Pedro Benítez (ALN).- Primero Nicolás Maduro pretendió anular a la Asamblea Nacional por medio de las sentencias del Tribunal Supremo de Justicia. Luego probó reemplazarla con su Asamblea Nacional Constituyente. Como esto no le ha funcionado, ahora tratará de tomarla por dentro o elegir una nueva.
Al frente de su régimen Nicolás Maduro no tiene futuro, pero hace planes. Concretamente dos y ninguno pasa por una guerra con Colombia, fundamentalmente porque los militares venezolanos no la quieren.
El objetivo no consiste en bombardear Bogotá sino en ponerle la mano a la Asamblea Nacional (AN) que preside Juan Guaidó, que hace rato es más que una piedra en el zapato para él.
El propósito de la operación (lo realmente importante) es tomar la presidencia del Parlamento el próximo 10 enero, fecha que fija la Constitución para elegir la directiva de la Cámara. Así, la oposición perdería el control de la única institución a la que la mayoría de las democracias del mundo reconocen como legítima en Venezuela. En el papel es un jaque mate.
El primer plan es intentar tomar el Parlamento de mayoría opositora por dentro. Para ello Maduro se pasea por la posibilidad de incorporar a la bancada de diputados del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) a la AN y hacer una alianza con algún grupo de diputados disidentes del bloque opositor, probablemente los seis que hoy encabeza el parlamentario Timoteo Zambrano, que a finales del año pasado aspiró a presidir la Cámara.
El argumento suena lógico: “despolarizar” el conflicto político venezolano con el regreso del chavismo a la Asamblea, desmontar la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) y elegir nuevas autoridades judiciales y electorales para el país.
Pero el propósito de la operación (lo realmente importante) es tomar la presidencia del Parlamento el próximo 10 enero, fecha que fija la Constitución para elegir la directiva de la Cámara. Así, la oposición perdería el control de la única institución a la que la mayoría de las democracias del mundo reconocen como legítima en Venezuela. En el papel es un jaque mate.
El problema con esa maniobra es que por un lado las cuentas no dan. El PSUV no dispone de los 55 diputados electos en diciembre de 2015. Varios de ellos abandonaron la causa, como Hugo “El Pollo” Carvajal, hoy en medio de un proceso judicial en España; Germán Ferrer, exiliado junto con su esposa, la fiscal general Luisa Ortega Díaz; o Eustoquio Contreras, quien se reincorporó a la AN desacatando la línea de Maduro.
Otros diputados de esa fracción ocupan cargos como gobernadores o alcaldes y la mayoría son miembros de la ANC. Tomar la AN implica desmontar su Constituyente y admitir en los hechos la inutilidad de esta.
Porque lo cierto es que las maniobras de Maduro para anular la AN por medio de las sentencias del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) y luego reemplazarla con su ANC han fracasado.
Por otro lado, se enfrenta a un problema de legitimidad. ¿Qué validez puede tener la elección de una nueva directiva con más de 20 diputados opositores presos, asilados en embajadas o exiliados? Por esa vía la actual AN seguirá teniendo el reconcomiendo internacional que tiene hoy.
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El segundo plan
El segundo plan de Maduro (y ya lo ha anunciado) consistiría en adelantar las elecciones de la AN en los primeros meses de 2020 para poner a la coalición opositora en un dilema y dividir el campo de los que le adversan.
Aquí es donde los viejos demonios de la oposición venezolana regresan. ¿Votar o no votar en medio de un régimen que no es democrático? No haberlo hecho en la elección parlamentaria de 2005 se considera uno de los peores errores cometidos por los partidos opositores, que le entregaron al chavismo el control absoluto del Poder Legislativo, y le facilitaron en aquella época al expresidente Hugo Chávez acelerar su legislación autoritaria.
Con este argumento, varios dirigentes adversos al chavismo como Claudio Fermín y Henri Falcón (entre otros) se preparan para participar y postular candidatos en la elección de la próxima AN, sin importar cuándo sea ni en qué condiciones. Eso Maduro, por supuesto, lo va a alentar como una forma de dividir al campo democrático.
¿El inconveniente? Que la mayoría social venezolana sigue todavía detrás del liderazgo de Juan Guaidó y esta Asamblea Nacional. Maduro apuesta a que Guaidó se desinfle, pero es lo que ha estado infructuosamente esperando que ocurra desde enero.
De paso, de darse esa elección en las presentes condiciones se efectuaría con los principales partidos opositores y dirigentes inhabilitados. Es muy obvio así que Maduro estaría construyendo una oposición a su medida.
Por lo que todos estos planes de Maduro se estrellan contra la misma pared: la falta de legitimidad. Venezuela seguiría en el mismo callejón sin salida.
¿La comunidad democrática internacional reconocería esa elección? ¿Maduro por esa vía conseguirá que le levanten las sanciones?
Aunque las respuestas a esas preguntan parecen obvias, no obstante, el dilema para la oposición en su conjunto será inevitable en el caso de que Venezuela llegue a 2020 con Maduro aún en el Palacio de Miraflores y sin un acuerdo político a la vista que abra la puerta a una transición.