Pedro Benítez (ALN).- La llegada al poder en Venezuela por parte de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez coincidió con el ascenso de Estados Unidos como potencia mundial.
El 15 de febrero de 1898, el USS Maine, un crucero blindado, explotó en extrañas circunstancias en el puerto de La Habana matando a 254 marineros y 2 oficiales. El Presidente del Consejo de Ministros español, Práxedes Mateo Sagasta, negó cualquier implicación en el estallido, pero la campaña mediática realizada desde los periódicos de William Randolph Hearst convenció a la mayoría de los estadounidenses de la culpabilidad de España. Ese fue el pretexto que llevó a Estados Unidos a intervenir en la guerra de independencia cubana (1895-1898). Conocida en la Península como la Guerra de Cuba o el Desastre del 98, la guerra hispano-estadounidense fue corta (abril-agosto de 1898), se extendió a las posesiones españolas de Puerto Rico, Filipinas y Guam, que pasaron al dominio de la potencia emergente que de esa manera convirtió al Mar Caribe en su lago. Del conflicto emergió un héroe, Theodore Roosevelt, vástago de una aristocrática familia neoyorquina, que como Subsecretario de la Marina organizó un grupo de voluntarios que, encabezados por él en persona, se ganaron la primera plana de los periódicos en el asalto a la Colinas de San Juan, en Santiago de Cuba. El encuentro resultó ser la batalla más sangrienta y famosa de esa guerra. Ese mismo año Roosevelt ganó la elección para gobernador del estado de Nueva York y dos años después fue elegido vicepresidente de Estados Unidos. No permaneció mucho en el cargo, pocos meses después, el 6 de septiembre de 1901, el presidente William McKinley fue baleado por el anarquista León Czolgosz y a las semanas falleció. Así fue como Teddy Roosevelt se convirtió en el vigesimosexto presidente de la república del norte. Fue un ascenso vertiginoso, una mezcla de audacia y suerte.
Por aquellos días de 1898, Castro y su compadre Gómez, llevaban casi seis años viviendo del lado colombiano del rio Táchira, donde se habían exilado luego de haber quedado en el bando perdedor en la Revolución Legalista que encabezó el ex presidente y general Joaquín Crespo. No se encontraban en la inopia, puesto que poseían dos haciendas. Mientras Castro se dedicaba a la intriga política, el trabajador Gómez atendía las cosechas de café y el ganado. Pero ese año, la política en Venezuela dio un giro inesperado cuando el régimen de liberalismo amarillo se derrumbó. Inconforme con la elección presidencial de 1897, que a todas luces fue fraudulenta, el general José Manuel Hernández, “El Mocho”, se alzó en armas. El general Crespo, auténtico hombre fuerte del gobierno, salió a combatirlo, pero el 16 de abril de 1898 una bala perdida lo mató en la Batalla de la Mata Carmelera, en el actual estado Cojedes. Sin su protector, el presidente Ignacio Andrade se vio solo y perdido; vinieron más alzamientos en medio de la precaria situación económica del país afectada por la caída en los precios del café. Castro vio su oportunidad; la noche del 23 de mayo de 1899, junto con Gómez y 60 hombres, cruzó la frontera e invadió el Táchira. Cuatro meses y medio después, de manera increíble sus huestes acamparon en la Plaza Bolívar de Caracas y los dos compadres ingresaron a la Casa Amarilla, sede del gobierno nacional, mientras Andrade huía por La Guaira. La audacia y la suerte.
Venezuela se encontraba sumida en el desorden político y social, el Tesoro estaba quebrado y las guerrillas se multiplicaban en diversas regiones. Contrariando su promesa de realizar un gobierno con “nuevos hombres, nuevos ideales, nuevos procedimientos”, el de Castro demostró rápidamente ser una dictadura personalista y corrupta. Inicialmente designó a personajes del viejo liberalismo como ministros de su Gabinete, dejando de lado a los andinos que le habían acompañado en la aventura. No duró mucho la convivencia puesto que el país se sumergió en otra guerra civil, la Revolución Libertadora (1901-1903), la última de la historia venezolana. Una coalición de caudillos, encabezados por el banquero Manuel Antonio Matos, ex cuñado de Antonio Guzmán Blanco, intentaron desalojar del poder a los advenedizos tachirenses. Una Venezuela se enfrentó a la otra.
El conflicto interno se internacionalizó cuando el Reino Unido y Alemania aprovecharon las circunstancias para exigir el pago de las deudas pendientes por parte del desdichado país. Los argumentos fueron contundentes, sus buques bloquearon las costas venezolanas en diciembre de 1902. Ocuparon el puerto de La Guaira y bombardearon Puerto Cabello y la fortaleza de San Carlos, en la entrada al lago de Maracaibo. Castro respondió con la célebre proclama: “La planta insolente del extranjero ha profanado el sagrado suelo de la patria”.
Sin embargo, la situación del país era desesperada. No tenía oportunidad alguna ante el poder de fuego de las principales potencias europeas de la época. Si en algún momento Venezuela estuvo cerca de desaparecer como entidad política independiente fue en ese. Fue allí cuando en la historia nacional se cruza Theodore Roosevelt. El recién estrenado presidente estadounidense dirigió las ambiciones de ultramar de su nación hacia el Caribe, ya se proyectaba tomar control (por las buenas o por las malas) del Canal de Panamá y no iba permitir que los imperios europeos se entrometieran.
Sin otras opciones, Castro apeló a la mediación de Roosevelt; británicos y alemanes hicieron lo mismo, puesto que enfrascados en su propia rivalidad desconfiaban mutuamente y no querían mal ponerse con la potencia emergente. En febrero de 1903 se firmaron los Protocolos de Washington donde el gobierno venezolano aceptó los reclamos formulados, con Estados Unidos como garante. El 21 de julio de ese mismo año Gómez derrotó en Ciudad Bolívar a las últimas fuerzas de la Revolución Libertadora. La guerra civil terminó. El régimen se había salvado.
Esta crisis fue un momento clave en el ascenso de Estados Unidos como poder mundial. El presidente acuñó el denominado Corolario Roosevelt, según el cual Estados Unidos se reservaba el derecho a «estabilizar» los asuntos económicos de los países del Caribe y América Central cuando no pudieron honrar sus deudas internacionales, a fin de impedir la intervención europea. Fue el inicio de la política del Gran Garrote con la cual los marines estadounidenses empezaron tres décadas de intervenciones militares.
Si bien Castro siguió en el poder, los problemas de Venezuela no terminaron allí. El caudillo tachirense hizo reformar la Constitución para continuar gobernando mientras las disputas y litigios internacionales prosiguieron. Demandó en los tribunales nacionales a la New York and Bermudez Company, por haber financiado a la Revolución Libertadora, amenazó con expropiar a la Orinoco Steamship Company (las dos eran empresas estadounidenses) y expulsó a los embajadores de Holanda y Francia. Roosevelt, que no se caracterizaba por su paciencia, amenazó con una invasión armada y la relación entre los dos países se deterioró hasta llegar a la ruptura diplomática en 1908. En ese momento en la prensa europea y norteamericana se desplegaba una campaña en contra del “arrogante dictador”.
En Venezuela el descontento y las conspiraciones no cesaban. Castro comienza a dudar de la lealtad de su vicepresidente y compadre. Incluso, en un episodio conocido como La Conjura se planteó la eliminación física de Gómez. Pero este es paciente y se esconde detrás de un inescrutable silencio. El círculo castrista lo cree pendejo, pero a la callada se rodea de los andinos. Desde el exterior la oposición se prepara para una invasión armada. La insurrección del general Antonio Paredes sale mal y este es fusilado en febrero de 1907.
Es aquí cuando la salud le falla a Castro. En noviembre de 1908 se ve obligado a salir del país para someterse a otra intervención quirúrgica en Alemania. Deja el gobierno en manos de Gómez, su compadre, su socio de la primera hora, con el que se ha reconciliado. Sin embargo, la confabulación nacional e internacional en su contra estaba en marcha.
El 19 de diciembre de 1908 Gómez da el golpe de Estado incruento. Solo necesitó cambiar algunos mandos en la guarnición de Caracas. En el balcón de la Casa Amarilla el pueblo congregado lo aclama esa tarde. Poco después llegan a La Guaira tres acorazados de guerra norteamericanos y el alto comisionado de la Casa Blanca, William Buchanan, le ofrece un respaldo al nuevo presidente.
En las siguientes semanas Gómez deja en libertad a todos los presos políticos, permite el regreso de los exiliados y hasta incluye a los opositores en el Gabinete, en un clima de amplia libertad de prensa. Ordena el enjuiciamiento Castro por intento de asesinato en contra de su persona. Deseaba dejar claro que el traidor no era él.
En cuanto a las disputas con las compañías y potencias extranjeras, cambió totalmente la política de su compadre. Con él Venezuela será un país de orden y trabajo, que honrará puntualmente sus deudas. Las canceló en 1930.
Theodore Roosevelt fue presidente de Estados Unidos hasta marzo de 1909. No necesitó desembarcar un solo marine en Venezuela para sacar a Castro. Le fue suficiente con exhibir el garrote. Por su parte, Gómez se quedó con el poder en Venezuela hasta su muerte en diciembre de 1935. El resto del mundo lo aceptó porque las demás alternativas posibles eran peores y al final del día protegió las inversiones extranjeras. Los venezolanos de la época hicieron lo mismo a cambio de la paz.
Castro pasó el resto de su vida bajo una estrecha vigilancia de los espías gomecistas. Murió el 4 de diciembre de 1924 en Santurce, Puerto Rico. Sus restos fueron repatriados e inhumados en un mausoleo de Capacho, su pueblo natal. Su viuda, Zoila Martínez de Castro, le sobrevivió hasta 1952; Gómez le permitió a su comadre regresar al país donde todos los presidentes le respetaron su condición de ex primera dama hasta el fin de sus días.
@PedroBenitezF