(EFE).- En un cerro colindante a la sagrada tierra del Morro Solar, ubicado a las orillas del océano Pacífico, descansa un Cristo acrílico colosal, un regalo de la constructora brasileña Odebrecht que soñó para Lima el expresidente peruano Alan García y que perdura a la vista de todos como símbolo de la corrupción.
«Señor Jesucristo, con tu palabra trae al Perú gozo, serenidad, perdón, amor y justicia, que es lo que necesitan nuestros espíritus en todo momento y lo que anhelamos también para hacer de nuestra tierra un país piloto de espíritu y de hermandad», estas fueron las palabras que pronunció García en la ceremonia inaugural del Cristo del Pacífico.
Era el 29 de junio de 2011 y, a las puertas de terminar su mandato (2006-2011), el autor intelectual de esa estatua obsequiaba al Perú con una imagen para bendecir y proteger al país y su capital.
El monumento, de 37 metros de altura y valorado en más de 830.000 dólares, es un Cristo similar al del Corcovado en Río de Janeiro, creado por el artista bahiano Octavio de Castro Moreno «Tatti», que fue donado por la compañía brasileña Odebrecht, la misma que desarrolló y obtuvo una gran cantidad de proyectos de infraestructura durante la gestión del exmandatario.
Diez años después, el Cristo del Pacífico es ya, en la retina de muchos, un adorno inherente al paisaje de la bahía de Lima, aunque no son pocos los que aún lo rechazan por las controversias que lo enredan.
PECADO ORIGINAL
Desde su concepción, el proyecto atizó polémica.
Se desarrolló en secreto y, cuando García hizo público su sueño, la estatua ya había embarcado en Brasil y llegado, troceada en nueve pedazos, al Callao.
«Me acabo de enterar», espetó aquel día la entonces alcaldesa de Lima, Susana Villarán.
La sorpresa desató suspicacias en un sector de la población, que recibió el regalo como una imposición política y religiosa, que además reposaba en una zona histórica intangible de la ciudad.
Pero la suerte ya estaba echada y fue tanta la prisa que todo el saneamiento legal se trazó en el lapso de un mes.
En un intento de paliar las discordia, García aseguró que la obra no le costaría ni un centavo al Estado peruano y que él mismo había hecho un aporte personal de unos 30.000 dólares.
Hoy se conoce que los donativos de Odebrecht no eran tanto un acto generoso sino más bien, una estrategia para garantizar el avance de sus proyectos, en un momento en que la compañía se aprestaba a poner en marcha la Línea 1 del Metro de Lima.
CRISTO DE LO ROBADO
Más que las críticas por ser visto como una imposición que usaba un santuario patriótico con fines políticos o un gesto de religiosidad gubernamental en un país oficialmente laico, uno de los argumentos más explotados por los detractores del Cristo fue justamente su estrecho lazo con Odebrecht.
Las réplicas se recrudecieron cuando salieron a la luz las millonarias coimas que la empresa había desembolsado por años a varios políticos, incluido García, para ganar obras públicas.
García acabó con su vida en abril de 2019, cuando iba a ser detenido por sus presuntos vínculos con el caso Odebrecht.
Antes de las confesiones de los directivos de la compañía, la estatua ya se había ganado apodos del ingenuo popular y había sido rebautizada como el Cristo de Alan, el Cristo del «Gordovago» o el Cristo «de lo Robado».
Es así como se refiere a ella Christian Rojas, expresidente del colectivo ciudadano «Es Momento», que en 2019 impulsó una campaña de recolección de firmas para solicitar el retiro de ese legado de García.
«Para nosotros siempre representaba, por cómo fue desarrollado, por cómo fue entregado y por cómo se mantiene, un símbolo de la corrupción del gobierno de Alan García y en general de la corrupción de los distintos gobiernos vinculados estrechamente a Odebrecht», comentó a Efe Rojas.
«Tenemos una donación de Odebrecht mirándonos todos los días. Es un monumento que intenta limpiarse bajo el manto de lo religioso, pero lo daña», insistió.
IMPOSICIÓN KITSCH
Para la docente universitaria de Historia del Arte y Arquitectura Patricia Ciriani, este «monumento a la corrupción» es una «vergüenza nacional», una «pantomima horrible» y «kitsch» que «consagra la ignorancia» y no tiene ningún valor «artístico, ni arquitectónico, ni urbano, ni religioso, ni histórico».
«De ninguna manera un Estado laico debe de estar pagando una estatua religiosa. (…) Es claramente una imposición del poder político y religioso en el Morro Solar», dijo a Efe Ciriani, quien recordó que ese apu (montaña sagrada) fue escenario de eventos capitales durante la Guerra del Pacífico que enfrentó Perú y Bolivia contra Chile a fines del siglo XIX.
La también miembro del Grupo de Investigación del patrimonio cultural Yuyai-Uni, de la Universidad Nacional de Ingeniería, destacó el «racismo» tras la «refabulación» de la figura del Cristo, blanca y con rasgos europeos, y criticó su «penoso monumentalismo», potenciado por el sistema de luces que la hace brillar de noche como «un objeto de feria».