Pedro Benítez (ALN).- Los acontecimientos indican que si el Foro de Sao Paulo tiene un plan este no se está cumpliendo a la perfección como se han ufanado Nicolás Maduro y Diosdado Cabello. Ni perfecto, ni infalible. Por el contrario, la “brisa bolivariana” no se ha llevado (por ahora) ni a Lenín Moreno ni a Sebastián Piñera, sino a Evo Morales.
Hasta hace apenas un mes Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y Rafael Correa se frotaban las manos ante lo que parecía ser la inminente caída (o derrocamiento) del presidente de Ecuador, Lenín Moreno.
Consciente de las dificultades económicas que le había dejado a su sucesor (y exvicepresidente) y de las restricciones que le imponía la dolarización, Correa calculaba la inminente caída de quien se había convertido en su peor enemigo. Maduro también lo esperaba por el mismo motivo. De un tiempo a esta parte Moreno se había transformado en su más duro crítico. Era el inicio de la “brisa bolivariana” como la bautizó el segundo al mando del régimen chavista en Venezuela.
Nadie había previsto este giro de los acontecimientos dentro y fuera del Foro de Sao Paulo (y ahora el Grupo de Puebla). Mucho menos en Caracas, donde Maduro teme con mucha razón que la ola de protestas alcance a Venezuela, donde hay todavía más razones para protestar que en Bolivia o Chile y donde de paso Juan Guaidó ha convocado una movilización para el próximo 16 de noviembre.
Por esos días una grave crisis institucional sacudía a Perú. Al presidente Martín Vizcarra se la acusó de dar un golpe de Estado (la expresión mágica) por disolver el Congreso. Como el conflicto político no derivó en desórdenes en las calles el tema peruano salió rápidamente de las primeras planas de la prensa y los portales de noticias.
Pero inesperadamente la ola de protestas que se inició en Ecuador llegó al más estable y próspero de los países latinoamericanos: Chile. La violencia con que se iniciaron esas protestas sorprendió al presidente Sebastián Pinera, quien evidentemente no supo manejarlas en un principio y el asunto se le transformó en una grave crisis de gobernabilidad.
Todo eso sumado a la inminente victoria electoral del candidato peronista Alberto Fernández en las elecciones argentinas dibujaba un cuadro casi perfecto para Nicolás Maduro en Caracas y sus padrinos políticos en La Habana.
Acosado durante meses por la presión internacional, Maduro no ha podido sino disfrutar de las dificultades de ese grupo de mandatarios latinoamericanos que tanto lo han criticado y de paso apoyado a la oposición venezolana, reconociendo como el presidente legítimo de Venezuela a Juan Guaidó.
La salida por vía electoral de Mauricio Macri, y de Sebastián Piñera y Lenín Moreno por la insurreccional, cambiaba la correlación de fuerzas en Suramérica. Maduro podía, además, seguir contando con Bolivia y Uruguay. Más al norte el otro gigante de la región, México, ya había virado a la izquierda con Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
De modo que la estrategia cubana de resistir a todo evento, sin importar que una parte de la población venezolana se muriera por desnutrición y otra emigrara masivamente, pero conservando el poder hasta que cambiaran las circunstancias internacionales, estaba funcionando. Ya Fidel Castro la había aplicado con éxito en Cuba en los años 90 del siglo pasado.
Además, no podía faltar quien afirmara que detrás de las protestas estaba la siniestra mano del Foro de Sao Paulo. Es lo que creyeron y denunciaron tanto Lenín Moreno como Piñera, sin haber mostrado pruebas hasta hoy.
Incluso en un comunicado difundido por la cancillería de Colombia, los gobiernos de ese país, Argentina, Brasil, El Salvador, Guatemala, Paraguay y Perú rechazaron lo que calificaron como una “acción encaminada a desestabilizar nuestras democracias por parte del régimen de Nicolás Maduro”.
Lo que sí es cierto, y fácilmente demostrable (basta ver su cobertura diaria) es que tanto TeleSur (con sede en Caracas), como RT en español (la cadena de televisión rusa del gobierno de Vladímir Putin) se dedicaron a subirle el volumen mediático tanto a las protestas en Ecuador como a las de Chile, incitando claramente al derrocamiento de estos dos gobiernos.
En el caso chileno no han desperdiciado la ocasión de presentar la crisis de ese país como una derrota ideológica del que se ha considerado, hasta ahora, como el más exitoso modelo de economía de mercado de esta parte del mundo.
En Caracas, tanto Nicolás Maduro como Diosdado Cabello no podían desperdiciar la oportunidad de quedarse callados. El primero afirmó: “Estamos cumpliendo el plan del Foro de Sao Paulo (…) está en pleno desarrollo y se está cumpliendo a la perfección”. “Vamos mejor de lo que pensábamos, y todavía lo que falta… No puedo decir más”.
A confesión de parte relevo de pruebas. Era la confirmación de lo que los teóricos de la conspiración mundial venían advirtiendo. Era el plan del Foro de Sao Paulo, que por cierto, se había reunido en Caracas en julio pasado. Para Maduro es una forma de decir que su poder era continental. Me querían tumbar, pues yo los puedo tumbar a todos. Ni Fidel Castro en los años 60.
Por su parte, y con el estilo fanfarrón que le caracteriza, Cabello dejaba deslizar una pretendida profecía que sonó más a amenaza: “es apenas la brisita. Ahora viene el huracán bolivariano”.
Sin embargo, Lenín Moreno, dando muestras de habilidad política, ha logrado sortear (por ahora) una situación que a varios de sus antecesores les costó el poder, aprovechando entre otras cosas que el combativo movimiento indígena ecuatoriano es anticorreísta. Más al sur Sebastián Piñera tiene tres semanas aguantando con la autoridad del Estado casi diluida, sin controlar el orden público y tomando medidas como si de un gobierno de izquierda de tratará. Incluso está ofreciendo convocar un Congreso Constituyente. Pero al menos a esta hora sigue despachando en el Palacio de La Moneda.
Si cualquiera de los dos (o los dos) hubiese caído, ni TeleSur, ni RT, ni Nicolás Maduro, ni Alberto Fernández, ni Miguel Díaz-Canel, ni José Miguel Insulza, hubieran calificado el hecho como golpe de Estado. En los dos casos habría sido una insurrección popular contra “las políticas neoliberales”.
Exactamente lo contrario de lo que dicen ahora de lo acontecido en Bolivia, donde el régimen de su aliado, Evo Morales, se ha desmoronado en cuestión de horas. No lo hicieron tampoco cuando este violó su propia Constitución, y la voluntad de sus conciudadanos expresada en referéndum, y se postuló a un cuarto mandato presidencial.
Desde la cuestionada elección del pasado 20 de octubre centenares de miles de bolivianos han permanecido en las calles de ese país presionando por la salida de Morales, pero el foco informativo no ha estado allí. Para resumir: el detonante de la crisis fue un proceso electoral, el colofón la intervención del alto mando militar, en medio del amotinamiento de las policías en ocho de las nueve ciudades más importantes de ese país.
En Argentina, Colombia y Uruguay gana el voto castigo pero queda un futuro incierto
Nadie había previsto este giro de los acontecimientos dentro y fuera del Foro de Sao Paulo (y ahora el Grupo de Puebla). Mucho menos en Caracas, donde Maduro teme con mucha razón que la ola de protestas alcance a Venezuela, donde hay todavía más razones para protestar que en Bolivia o Chile y donde de paso Juan Guaidó ha convocado una movilización para el próximo 16 de noviembre.
Por lo pronto la ola de protestas ha llegado a Brasil, donde este fin de semana miles de personas han salido a manifestarse en Río de Janeiro y Sao Paulo… contra la libertad del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva. Paradójicamente una buena noticia para la decaída popularidad de Jair Bolsonaro, a quien la polarización con su adversario le favorece.
Mientras tanto, con más de 300.000 millones de dólares en reservas internacionales la economía de Brasil empieza a salir de la recesión estimulada por las reformas del ministro del área, Paulo Guedes.
Situación muy distinta a la de Argentina, donde el presidente electo Alberto Fernández está obligado a negociar con Estados Unidos y el FMI si no quiere caer en cesación de pagos e hiperinflación. Y también de México, donde la economía se estanca por falta de inversión y el recrudecimiento de la violencia del narcotráfico ha puesto en evidencia que AMLO no tiene ninguna estrategia para enfrentarla.
Como vemos si el Foro de Sao Paulo tiene un plan para América Latina, el mismo no es perfecto ni infalible.