios sin revisar la costosa ley laboral, sin correspondencia con la productividad de las empresas, con un absurdo marco jurídico regulador que no se aplica pero que formalmente sigue vigente, sin garantías para la inversión de largo plazo y manteniendo un rezago en la tasa de cambio con respecto al dólar, son señales de que no se tiene un plan económico coherente, y que por el contrario se está improvisando. Aunque, al menos, esa improvisación no va en el sentido de profundizar en el precipicio socialista.
Ante esto, surge una pregunta de sentido político: ¿Cuál debería ser la actitud de la oposición venezolana? ¿Negarse a ver lo que es evidente? ¿Amargarse porque el chavismo emprenda su viaje de regreso de sus costosísimas (para los venezolanos) políticas en contra del sector privado?
¿Qué le conviene a Venezuela?
Por cierto, y a propósito de que esto ocurre en un determinado contexto: ¿Qué le conviene a Venezuela? ¿Mantenerse en el eje ruso o tener relaciones normales comerciales normales con Estados Unidos, Europa y Colombia? ¿Tener un gobierno que persigue a los empresarios y les cierre los negocios o que les dé una tregua?
El Sambil fue en su momento un símbolo y ahora lo vuelve a ser. Muy probablemente con mucho pesar para sus propietarios.
Sin embargo, es una señal de que Maduro ha cambiado astutamente su estrategia para sostenerse en el poder. El contexto internacional también está cambiando a una velocidad de vértigo. El sentido común indica que los que desean un cambio más profundo y más positivo para Venezuela deberían también cambiar radicalmente su estrategia. No obstante, muchos no lo podrán ni lo querrán hacer. El mundo sigue girando.