Pedro Benítez (ALN).- El presidente argentino, Alberto Fernández, practica un complicadísimo juego de equilibrio entre la economía y la política. Entre la crisis económica que sólo se ha tomado un respiro en Argentina y las presiones que no cesan desde su propio campo. Empezando por su jefa política, la vicepresidenta Cristina Kirchner, y por la izquierda de la izquierda que representa un personaje como Juan Grabois.
Juan Grabois es un abogado de 37 años, fundador y principal dirigente del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), militante del Frente Patria Grande y una de las nuevas figuras de la política argentina. No es gobernador de ninguna provincia, ni intendente de ninguna ciudad, ni siquiera legislador. Pero es un factor político al que el gobierno del presidente Alberto Fernández tiene en especial consideración. O por lo menos no lo quiere de enemigo.
Es un conocido agitador en los barrios del Gran Buenos Aires y organizador de movimientos en contra del orden socialmente injusto, léase capitalista o “neoliberal”. Es lo que cierto lenguaje político denomina como “un dirigente social”.
Admirador de los expresidentes Fidel Castro y Hugo Chávez, aliado político de la expresidenta, y actual vicepresidenta de nación, Cristina Kirchner, es, además, amigo cercano del Papa Francisco desde cuando el cardenal Jorge Bergoglio era arzobispo de Buenos Aires.
Grabois era organizador de cooperativas de cartoneros de esa ciudad en el primer gobierno de Néstor Kirchner, y de esa época data su amistad con el actual Papa. En Argentina se afirma, medio en broma y medio en serio, que debe ser una de las pocas personas en el mundo con el número de WhatsApp del obispo de Roma.
Para el kirchnerismo tener de aliado a un activista político como Grabois es muy importante. Le cuida el flanco izquierdo. Le lava la imagen por sus negocios nada santos del pasado reciente con el agua bendita del progresismo y la bandera de la lucha por los más pobres. Cuando hace dos años a la expresidenta le llovían investigaciones judiciales por casos de corrupción, Grabois no dudó en defenderla “de la persecución judicial”.
Pero Grabois es un aliado incómodo. Lo fue durante el gobierno de la expresidenta y lo vuelve a ser ahora. Ideológicamente está a la izquierda de la izquierda. Es muy activo en recordar esto.
En días recientes aprovechó una disputa familiar para organizar la toma de una estancia en la provincia de Entre Ríos, con el fin de “construir un modelo agrario sostenible, libre de agrotóxicos y explotación (…), que cuide la madre tierra y respete los derechos de las familias campesinas”. La ocupación la bautizó como “Proyecto Artigas”.
La acción de Grabois, y su argumentación política, han sido un ataque al corazón mismo de la economía argentina. El sector agroexportador. El que genera la mayor parte de las divisas que tanto necesita el país. El mismo sector con el que la expresidenta Kirchner se peleó en su momento por el asunto de las retenciones al campo.
El mismo sector al que ahora apunta este aliado del kirchnerismo, como si el presidente Alberto Fernández no tuviera suficientes problemas. Justo cuando la economía pasa por uno de sus peores momentos.
No duró mucho la toma, a decir verdad. Esta dio pie a una acción legal por parte de sus propietarios que obligó, luego de cierta tensión, a Grabois y su grupo a abandonar la estancia, pero, por lo que él mismo ha dicho, no el proyecto.
“Comenzamos el Proyecto Artigas denunciando un pacto de poder, transversal a todas las fuerzas políticas, a toda la corporación judicial, que sostiene un modelo de concentración de las tierras, despojo a los débiles y destrucción ambiental”, dijo Grabois.
“En todo momento utilizando las vías institucionales y nos ajustamos a derecho aun a sabiendas de que la justicia no es neutral, que el Ministerio Público Fiscal está totalmente comprado por los Etchevehere (la familia propietaria de la estancia tomada), que las instituciones suelen ponerse del lado de los patrones y los poderosos. El pacto de poder sigue vigente”, agregó.
Es decir, Grabois no sólo cuestiona el principio de la propiedad privada (citando, por cierto, la última encíclica del Papa) sino además el orden legal del país. Algo que también ha venido haciendo la expresidenta, aunque por razones distintas.
Prestidigitación política
Si para recuperar el crecimiento de la economía, crear empleo y abatir una pobreza que, según los datos más recientes, va por el orden de 41% de la población, Argentina necesita generar confianza (palabras del presidente Fernández) pues acciones como las de su aliado Grabois no ayudan mucho.
Sin embargo, Alberto Fernández cree que puede hacer el juego del equilibrista. Está intentando sortear la actual situación argentina con las mismas tácticas de su antiguo jefe y mentor político, el expresidente Néstor Kirchner, allá por los años 2003 y 2004. Un discurso o gesto para cada público diferente.
Kirchner era amigo de Hugo Chávez y Fidel Castro mientras acompañaba a la Administración de George W. Bush en todas las votaciones importantes contra el terrorismo islámico. Se acercó a los grupos sociales de izquierda y pontificaba en contra de la década neoliberal (los 90) para que nadie recordara que fue aliado de Carlos Menem, el presidente más liberal de Argentina en un siglo.
Kirchner condenó firmemente las violaciones a los derechos humanos de la última dictadura militar (1976) para que olvidaran que ni él ni su esposa tuvieron activismo político alguno durante esa época.
Prestidigitación política. Simular una cosa con el discurso, mientras se hace exactamente lo contrario con las manos. Mientras el presidente Alberto Fernández no deja de criticar todos los días las políticas antipopulares del Fondo Monetario Internacional (FMI) llega a un acuerdo con este mismo organismo sin inmutarse. Critica diariamente a su antecesor Mauricio Macri por sus horribles políticas que llevaron al peso argentino a valer 60 por dólar mientras que a él le remonta la cotización libre a 167. El estilo Kirchner original.
Pero las circunstancias son muy distintas a la época en que le tocó ser jefe de gabinete de Néstor Kirchner. Este recibió una economía que se recuperaba rápidamente gracias a la fuerte devaluación del peso que le dio una ventaja cambiaria a la producción nacional y al auge mundial de las materias primas. Alberto Fernández no tiene el viento económico a su favor.
Así es muy complicado tener un discurso en la mañana para los empresarios a fin de tranquilizarlos y en la tarde alabar los proyectos agroproductivos de Grabois. “Es una idea a tener en cuenta. No es descabellada. Es para volver a recuperar la habitabilidad del campo. Detrás del planteo de Grabois hay algo serio, hay algo razonable, algo para discutir”, ha afirmado el presidente.
Pero no se puede complacer a todo el mundo al mismo tiempo siempre, y menos cuando los recursos no alcanzan. Y alcanzarán menos con aliados como Grabois. Es él y no Macri el verdadero enemigo de Alberto Fernández. Aunque en su discurso diga lo contrario.