Pedro Benítez (ALN).- Por profundas razones históricas que tal vez valga la pena estudiar, España ha tenido hacia la Cuba castrista una política de Estado. Ha durado tanto como la dictadura misma. Seis décadas. En dictadura y en democracia. Sean los gobiernos de izquierda o derecha. Un doble juego siempre orientado a no molestar (demasiado) al régimen castrista.
El inédito levantamiento popular en Cuba ha dado pie a una nueva diatriba en la política española. Los partidos de la derecha de ese país no han perdido la oportunidad de sacarle en cara al gobierno de coalición del presidente Pedro Sánchez su actitud tímida (o demasiado prudente) sobre los acontecimientos que desde el pasado 11 de julio se desarrollan en la mayor de las Antillas.
Uno de los reproches que en concreto se le hacen al presidente de Gobierno, y a la izquierda española en general, es el de evitar cuidadosamente calificar como de dictadura al Gobierno comunista de la isla, así como evadir condenar en términos contundentes la represión. Ese tipo de gestos que sus críticos desde la derecha consideran sería de valioso respaldo moral al pueblo cubano en las actuales circunstancias.
Por su parte, a la izquierda del PSOE, sus socios de coalición (Podemos) van más allá de los equilibrismos característicos de la diplomacia internacional y realizan una defensa abierta, y sin complejos, del régimen de La Habana, reivindicando su condición de “democracia socialista”.
UNA POLÍTICA DE ESTADO HACIA CUBA
Como no podía ser de otra manera, Cuba es una nueva oportunidad para que la opinión pública española se divida entre quienes atacan resueltamente la dictadura castrista y aquellos que centran el debate en cuestionar el “bloqueo” (en realidad embargo) comercial y financiero estadounidense como el médula del problema cubano.
Sin embargo, lo cierto del caso es que a lo largo de las últimas seis décadas España ha tenido una política de Estado, vamos a llamarla informal, hacia Cuba. En dictadura y en democracia. Sean los gobiernos de derecha o de izquierda.
Es decir, la posición del presidente Pedro Sánchez sobre este tema es la misma que inició el dictador Francisco Franco en 1960. Argumentado, de paso, razones similares. España tiene una “relación especial” con Cuba. Hay “lazos históricos” entre los dos países, etc.
Este es un hecho verídico que suele olvidarse. Mientras que a cambio de la cuantiosa ayuda económica de Estados Unidos que sacó a España de postración (y salvó a su régimen), Franco permitía la instalación de cuatros bases militares de esa potencia en la península, al mismo tiempo no se sumaba al embargo comercial estadounidenses contra el gobierno comunista de Fidel Castro en Cuba.
UNA RELACIÓN QUE SOBREVIVE A LA CRISIS DE LOS MISILES
A lo largo de los años sesenta y hasta que Franco falleció, España envió a Cuba muñecas y turrones todas las navidades. También le suministró a crédito gran cantidad de repuestos de la marca Pegaso y no se interrumpieron los vuelos de Iberia hacia La Habana.
La relación entre los dos regímenes incluso sobrevivió a la crisis de los misiles de octubre de 1962, en la cual el mundo estuvo al borde de la guerra nuclear, con España y Cuba ubicadas en bandos opuestos.
Ante la presión norteamericana para que modificara su postura, Franco alegó que su Gobierno no podía dejar a su suerte a los numerosos españoles que vivían en la isla. Una razón particularmente cínica, viniendo de un gobernante que trató con bastante crueldad a su propio pueblo.
Con la doblez que le era típica el muy anticomunista dictador español se las arregló para mantener una relación especial con la Cuba castrista, pese a estar gobernada por todo lo que él, supuestamente, siempre había combatido y que justificaba la existencia de su propio régimen.
EL DOBLE JUEGO DE FRANCO
En ese tipo de doble juego Franco tenía amplia experiencia. Fue lo que hizo durante la Segunda Guerra Mundial, manifestando su apoyo y amistad a Adolfo Hitler y Benito Mussolini (que lo habían ayudado a llegar al poder) pero al mismo tiempo recibía petróleo de Estados Unidos y nunca se involucró en el conflicto, ni perjudicó las operaciones militares de los Aliados en el Mediterráneo. Todo sin sonrojarse.
Fue exactamente lo que hizo con la Cuba comunista. Esa relación tan particular solo se vio ensombrecida por el extravagante incidente que protagonizó el embajador español Juan Pablo Lojendio en enero de 1960, cuando se enfrentó, profiriendo gritos e insultos mutuos, con Fidel Castro en vivo y directo por la televisión cubana. Se dice que a su regreso a Madrid, Franco recibió a Lojendio con frialdad y le dio un destino diplomático menor.
Hay razones muy sólidas para sostener que el dictador español siempre tuvo simpatía por Fidel Castro. Esta le fue, por otro lado, correspondida.
Cuando Franco falleció en noviembre de 1975 en La Habana se guardaron tres días de luto oficial. Algo que no se hizo un año después en ocasión del deceso de Mao Zedong en China.
FIDEL CASTRO: «FRANCO NO SE PORTÓ MAL» CON CUBA
Años después Castro se justificó diciendo que: “Franco no se portó mal, hay que reconocerlo. Pese a las presiones que tuvo, no rompió las relaciones diplomáticas y comerciales con nosotros. No tocar a Cuba fue su frase terminante (…) se portó bien”.
En una entrevista que le concedió a Ignacio Ramonet en 2006 (Biografía a dos voces), Castro no se ahorró palabras elogiosas para su desaparecido colega cuando afirmó, a propósito del embargo estadounidense: “Fue una actitud meritoria que merece nuestro respeto e incluso merece, en ese punto, nuestro agradecimiento. No quiso ceder a la presión norteamericana. Actuó con testarudez gallega”.
Castro, por otra parte, nunca reconoció al gobierno de la república española en el exilio. Gesto romántico que sí tuvieron Lázaro Cárdenas en México en 1938, y Rómulo Betancourt en Venezuela en 1946.
De aquellos días a esta parte los sucesivos gobiernos de la democracia española se han aferrado, curiosamente, al precedente dejado por la dictadura franquista en la materia.
FASCINACIÓN POR FIDEL CASTRO
Tanto la derecha como la izquierda española han tenido una fascinación por Fidel Castro. En 1992 efectuó un muy publicitado viaje a Galicia, tierra de su padre, siendo su anfitrión Manuel Fraga, el fundador del Partido Popular español.
La inicial cordialidad con el expresidente socialista Felipe González se fue enfriando con el paso del tiempo ante la implacable rigidez de Castro. Al parecer González fue parte una operación política de la socialdemocracia europea y latinoamericana, en la que también participaron el expresidente venezolano Carlos Andrés Pérez y el ex canciller alemán Willy Brandt, para intentar persuadir a Castro de reformar su régimen siguiendo los pasos de la Perestroika de Mijaíl Gorbachov a finales de los ochenta.
Con José María Aznar las relaciones pasaron por momentos de rocambolescos choques diplomáticos, pues el entonces líder de la centroderecha española promovió en la Unión Europea una posición común que condicionaba las relaciones del bloque a la democratización de Cuba.
No obstante, eso no afectó el interés de los empresarios hoteleros españoles en la isla que durante el Período Especial cuando corrieron a ocupar el espacio dejado por el embargo norteamericano. Tampoco perjudicó la buena química personal que siempre exhibieron el hoy rey emérito Juan Carlos I y el dictador cubano.
PELEAR CON EL FANTASMA DE FRANCO, PERO SEGUIR SUS PASOS
Pero de todos los sectores de la política española la izquierda es la se lleva el premio mayor a la inconsecuencia y la contradicción. No descansa en pelearse con el fantasma de Franco pero sigue sus pasos. En este y otros temas.
Sus líderes y voceros (junto con un sector del periodismo español) recuerdan, cada vez que pueden, que Estados Unidos se presenta como el campeón de la democracia a nivel mundial mientras tiene abundantes relaciones comerciales con China y Arabia Saudita. Lo que es cierto.
Solo hay que agregar (y recordar) que el peso descomunal que estos países tienen en la economía mundial no tiene medida de comparación con los 300 hoteles en los que inversionistas españoles tienen participación en sociedad con el gobierno cubano.
Lo cierto del caso es que España tiene, y siempre ha tenido, un doble juego con Cuba donde la defensa de la democracia y la sufrida disidencia nunca han sido la prioridad. Porque las dictaduras son intolerables solo cuando las sufre uno.