Pedro Benítez (ALN).- La verdad sea dicha, no ha habido casi ningún gobierno del mundo que haya manejado con eficacia la crisis provocada por la pandemia de covid-19. Tal vez los de Taiwán, Corea del Sur y Alemania sean las honrosas excepciones. Bien sea por ocultar información o por mezclar la política con la ciencia, se han creado enredos innecesarios con un coste en vidas e incremento de la pobreza difíciles de estimar. El más reciente desliz lo ha protagonizado el presidente argentino Alberto Fernández, quien dio por buena la propaganda de su colega ruso Vladimir Putin sobre la milagrosa vacuna Sputnik V.
El presidente Alberto Fernández no podrá honrar su promesa de ser el primer argentino en recibir una dosis de la tan publicitada vacuna rusa Sputnik V. La admisión en rueda de prensa por parte de su colega Vladimir Putin el pasado jueves 17 de diciembre de no habérsela aplicado aún porque no ha sido aprobada para mayores de 60 años (él tiene 68) cayó como una bomba en la Casa Rosada.
Precisamente en el momento que Putin compartía con el mundo esa información una delegación argentina se encontraba en Rusia ultimando los detalles para trasladar a Buenos Aires las primeras 600.000 vacunas.
Fernández y Putin habían negociado un suministro de 15 millones de vacunas rusas para Argentina de las que este país podría disponer en los tres primeros meses del 2021 a un costo de 20 dólares cada una.
Rusia ha sido el primer país en asegurar tener una vacuna efectiva contra el coronavirus. El pasado 11 de agosto su gobierno anunció que el Centro de Epidemiología y Microbiología Nikolái Gamaleya de Moscú había desarrollado la primera vacuna contra la covid- 19, que denominó Sputnik V. El mismo nombre del primer satélite que inició la carrera espacial en 1957.
Posteriormente las autoridades rusas, siempre con Putin como el principal vocero, informaron que el desarrollo de esa vacuna se encontraba en la fase III de los ensayos, esperando los primeros resultados, según sus estimaciones, para octubre o noviembre. Preveían entonces iniciar una vacunación masiva de su población antes de fin de año.
Pero mientras el gigante farmacéutico occidental AstraZeneca y la Universidad de Oxford no publicaron hasta diciembre un artículo arbitrado en la revista médica británica The Lancet, donde explicaban que el estado de desarrollo de su propia vacuna mostraba una eficacia del 70%, los funcionarios rusos afirmaban que la eficacia de su Sputnik V superaba el 95%. No obstante, los científicos rusos sólo han publicado los resultados de las Fases I y II.
Pese a las dudas sobre la efectividad de la Sputnik V el aparato de comunicación mundial del gobierno ruso se dedicó los últimos meses de este año a darle una amplia publicidad. Putin, es obvio, se ha querido anotar con esto un tanto geopolítico.
Así fue como de los distintos gobiernos del mundo cercanos al ruso que dieron por buena la propaganda de Vladimir Putin sobre la milagrosa vacuna Sputnik V, el de Alberto Fernández se le adelantó a todos.
La política versus la ciencia
Sin embargo, ahora resulta que la vacuna rusa no se ha probado en los mayores de 60 años, la población que según se ha informado a lo largo del año es la de mayor riesgo a los efectos de la covid-19. Pero no sólo eso, también se empieza a saber que Rusia no está en capacidad de producir los 30 millones de vacunas que sus autoridades habían anunciado para enero y febrero, razón por la cual han entrado en conversaciones con dos gigantes farmacéuticos occidentales para apoyarse mutuamente.
Estas son las cosas que pasan cuando se mezclan la política con la ciencia. Tal como hemos constatando en este 2020.
Al día de hoy en Rusia han fallecido (cifras oficiales) más 49.000 personas afectadas por el coronavirus y con 2,7 millones de contagiados ocupa el cuarto lugar en el mundo por detrás de Estados Unidos, India y Brasil.
Contando con cinco millones de vacunas rusas que el gobierno de Alberto Fernández tenía estipulado para iniciar su plan de vacunación antes del 31 de diciembre, su ministro de Salud, Ginés González García, acusaba a la farmacéutica Pfizer de poner “condiciones inaceptables” en las negociaciones que llevaba a cabo con esa empresa para adquirir un lote adicional de vacunas.
La inesperada confesión de Putin cambió todo eso. El arribo de la vacuna rusa a Argentina en un vuelo especial de Aerolíneas Argentinas con las primeras 300.000 dosis de la Sputnik V ha estado rodeado de desinformación, pese a que esa vacuna aún no ha sido aprobada por la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (Anmat).
Todo esto ha obligado al gobierno argentino a cerrar apresuradamente una negociación con Pfizer-BioNTech para asegurarse un millón y medio de vacunas en el primer trimestre del 2021, así como otro acuerdo con AstraZeneca.
Con esto el gobierno de Alberto Fernández se ha metido un autogol, luego de haberles impuesto a los argentinos la segunda cuarentena más larga y rigurosa de América, sólo después de Venezuela. Cuarentena que, a la luz de las cifras, no ha sido muy efectiva para contener la pandemia y que se suspendió abruptamente con el fallecimiento de Diego Armando Maradona.
Mientras tanto, al otro lado de la Cordillera de los Andes, el tan cuestionado presidente chileno Sebastián Piñera negoció desde mayo con Pfizer y AstraZeneca el suministro de 32,4 millones de dosis para su país y sigue negociando con las farmacéutica china Sinovac y la estadounidense Johnson & Johnson que también van desarrollando su vacunas.
Una demostración de que no es tan difícil gestionar cuando la propaganda política no se pone por delante de la ciencia y el sentido común.