Juan Carlos Zapata (ALN).- No hay nada improvisado en el plan de Nicolás Maduro para hacerse del poder total en Venezuela. Es un plan que lleva más de un lustro en ejecución. En lo interno del chavismo, Maduro y el grupo que lo respalda han logrado derrotar adversarios y enemigos. A la oposición le ha ganado la partida en varios episodios. Que tengan éxito en esta nueva etapa está aún por verse. Pero que quede claro: A Maduro no hay que subestimarlo.
Está en marcha la operación para imponer la Constituyente de Nicolás Maduro y el grupo que lo respalda desde hace ya más de un lustro. Los poderes alineados mantienen y confirman la hoja de ruta establecida desde antes de la derrota parlamentaria de diciembre de 2015. Al principio fue la designación express de los magistrados con el propósito de garantizarse el control férreo del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ). Así se anticipaban a lo que ya las encuestas daban por cierto, la pérdida del Poder Legislativo. Se habló luego de choque de poderes y el Gobierno midió la reacción opositora con la decisión de aniquilar a los tres diputados del estado Amazonas que le conferían al nuevo Parlamento la mayoría total. Como no era suficiente, más tarde se impuso la tesis de desacato de la Asamblea Nacional, y se apeló a la maniobra de cerrar los caminos electorales en 2016, y también negándole a la fiscal general, Luisa Ortega Díaz, la presidencia del Poder Moral, que esto último parecía antes un detalle, y con los nuevos hechos ya se sabe lo que había en el fondo. En paralelo, una tras otra, se dieron las 48 sentencias por parte del TSJ, las cuales le iban dando forma a lo que se llamó un golpe continuado, lo que resultó evidente con las sentencias 155 y 156; las sentencias del autogolpe. De allí en adelante, los poderes, el Consejo Nacional Electoral (CNE), el Poder Moral, el TSJ, el Ejecutivo, han mantenido una misma línea; y esta no es otra que el sostenimiento de la dictadura, la ruptura del hilo constitucional, como bien lo definió la fiscal general. Para ello cuentan con el apoyo decisivo de la Fuerza Armada, y dentro de esta, con la Guardia Nacional, una maquinaria represiva que rompió todos los antecedentes históricos.
Los poderes alineados mantienen y confirman la hoja de ruta establecida desde antes de la derrota parlamentaria de diciembre de 2015
Como se ve, no hay improvisación. Ni siquiera la ha habido en el llamado a diálogo. Tanto así que Maduro y el grupo que lo respalda sobrevivieron al año horrible de 2016, amaneciendo 2017 con mejores perspectivas que la dirigencia opositora. Solo que -y este tal vez sea un error de cálculo de tiempo, no de libreto- el autogolpe le brindó argumentos a la oposición y a la comunidad internacional, y, en consecuencia, el escenario de protestas y represión que obligó a poner en marcha la operación de la Constituyente, la cual, al fin y al cabo, es otra vía, sí, pero con igual propósito, que las sentencias del autogolpe: Conformar el régimen dictatorial. El problema es que la Constituyente conlleva el cambio de la Constitución, la Constitución de Hugo Chávez, y ello explica la reacción en contra de un sector del chavismo, entre otros factores la fiscal general, que ya no ven en Maduro y el grupo que lo respalda a los hijos de Chávez sino a traidores del legado del líder muerto. Traidores que además de cambiar el texto constitucional persiguen darle paso a un nuevo proyecto político.
No hay improvisación en el plan. Lo demuestra que una vez presentadas las bases de la Constituyente, el CNE haya convocado, ahora sí, a elecciones regionales y que los poderes hayan aceptado como válido que no se llame a referendo consultivo ni que tampoco sea seguro que la Constitución que salga de la Constituyente corporativa, sea votada. Y de ser votada es porque, dijo Elías Jaua hace poco, así lo prefieren tanto la comisión presidencial constituyente que él preside como el presidente Maduro. O sea, se depende de lo que decida el dictador y uno de los ideólogos.
El plan comenzó con la enfermedad de Hugo Chávez
No hay improvisación en este plan. En este plan que comenzó cuando asomaron los primeros síntomas de la enfermedad de Hugo Chávez y que ahora el grupo encabezado por Maduro observa la oportunidad de rematar. Todo parte de dos posiciones. La primera: que Chávez fue un accidente que le abrió las puertas del poder a la izquierda, a esa izquierda que venía de derrota en derrota frente a los partidos AD y Copei. Maduro, ya presidente, y más en plena crisis de 2014, no ha dejado de ripostarle este hecho histórico a los chavistas críticos, advirtiéndoles sobre el infantilismo que conduce a la derrota y a la pérdida del poder. La segunda: la versión de que el poder cubano también consideraba a Chávez un aventurero, y como tal, sin un cuerpo de ideas ni proyecto, era fácil rodearlo y aprovecharlo, como en efecto ocurrió. De modo que en Maduro y el grupo que lo apoya, La Habana parece haber encontrado a los interlocutores dispuestos para llevar adelante el plan que los complace. Militan en la izquierda. Son comunistas. Siguen el patrón del comunista, y ahora se muestran como alumnos aventajados del modelo totalitario que no retroceden aún con la mayoría en contra, aún con el pueblo en contra, aún con la opinión pública internacional en contra. Además, en Maduro han encontrado, de suerte, una figura menos blanda, y en esto, la oposición se equivocó como también el sector militar chavista y el chavismo disidente.
No hay improvisación en el plan. La candidatura de Maduro fue decisión de Hugo Chávez, empujado por el grupo civil que lo rodeaba en 2011, entre otros, Elías Jaua, Tareck El Aissami, su esposa Cilia Flores, Jorge Rodríguez y el propio Jorge Giordani e incluso Rafael Ramírez. Estos fueron convenciendo a Chávez, revelándole “bondades” y condiciones políticas-electorales que se supone poseía Maduro. A la par, crecía la intriga contra Diosdado Cabello, quien no podía deslastrarse de la jefatura de la derecha endógena y de las relaciones con la corrupción enquistada en el circuito financiero del Gobierno chavista. Esta versión me la contó primero un personaje a quien Maduro identificó en una ocasión en un acto público -recibió una salva de aplausos- como aquel que lo había convencido de militar en la izquierda cuando era un adolescente. Después me la confirmó el exministro de Finanzas y exgobernador de Aragua -hoy refugiado en Estados Unidos- Rafael Isea; y es una versión corroborada también, en parte, por los publicistas brasileños asesores de la campaña electoral de 2012 de Hugo Chávez, quienes revelaron ante la Fiscalía que investiga los sobornos de la empresa Odebrecht, que mucho antes del discurso de despedida del moribundo presidente, ya estaba decidido que fuera Maduro el sucesor. Según Isea, a Chávez, a la par que se intrigaba contra Cabello, se le entregaban informes o se le hacían comentarios positivos sobre Maduro. ¿Por qué este grupo de civiles se anticipó y le ganó a Cabello y al grupo militar que este representa? La respuesta me la ofreció el amigo de Maduro en la adolescencia: Porque estando el grupo civil en el anillo más cercano del poder -Chávez mantenía castigado a la distancia a Cabello, que volvió al ruedo cuando salió electo diputado por primera vez- se percataron, antes que nadie, no solo de la enfermedad sino de la gravedad de esta, por lo cual, entre 2010 y 2011, pusieron en marcha el proceso de cerrarle el paso a Cabello e inclusive a Adán Chávez, quien como hermano pensaba en la sucesión natural. Al final, el compromiso de Cabello con Chávez fue sostener a Maduro en el poder bajo la promesa de que el siguiente candidato chavista a la Presidencia sería él y no otro.
La historia de por qué abandonaron a Maduro los exministros civiles Jorge Giordani, Ana Elisa Osorio, Héctor Navarro, es conocida. La carta de despedida de Giordani -el hombre que manejó la economía en toda la Era Chávez- es un manifiesto en ese sentido. Además de los aspectos de política económica, queda claro que el grupo civil ya estaba fracturado, entre los jóvenes y los más adultos. Y es que Giordani, además de poner en evidencia el “vacío” de liderazgo de Maduro, enfatiza sobre el superpoder de Ramírez en PDVSA, y -sorpresa- no ataca a Cabello. Más tarde viene la purga de Ramírez y cada vez resulta que fueron dos las causas. Había que sacarlo de PDVSA para manejar los recursos y había que impedirle que impusiera un ajuste económico -que también lo había solicitado Giordani con Maduro electo- que echara por tierra el propósito planteado por el grupo de amigos -Jaua, Cilia, Maduro, Rodríguez, El Aissami-, que era hacerse del chavismo, el PSUV, el Gobierno, el Estado, siempre con la asesoría del poder cubano. Queda claro que Giordani se equivocó en lo esencial. En el Palacio de Miraflores, aunque no había hiperliderazgo, había poder. No había vacío de poder.
Aparece en escena el otro Nicolás Maduro
Y es que las purgas del grupo de Giordani y Ramírez van perfilando a un mandatario y a un grupo que tiene un plan. La forma como le hizo creer durante meses a Ramírez que sería Vicepresidente es antológica. Inclusive el III Congreso del PSUV votó a favor del plan económico de Ramírez, hecho que Maduro desconoció. Así como Ramírez subestimó a Maduro -le entregó PDVSA a cambio de nada-, así la oposición creía que con el nuevo mandatario podía entenderse mejor, dado que en sus tiempos como diputado y presidente de la Asamblea Nacional, era un hombre componedor y de diálogo. Resultó todo lo contrario, pues dentro del plan, otro aspecto avanzaba: la compra de los medios de comunicación más influyentes con el fin de cerrar los espacios a la oposición.
Chávez fue un accidente que le abrió las puertas del poder a la izquierda, a esa izquierda que venía de derrota en derrota
En Maduro se conjugan varios elementos. El del 11 de abril despotrica de Chávez porque considera que todo está perdido asumiendo que el Presidente, que se quiere ir a Cuba, los ha traicionado y los ha entregado. Es el diputado que formaba parte del Grupo de Boston y que apelaba al diálogo. Pero luego también es quien desde la Asamblea Nacional apoya de manera inmediata la propuesta reeleccionista de Chávez. Y es el Maduro electo que ante el margen tan estrecho acepta dialogar con el candidato opositor Henrique Capriles y luego se desdice, atendiendo los consejos de su grupo, de Jaua, Rodríguez, Flores, El Aissami y ahora Cabello. Es el Maduro que ya muestra los signos de la represión en 2014. Y es el Maduro que junto al general Néstor Reverol desarrollan y equipan la nueva Guardia Nacional, un contrapeso en la Fuerza Armada. Es el Maduro civil que asume los códigos militares entregándole más poder a la jerarquía de la Fuerza Armada. Es el Maduro que ofrece fusiles para armar la milicia. Es el Maduro que dialoga en 2014 en el Palacio de Miraflores sin asumir compromisos. Es el Maduro tentado a no ir a elecciones en 2015 para no exponerse a la derrota parlamentaria, pero entiende que no es tiempo aún del zarpazo contra la Constitución. Es el Maduro dispuesto luego a no reconocer la victoria opositora, y si lo hizo fue porque factores internacionales lo hicieron recapacitar. Es el Maduro que aplica los peores códigos de la política internacional pese a su antecedente como canciller. Es el Maduro del ajuste económico y social más severo que ha conocido el país. Es el Maduro que habla de paz y hace la guerra. Es el Maduro que habla de humanismo y abarrota las cárceles de presos políticos y jóvenes estudiantes, y viola los derechos humanos fundamentales. Es el Maduro que desconoce el Poder del cual fue presidente, el Parlamento. Es el Maduro del autogolpe y la represión. Es el Maduro que vuelve a dialogar en 2016, y tampoco cumple. Y es el Maduro que está allí, sigue allí, con crisis, sin divisas, con una PDVSA destruida, con una Venezuela hipotecada y con hambre, desabastecida de alimentos y medicinas.
El Maduro del poder es el Maduro subestimado
Este es Maduro, subestimado. Tan subestimado que en 2013 eran figuras del sector militar los primeros en afirmar que el suyo sería un gobierno de transición, que no aguantaría un año. No deja de ser importante rescatar el episodio del gobernador del Táchira, capitán José Vielma Mora, quien a finales de febrero de 2014, cuando las protestas han tomado vuelo entonces, declara en contra de la represión y que no debe haber presos políticos, en contra del estado de excepción, contra la censura, contra la expropiación, y llega a sustituir al jefe de la Guardia Nacional por los excesos cometidos en aquel estado andino, fronterizo con Colombia. Horas después, Vielma Mora se desdecía de todo lo anterior en una entrevista que Cabello le hizo en televisión, y de allí en adelante cambió, pasando de un extremo a otro. ¿Por qué importa el episodio de Vielma Mora? Confirma lo que pensaban de Maduro casi todos los gobernadores de origen militar y la dirigencia de origen militar y un sector de la Fuerza Armada. Hoy todo ha cambiado. La Fuerza Armada y el sector militar son los sostenes clave de un gobierno aislado internacionalmente, sin base popular, y sin discurso que ofrezca esperanza. Se creía que era del partido militar -con Diosdado Cabello a la cabeza- de donde vendrían los primeros síntomas del arrebato. Pero no ocurrió así.
¿Cómo pudo ocurrir que Maduro se haya impuesto sobre Cabello en el Gobierno, en el Estado y en el PSUV? Hay que recordar que en 2014 vino La Salida, la violencia que dejó un saldo de 40 muertos, y Cabello se hizo imprescindible como también la Fuerza Armada del general Vladimir Padrino López. Ya Cabello, en calidad de presidente de la Asamblea Nacional, en ese periodo de tránsito entre la gravedad, la muerte de Chávez y las elecciones de 2013, había sido imprescindible, defendiendo la tesis de por qué el Vicepresidente, Maduro, podía asumir la Presidencia y no él, Cabello en cuanto presidente del Parlamento. Y fue clave también a la hora de la designación de los magistrados express para el control del TSJ. Tres deudas en fila acumulaba Maduro con Cabello. Y dos y hasta tres deudas con la Fuerza Armada, pues se recordará que apenas presidente corrió la especie de que se estaba fraguando un golpe de Estado por militares chavistas que no admitían su liderazgo. Al no haber golpe, aparece la versión de que el Gobierno no iba a durar. Pero allí sigue. Y manda. Hay una anécdota que ilustra el poder.
Son los días de la protesta de 2014, ya se ha dado el episodio del gobernador Vielma Mora. Se ha convocado a un diálogo entre la oposición y el Gobierno. Han intercedido el Nuncio Apostólico y los cancilleres de Colombia y Ecuador, entre otros. Cuando los representantes de la oposición llegaron al Palacio de Miraflores cerca de las siete de la noche del 10 de abril de 2014 se encontraron con esta sorpresa: que como eran 11 oradores por sector, el Vicepresidente Jorge Arreaza y el presidente de la Asamblea Nacional Diosdado Cabello proponían bajar el tiempo a seis minutos, quebrando el acuerdo inicial de 10 minutos. Desde ese momento comienza una puja del secretario general del opositor Acción Democrática, Henry Ramos Allup, secundado por Ramón Guillermo Aveledo, entonces secretario ejecutivo de la también opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD). Como no hay acuerdo, anuncian la decisión de irse y dejar solo al Gobierno. Además, le señalan a Arreaza y a Diosdado que han comenzado con mal pie. Son los cancilleres de Colombia, María Angela Holguín, y Ecuador, Ricardo Patiño, quienes abogan por la oposición y restablecen el acuerdo previo, apuntando que ya se había hecho mucho para llegar hasta donde habían llegado y que sería muy triste tirar el esfuerzo por la borda. Pero hay un asunto. ¿Quién le informa a Maduro que no hay cambio en el tiempo? Este aspecto parece un detalle sin importancia. Pero no lo es. Y es que expresa el poder. El temor hacia cómo puede reaccionar el poder ante un elemento a todas luces pueril. Arreaza no se atreve. Tampoco Cabello. Sí, tampoco Cabello. Menos Jorge Rodríguez. Es el exvicepresidente y ex canciller y exministro de la Defensa de Chávez, José Vicente Rangel, quien señala que lo hará. Y así ocurrió. Rangel no tenía nada que perder, la verdad. Lo que Maduro le haya dicho a Rangel es secreto no revelado aún.
El poder cubano también consideraba a Chávez un aventurero, y como tal, sin un cuerpo de ideas ni proyecto, era fácil rodearlo y aprovecharlo
Lo que está claro es que ya entonces, el entorno tomaba sus precauciones respecto a Maduro, y en esto no hay otra explicación que el poder que confiere la Presidencia en un país presidencialista y que Chávez hizo aún más presidencialista. No podrá haber majestad ni auctoritas en Maduro, pero de que ejerce el poder, no hay duda. Y aquí cabe la pista clave de por qué si Maduro presentaba a Cabello como su hermano, el hermano en Chávez, este no se atrevió a hacer la diligencia de informarle el “detalle del tiempo”. Por más deudas que tuviera con él, ya Maduro se imponía, ya el grupo se imponía. De hecho, quien saldría más golpeado de aquel debate que fue televisado y rompió todos los niveles de audiencia, fue Cabello, apabullado por Ramos Allup. Maduro decía de Cabello que era el hombre duro de la revolución, y Cabello se lo creía, considerando que se trataba de un halago cuando, en verdad, era una forma de marcar diferencia entre el bueno y el malo, aunque ahora, 2017, Maduro haya superado el perfil de esbirro que Cabello se formó en 2014.
En diciembre de 2015, Cabello perdió la presidencia de la Asamblea Nacional y con ella buena parte del poder, lo que Maduro aprovechó para efectuar reacomodos en el Gobierno y en el Estado, aunque siempre guardando la forma de que el reparto de cuotas sea más o menos equitativo porque, dicen en el entorno de Maduro: Se le agradece a Cabello que en los momentos más difíciles de 2013 -muerte de Chávez y elección presidencial- y 2014 -las protestas y La Salida que condujeron al opositor Leopoldo López a la cárcel- “no le haya sacado la alfombra roja” al Presidente.
Sin embargo, ya es evidente que no es Maduro quien depende de Cabello sino este de aquel, por lo cual ha tenido que sumarse al grupo civil que aún lo observa con cautela. De hecho, los amigos de Cabello se preguntaban hasta hace poco más de un año qué hacía allí, respaldando un gobierno que llevaba al país al despeñadero y ponía en riesgo la existencia del chavismo y el poder. Y es que es el grupo de Maduro el que viene imponiendo el plan. Por cierto, ya el grupo civil había derrotado a Cabello hace más de una década en las elecciones fundacionales del partido de gobierno, PSUV, y fue Chávez quien con una orden ejecutiva lo elevó a la primera vicepresidencia. De modo que Maduro y el grupo que lo respalda siempre han llevado un paso adelante.
La Fuerza Armada y el sector militar son los sostenes clave de un gobierno aislado internacionalmente, sin base popular, y sin discurso que ofrezca esperanza
Ahora se ha entrado en esta nueva operación de la Constituyente. Que rematen la faena, que tengan éxito, está aún por verse. Pero el plan no es improvisado. Maduro ya se ha declarado dictador. Solo que al frente tiene un país alzado otra vez en protesta, una oposición unida como nunca antes, una comunidad internacional en contra, y una disidencia chavista civil y militar que lo considera un traidor. Pese a los factores en contra, no hay que seguir subestimando a Maduro, señalando que lo que lleva adelante es una loquetada o que es un títere de varios grupos y mafias delictivas.
Cuatro datos complementarios
1- Chávez se declara socialista en febrero de 2005. El grupo de Maduro milita en la izquierda desde la adolescencia. Maduro recibió instrucciones en Cuba.
2- Maduro era amigo de Rafael Isea. Lo nombraba en los discursos. Lo aparta del entorno para complacer a Tareck El Aissami, enemigo de Isea. Cabello no pudo defender a Isea.
3- Diosdado Cabello rompió la hermandad que mantenía con el exalcalde Freddy Bernal, a quien Hugo Chávez nunca aceptó en su entorno. Pero Maduro rescató a Bernal, quien es hoy jefe de los Comités Locales de Abastecimiento Popular (CLAP).
4- El discurso de Elías Jaua del 5 de julio de 2013 marcaba ya la hoja de ruta del plan político postChávez.