Rafael Alba (ALN).- Los artistas colombianos y puertorriqueños son los grandes protagonistas del éxito global de los nuevos estilos urbanos. La capital de Antioquia se erige ahora como una nueva meca para los artistas latinos y amenaza la pujanza de Miami.
Quién lo iba a decir. Hace sólo unos años, la reputación de Medellín no era demasiado buena. La capital de la Antioquia colombiana ya era mundialmente conocida desde hace mucho tiempo, pero su fama estaba relacionada sobre todo con un famoso cartel dedicado al tráfico de cocaína que reinó en la zona casi dos décadas a finales del siglo XX y cuya historia criminal, a veces aderezada por una innecesaria dosis de épica, ha servido como origen y alimento de muchas producciones audiovisuales de éxito. Por suerte, esa etapa oscura parece haber quedado atrás. Y hoy, ese mismo núcleo urbano sirve como base y cimentación de una nueva edad de oro para Colombia. La que parece vivir en este mismo momento una industria musical poderosa que ha sabido sacar del ghetto a los ritmos urbanos y utilizar la potencia del reggaetón como fuente de energía fundamental de un movimiento que ha llevado en sólo dos años a la música latina a la cima de los grandes mercados globales.
Hoy Medellín sirve como base y cimentación de una nueva edad de oro para Colombia. La que parece vivir en este mismo momento una industria musical poderosa que ha sabido sacar del ghetto a los ritmos urbanos y utilizar la potencia del reggaetón como fuente de energía fundamental de un movimiento que ha llevado en sólo dos años a la música latina a la cima de los grandes mercados globales
Tal vez porque estas canciones de temática simple y explícita y ritmos irresistibles se han adaptado a la perfección a los nuevos formatos de consumo musical que han consolidado la confluencia del streaming y los teléfonos inteligentes. Hay un estilo claro y un sistema bien definido que parece haber encontrado los ingredientes del éxito y quienes desean aplicarlos en sus grabaciones acuden a los estudios colombianos en busca de músicos, arreglistas y productores que les proporcionen ese toque bailable y fresco que hoy parece indispensable para aspirar a la relevancia comercial. Del mismo modo que para muchos Nashville es la gran referencia del country y Nueva Orleans la del jazz, ahora Medellín, y también un poco San Juan de Puerto Rico, son las ciudades que se relacionan con esa música emergente que parece a punto de arrasarlo todo. Hubo un tiempo, ya muy lejano, en que los baladistas latinos venían a grabar a Madrid en busca de orquestaciones suntuosas y música ligera. Después llegó Miami, que alcanzó los cielos gracias a los brillantes sucedáneos de son cubano que facturaba la familia Estefan. Pero ahora, esos viejos laureles parecen haberse evaporado.
El tramo final de la segunda década del siglo XXI ha sido testigo de la consagración de un género que, sin embargo, acumula una historia de más de 20 años de vigencia ininterrumpida en las pistas de baile, del subcontinente primero y de medio mundo después. Y en el que no convendría ignorar que junto a esa modernidad frívola que parece caracterizarle y que le ha traído innumerables críticas a lo largo del tiempo hay también un evidente rastro de los ADN rítmicos caribeños más ancestrales. Por ese camino han transitado propuestas de todo tipo, desde las abiertamente políticas como la defendida por Calle 13, a las centradas en la diversión inmediata, algunas llegadas desde Puerto Rico como las de Luis Fonsi, Ozuna o Bad Bunny, y la mayoría con patente colombiana. Como las defendidas por las nuevas estrellas del estilo de Maluma, Nicky Jam, los veteranos con éxito que han optado por dejarse contaminar por las tendencias flamantes como Shakira, Juanes y Carlos Vives, o el nuevo jefe de filas de todo esto: J. Balvin, que empezó a cambiar la historia el año pasado cuando consiguió que Beyonce participará en Mi Gente, uno de sus primeros éxitos y que ahora ha obtenido, además de un impacto comercial indudable, el reconocimiento crítico que le hacía falta a un estilo hasta ahora calificado de menor y populachero.
El impacto de Rosalía y J. Balvin
Hace un año más o menos, J. Balvin se asomó al escenario del festival californiano de Coachella, quizá el más importante de la escena vanguardista mundial, como invitado en el show de Beyonce. Y sólo 365 días después, el colombiano volverá allí, pero esta vez con su show completo, como cabeza de cartel, en una actuación más que esperada que servirá para refrendar un liderazgo que ya le han concedido las principales revistas especializadas del mundo, desde la estadounidense Pichtfork a la española Rockdelux. No sólo eso Balvin también tendrá el honor de compartir cartel con Van Morrison, The Rolling Stones y Santana entre otros en la edición del 50 aniversario del Festival de Jazz de Nueva Orleans, una cita elitista y habitualmente reservada a músicos prestigiosos, en lo que puede ser el espaldarazo definitivo para su imparable ascensión a las alturas. un camino que ha contribuido a facilitar el impacto logrado por Vibras, su trabajo más reciente y laureado, en el que, por cierto, también participa Rosalía, la aportación española a la nueva fiebre del oro latina.
Estas canciones de temática simple y explícita y ritmos irresistibles se han adaptado a la perfección a los nuevos formatos de consumo musical que han consolidado la confluencia del streaming y los teléfonos inteligentes. Hay un estilo claro y un sistema bien definido que parece haber encontrado los ingredientes del éxito
Pero a la hora de valorar el éxito de Balvin, quizá uno de los productos más genuinos de la escuela reggaetonera de Medellín, convendría tener en cuenta que tras él hay un proceso de casi dos décadas con otros muchos protagonistas, absolutamente necesario para que finalmente se impusiera un sonido que empezó a realizarse en los circuitos underground de la ciudad y a difundirse a través de grabaciones de dudosa calidad realizadas en oscuros garajes. La historia, según la cuenta el especialista Eduardo Santos en un interesante artículo publicado por la revista colombiana Arcadia, habría arrancado hace 17 años, gracias a La rumba me llama, un programa de difusión local dirigido por el Gurú del Sabor, que sirvió como introductor del ‘perreo’ en esta localidad colombiana. Al principio, las ondas estaban, sobre todo, monopolizadas por los temas de Daddy Yankee, la gran estrella puertorriqueña del género, que con el tiempo sería corresponsable, junto a Luis Fonsi, de Despacito, el bombazo definitivo.
Así se plantó una semilla que fructificó bien en una ciudad en la que ya se habían realizado fusiones arriesgadas de la mano de pioneros como dj Playero o dj Blass, tipos capaces de atreverse con combinaciones de reggae, vallenato, hip hop, salsa, merengue y cumbia en una misma sesión. Siempre convenientemente mezclado y agitado antes de ser servido a un público con ganas de bailar y agitarse. Los nuevos referentes puertorriqueños añadían además letras explícitas, algunas abiertamente misóginas, que reflejaban una realidad cotidiana, a veces violenta, que muchos querían cambiar, pero de la que no se hablaba en el resto de las músicas comerciales en boga. Pura gasolina para una revuelta juvenil abonada a la incorrección política que prendería en incendio cuando las autoridades de la ciudad empezaron a poner trabas a las fiestas reggaetoneras. Así, en ese perenne enfrentamiento entre los adultos y las nuevas generaciones, suelen prender siempre las llamas de los estilos musicales que marcarán el futuro.
El padre de J. Balvin
La fiebre subterránea se tradujo finalmente en conciertos multitudinarios con miles de entradas vendidas que demostraron la viabilidad comercial y los beneficios económicos que podía aportar a Medellín un fenómeno que había dejado de ser una simple moda pasajera. Y que empezó a adquirir tintes artísticos autóctonos cuando los miembros colectivos de rap de la ciudad, siempre muy activos, como Golpe a Golpe, empezaron a trabajar sobre los beats llegados desde Puerto Rico. Poco después nacería Palma Productions, el primer estudio dedicado en exclusiva al nuevo género que se abría en este núcleo urbano. De allí surgiría Colombian Flow, la primera banda de este estilo puramente colombiana, y allí se produciría el encuentro entre el productor Alexander Jr. y J. Balvin, entonces un artista más orientado al rap, que iba a cambiarlo todo. Y, según cuentan las crónicas, iba a ser José Álvaro Osorio, el padre de Balvin y su primer manager, quien pusiera a su hijo sobre la pista de la música con la que finalmente iba a hacer fortuna. O eso es lo que cuentan las crónicas escritas por los historiadores del género.
El nuevo jefe de todo esto es J. Balvin, que empezó a cambiar la historia el año pasado cuando consiguió que Beyonce participará en Mi Gente, uno de sus primeros éxitos y que ahora ha obtenido, además de un impacto comercial indudable, el reconocimiento crítico que le hacía falta a un estilo hasta ahora calificado de menor y populachero
Luego llegarían los primeros éxitos nacionales de la factoría Palma, gracias a los artistas agrupados en el colectivo El Flow de Mi Tierra y a propuestas más matizadas, con mucho mejor sonido y menos salvajes que las iniciales como las defendidas por Fainal & Shako, el nombre artístico de Santiago Chacón, otro de los grandes pioneros del sonido Medellín. Luego, ya a finales de la primera década, llegaría la diva Karol G y los primeros hits internacionales que se produjeron en México, Ecuador y Perú, antes de que el público latino de EEUU se subiera al carro. Y, sobre todo, una nueva generación de músicos, compositores y productores en la que destacan, según la opinión de los expertos en el género, nombres como Sky Rompiendo el Bajo, Mosty o Bull Nene que ya han trabajado con el propio J. Balvin y con Maluma, por ejemplo, y que parecen asegurar el futuro de una factoría que ahora se encuentra en uno de los momentos cumbres de su funcionamiento.
Y parece que este fenómeno viral sólo está en sus inicios, con una potencia de contagio que puede superar la acreditada anteriormente por la bossa nova brasileña y la salsa neoyorquina de los 70, los únicos dos géneros de raíz latina que, como ya hemos dicho aquí, han conseguido colarse en los sonidos de un mainstream global, dominado siempre desde la segunda mitad del siglo XX por los artistas anglosajones. Una situación que quizá no cambie inmediatamente, pero que se ve amenazada gracias al impacto de las redes sociales, al regreso del formato canción y a la pujanza de las playlists, en ese nuevo escenario para el consumo musical ya consolidado al que nos referíamos antes. Porque si hay algo en lo que los músicos, los productores y los profesionales de la promoción relacionados con el auge de Medellín parecen ser especialmente expertos es en la capacidad para elaborar hits infecciosos que se adaptan a las mil maravillas a este mundo rápido y afectado por el déficit de atención general en el que ahora vivimos. A lo mejor es sólo eso y en poco tiempo vemos cómo explota la burbuja. Pero, a lo mejor no. A lo mejor el movimiento sobrevive. Parece que las raíces son profundas y que las obras verdaderamente relevantes todavía no han visto la luz. O eso dicen los que saben. Ya veremos lo que pasa.