Roy Ellis (ALN).- Dos realidades conviven en un presente común. Una Latinoamérica en ruinas, envuelta en procesos pseudo-revolucionarios: Venezuela, Ecuador, Bolivia y Cuba. Y otra que se anuncia con sueños de capitalismo mediocre: México, Chile, Colombia, Argentina y Brasil. El tránsito obligado por la vida y la necesidad de reflexionar frente a la esclavitud del tiempo exigen hacer un análisis profundo de Latinoamérica, la realidad que fue y la que pudo haber sido.
Han transcurrido 17 años desde que el tiempo pariera el nuevo milenio, y 535 años desde el descubrimiento del nuevo continente. Los hechos nos han enseñado que la unión de los pueblos latinoamericanos en una alianza continental, que capitalizara las fortalezas de un legado cultural homogéneo, ha sido relegada por una estructura geopolítica donde privan los intereses individualistas de los Estados. Y éstos son cada vez más débiles y menos aptos para establecer y ejecutar políticas consistentes de crecimiento, que repercutan en mejoras palpables de la calidad de vida de los latinoamericanos.
Y es que el populismo salvaje se apoderó con crueldad, furor y saña del contenido del discurso político, reciclando una clase dirigente corrupta e incapaz de generar lo único que necesitaban los gobernados: progreso.
En un análisis más minucioso, la verdad de nuestros tiempos radica en dos realidades que conviven en un presente común. La realidad de una Latinoamérica en ruinas envuelta en procesos pseudo-revolucionarios, gatopardistas, con una exigua capacidad de atender las necesidades de sus ciudadanos (excelsamente representada por Venezuela, Ecuador, Bolivia y Cuba). Y la otra Latinoamérica que se anuncia en mayor o menor grado con sueños de capitalismo mediocre, pasando por constantes ciclos de crecimiento a recesión, sin brújula y con nefasta regularidad (justamente representada por México, Chile, Colombia, Argentina y Brasil).
Lo significativo de estos cambios aparentes es que conllevan en sí mismos el germen de la decepción
Ambas Latinoaméricas marchan orgullosas en direcciones opuestas y sin objetivo común pero ninguna logra la plenitud de sus consignas. Y así, a la deriva continúa esa marcha hacia un futuro incierto en continua riña con las esperanzas de los gobernados.
El problema radica, para quien se preocupa por el futuro de los pueblos de Latinoamérica, en la facilidad con la cual la fuerza dominante del populismo en ambas vertientes justifica a su conveniencia -con la regularidad que amerite el caso, y previo el agotamiento del sistema imperante- cambios alternativos de régimen que en apariencia cambian todo pero en la realidad no cambian nada.
Es así como el péndulo político permitió la consolidación en el poder de los Kirchner en Argentina para luego dar lugar a la sustitución por el régimen de mercado propuesto por Mauricio Macri.
Igualmente, el muy bien capacitado exbanquero de inversión y tecnócrata Pedro Pablo Kuczynski se hace del poder en Perú en 2016, sustituyendo al gobierno de centro-izquierda de Ollanta Humala luego de cinco años de gobierno.
Lo significativo de estos cambios aparentes es que conllevan en sí mismos el germen de la decepción. Y así observamos con desilusión que las medidas progresistas de Macri y Kuczynski han llevado en poco tiempo a un desgaste de su capital político, que nace de la indiferencia del electorado que ya no te quiere o que quizás nunca te quiso. Algo que no augura buenos tiempos para la continuidad de las medidas de ajuste en el tiempo.
Continúa, en franco desdén por las necesidades de los pobladores de Latinoamérica, este proceso de divorcio -impuesto por la realidad del momento- entre las aspiraciones de los muchos y la abundancia de los pocos que impone la trampa del espejismo autoinducido y lleva a la dictadura eterna del populismo en nuestra pobre gran Latinoamérica.