Pedro Benítez (ALN).- Los primeros acuerdos anunciados en ocasión del reinició de las reuniones de la mesa de negociación en Ciudad de México entre el gobierno de Nicolás Maduro y los representantes de la Plataforma Unitaria (PU), así como la oportuna licencia otorgada a la compañía petrolera Chevron por parte del gobierno de Estados Unidos, ponen en evidencia, más allá de la propaganda, del mensaje que cada quien manda a su grupo y de las críticas de lo que no fueron convidados, la descomunal asimetría del poder dentro de Venezuela.
Un grupo, el Gobierno, tiene todo el poder; el otro grupo (o grupos) se encuentra a su merced. No hay contrapesos, no hay equilibrios, no hay partidos fuertes en la oposición, no hay sindicatos que puedan amenazar con huelgas y movilizaciones, no hay sociedad civil, no hay calle. No es la Venezuela del 2002, del 2007 o del 2016. Mucho menos la del lejano régimen anterior.
La PU, constituida por los partidos y dirigentes opositores que desde el 6 de diciembre de 2015 viene administrando el cada vez más disminuido capital político que ese día la mayoría del electorado les otorgó, depende totalmente de los vaivenes de la política exterior estadounidense. A excepción del gobernador del Zulia, Manuel Rosales, ese sector puso todos sus huevos en esa canasta. Ahorremos en esta ocasión recordar cómo llegaron hasta allí.
Por su lado, los demás factores opositores (porque salieron de la oposición) que han decidido llevar una política disidente de la oposición tradicional, a veces girando en torno a esta, otras veces como sus más duros críticos, también se mueven en los estrechos límites que permite el Gobierno.
El acuerdo anunciado en México
El acuerdo social anunciado en México para atender la emergencia humanitaria se da en ese marco. De ahí en adelante cada sector lo vende como mejor cree que le conviene.
El chavismo, siempre fiel a su narrativa, lo exhibe como una gran victoria popular. Estamos derrotando al bloqueo y a las sanciones; somos reconocidos como el Gobierno que controla Venezuela. El imperio no pudo con nosotros. Hemos derrotado, una vez más, a nuestros enemigos, que son los mismos de la patria. Nada de reconciliación entre dos países enfrentados que acuerdan detener años de conflicto destructivo. La presencia de Camila Fabri de Saab en la representación oficial busca, precisamente, reforzar esa percepción. Una vez más una parte del país se impone sobre la otra.
La PU la tiene más difícil porque, por mejores explicaciones que dé Gerardo Blyde (lo cierto es que lo hace muy bien), es demasiado evidente que el proceso de negociación y sus primeros anuncios son absolutamente contrarios a la narrativa que ha sostenido por años ese grupo. La estrategia de máxima presión interna y externa NO alcanzó los resultados esperados y ofrecidos. Hoy NO se está negociando la salida de Maduro del poder. Se está intentando arrancarle ciertas condiciones bajo las cuales seguirá ejerciendo ese poder hasta, por lo menos, enero de 2025. Una realidad demasiado evidente para todos.
La continuidad de la revolución
Digamos que en términos de comunicación política es la permanente contradicción entre lo que se dijo ayer y se hace hoy. Eso pasa siempre en todas partes; el propio chavismo no escapa de la misma, pero su narrativa es mejor porque se ajusta a su objetivo central, la continuidad de la revolución, que no es otra cosa que la permanencia de sus dirigentes en el poder. Cualquier cosa que haya que hacer o concesiones que se tengan que aceptar se asumirán en función de ese objetivo supremo. Todo indica que el Gobierno y la dirección política del PSUV han conseguido desde hace años que sus bases se compenetren con esa idea. Es lo que les permite “cabalgar las contradicciones”. Razón por la cual, por cierto, el chavismo disidente, o alguna oferta opositora que pretenda presentarse como chavismo light, nunca será una alternativa. La ideología es el ejercicio mismo del poder.
La oposición, por su parte, concretamente la PU, no tiene ni esa ventaja ni esa habilidad. Es presa, una y otra vez, de las enormes expectativas del discurso inmediatista y de cambio inminente que sus principales voceros alimentaron con insistencia. Ha aceptado los términos y primeros resultados de la negociación mexicana en curso porque así se lo ha impuesto su principal valedor internacional que es el gobierno de Estados Unidos.
Desde que regresaron a trompicones y forzados por las circunstancias a la vía electoral en noviembre de 2021, la lucha dentro de Venezuela de los partidos que conforman la PU no ha sido por llegar a Miraflores sino por seguir siendo el grupo opositor predominante.
Negociación en México y voto
Incluso, los dirigentes que en ese sector son conscientes que la vía de lucha más efectiva que tiene la oposición venezolana es por medio del voto, no se atreven a admitir públicamente que la redemocratización de Venezuela no será un evento a corto plazo sino un proceso largo, sinuoso, repleto de obstáculos, de avances y retrocesos, aún en el caso de que Maduro sea derrotado electoralmente en 2024. Una posibilidad que tiene fundamento en la realidad y no en la fantasía.
Sin embargo, esa es la narrativa que no se quiere asumir. Más fácil es seguir vendiendo, de manera infantil e irresponsable, la cesta de las falsas expectativas. El principal riesgo que la oposición venezolana tiene de cara a la próxima elección presidencial es el de dejarse arrastrar, una vez más, por el espíritu revanchista de abril de 2002 y enero de 2016. Venimos aquí a hacer caída y mesa limpia. Eso sería volver a lanzar la pelota del cambio político diez años más adelante, y así, hasta que ninguno de los venezolanos que hemos sido testigos de todo esto estemos vivos.
Y no se trata de que la eventual (o eventuales) candidatura (s) opositora (s) asuma (n) un discurso gelatinoso, endeble y cobarde, implorando perdón y pretendiendo ser más chavista que Chávez. Venezuela requiere cambiar el estilo, medios, objetivos y propósitos del régimen socio político instaurado a partir de enero de 1999, que desperdició el mayor y más largo auge de precios del petróleo de la historia economía mundial. Cualquiera que recorra el territorio nacional más allá de la “burbuja” puede constatar la miseria generalizada, la desnutrición infantil y la infraestructura en ruinas. Los venezolanos más pobres no emigran por moda.
Ante esa realidad la oposición tiene que asumir un discurso firme, de principios, aferrado al voto, a la democracia, a la libertad y a la paz; contra viento y marea.
Biden, con la sartén agarrada por el mango
Este es el tono con el que no han dado (por las razones que sea) los sectores opositores disidentes y/o críticos de la PU, que perciben, con cierta desazón, cómo se han cumplido al pie de la letra todas sus advertencias ante el giro abstencionista que la mayor parte de la dirigencia opositora asumió de 2017 en adelante. Porque, vamos a recordarlo, todos los que públicamente apoyaron el intento del ex gobernador Henri Falcón de romper aquella línea política en 2018 fueron crucificados en ese circo romano que son las redes sociales. Con ellos se aplica aquel comentario de Teodoro Petkoff según el cual lo importante en política no es tener la razón sí que se la den a uno.
Pese a tener, en lo fundamental, la razón, todo ese grupo no ha logrado conectar con el país. Se le ve (con o sin razón) como la oposición de la oposición en medio de la estrategia oficialista por mantener fracturado al campo democrático.
Mientras tanto, Maduro prosigue en su camino de ser aceptado por la comunidad democrática internacional como un presidente “legítimo”. Para lograr eso requiere dar ciertas concesiones, no a la oposición doméstica, sino a Estados Unidos y a Europa, que ya veremos si le conviene o no otorgar. La Administración Biden, que en ese sentido tiene el sartén agarrado por el mango luego de la elección norteamericana de medio término, busca que Venezuela, aún bajo Maduro, se desplace hacia el campo occidental. Para eso tiene un nuevo aliado en el presidente colombiano Gustavo Petro, que por sus propias razones tiene agenda común con la Casa Blanca.
Los límites del poder chavista
En ese cuadro, lo único claro es la determinación de los dirigentes del PSUV a no perder el poder. Están convencidos que esta oposición no se los puede disputar. Allí reside su verdadera fuerza. Creen que no perderán nunca ese poder. Esas son las líneas de la cancha sobre las que permiten jugar. Tres de los cinco árbitros, el balón y la barra son de ellos. Maduro ya ha visto pasar a tres presidentes por Washington y espera al cuarto sin desesperarse.
Los límites del poder chavista son, por lo tanto, los que imponen su propia dinámica interna y su realidad externa. Hay uno que este capítulo mexicano ha evidenciado: el petróleo.
Por consiguiente, cualquiera que dentro de Venezuela confié su política no a sus propias capacidades, por más precarias que estas sean, sino a las posibles concesiones de Maduro (que puede dar o quitar sin que le mueva una ceja) o la consistencia de la política exterior estadounidense, puede quedar colgado de la brocha. No será la primera ni la última vez que eso pase.
En resumen, se hace lo que se puede, no lo que se quiere. Pero eso que se haga se tiene que hacer con convicción y con los pies sobre la tierra.