Sergio Dahbar (ALN).- A Gustavo Grobocopatel lo conocí en 2006 en Venezuela, adonde fue invitado por Hugo Chávez. Me confesó, decepcionado, que nadie lo había querido recibir. El argentino es hoy uno de los 20 empresarios más influyentes de América Latina.
No todos los unicornios latinoamericanos son iguales. Déjenme explicarme. Un artículo del mes pasado de la revista Forbes informaba, de manera extensa y bien investigada, sobre el éxito que ha tenido una empresa de biotecnología de Argentina, Bioceres. Nació bajo el signo de la crisis y nunca decepcionó a quienes apostaron dinero.
Me llamó la atención esta empresa, que se prepara para desembarcar este año en Wall Street y hacer sonar duro la campana del New York Stock Exchange, cuando obtengan aprobación de Securities and Exchange Commission (SEC), ente regulador del mercado de capitales de Estados Unidos. Porque nació en el mayor colapso económico de 2001, cuando el expresidente Fernando de la Rúa decretó el ‘corralito’ en Argentina.
Me llamó la atención encontrarme con un empresario joven y muy cordial
En ese curioso quiebre nacional 23 productores agropecuarios tomaron una decisión sin precedentes. Crear el 12 de diciembre de ese año inolvidable, con el estruendo de las protestas como fondo, la que es hoy una compañía agroindustrial líder en biotecnología de semillas. Su valor estimado es de 600 millones de dólares. El aporte inicial fue de 600 dólares per cápita.
“Teníamos la certeza de que la biotecnología era un tema central en el futuro de la competitividad del sector agropecuario y también veíamos que la crisis expulsaba a los científicos. Fue entonces que constituimos una plataforma entre los inversores privados y el mundo de la ciencia para retener a esos trabajadores”, resume ante el periodista Facundo Sonatti uno de los 23 socios, Gustavo Grobocopatel, quien además es el hombre que ha revolucionado el campo en Argentina, al convertirse en el rey de la soja.
Aprovechar las crisis
Conocí a Gustavo Grobocopatel en 2006. Un amigo común, que había vivido en Venezuela, le comentó que si visitaba Caracas debía llamarme. Y así lo hizo. Se había hospedado en el Hotel Hilton y allí nos reunimos a desayunar en uno de sus pisos más altos.
Me llamó la atención encontrarme con un empresario joven y muy cordial, que había venido a Venezuela invitado por el presidente Hugo Chávez. Se habían cruzado en una actividad internacional y allí surgió la idea de que visitara el país para conversar con los ministros y ver qué posibilidades había para desarrollar las ideas innovadoras de Grobocopatel.
Me llamó la atención la parábola de este descendiente de judíos rusos de Besarabia, gente sin dinero que había emigrado a Argentina a principios de siglo para trabajar en la pampa. Una familia humilde. No siempre había frutas para todos. Una manzana se repartía entre tres hermanos.
En dos generaciones, ocurrieron milagros. Gustavo Grobocopatel fue el primer graduado universitario de su familia. Estudió Agronomía en Buenos Aires, después de haber vivido toda su vida en la ciudad Carlos Casares, de 20.000 habitantes. Y decidió cambiar para siempre la historia de la empresa familiar.
Hoy Gustavo Grobocopatel es uno de los 20 empresarios más influyentes de Argentina. Entendió que debía otorgarle una perspectiva tecnológica a la producción agropecuaria, que era primitiva y anticuada. Incorporó la siembra directa, que no es otra cosa que sembrar sobre los rastrojos de la cosecha anterior. Toda una técnica de avanzada, muy polémica y con muchos enemigos.
En Harvard se estudia el caso de Los Grobo, como se llama la empresa: los llaman el toyotismo de la agricultura. Gustavo Grobocopatel ha estudiado la filosofía Kaizen de Toyota, sistema de producción basado en la calidad total. Hasta su aparición nadie hablaba de network, de redes, de clientes, de proveedores, ni de desarrollo sustentable ni de responsabilidad social.
La facturación anual de Los Grobo es de 800 millones de dólares al año. Administran 150.000 hectáreas (entre Argentina, Uruguay y Brasil), sembradas en 60% de soja. Argentina es hoy uno de los principales exportadores de aceite de soja y se encuentra entre los tres mayores exportadores del grano. Gustavo Grobocopatel es el símbolo de un cambio en la manera de trabajar la tierra: agricultura sin capital, sin trabajo y sin tierras. 90% de las hectáreas no le pertenecen.
Maneras austeras
Me impresionó conocer a un empresario que factura millones de dólares y no parece un potentado pretencioso. Gustavo Grobocopatel es lector de Octavio Paz, le gusta la pianista Marta Argerich y tiene pasión por el cine de Eisenstein. Desde niño le atrajo el canto lírico y tiene una profesora a la que no abandona. Todos los periodistas que lo conocen resaltan que parece un profesor universitario, un animal de la clase media bien educada.
No usa chofer ni guardaespaldas. No tiene mujer de servicio. Utiliza el autobús público y el Metro de Buenos Aires y suele repetir una frase que le decía su padre: “Si no cuidas lo poco, no cuidas lo mucho”. Sus hijos reconocen que se han formado con figuras que siguen lavando los platos y cocinando.
Asegura que quienes critican la soja están contra los pobres que empezaron a comer
Tiene muchos adversarios. Lo cuestionan profesores, conservacionistas, agricultores. Una de las zonas más polémicas la representan los agroquímicos que usan para combatir las malezas, como el glifosato.
Cuando nos vimos en Caracas en 2006, hace 10 años, le pregunté que cómo le había ido con los ministros de Hugo Chávez. Me confesó, decepcionado, que nadie lo había querido recibir.
Se sentía apenado porque habían gastado dinero en su viaje. Grobocopatel no tenía cómo saberlo, pero sin duda su impronta era inmanejable para uno de los últimos dictadores de América Latina, que siempre prefirió la lealtad genuflexa antes que la eficiencia en la gestión pública.