Sergio Dahbar (ALN).- Rich Woodson, artista neoyorkino que dejó de pintar para tomar fotos, pasea perros en Manhattan para vivir. Esta es su historia.
Es común en las grandes capitales del planeta tropezar con gente que pasea perros ajenos. Aparecen como una tromba marina, cinco o seis canes alborotados que arrastran una figura humana hacia plazas públicas. Puede parecer un oficio sencillo, pero no lo es.
Según estimación de The New York Times, si sumas los perros mascota del mundo alcanzan la cifra de 250 millones. Eso representa 25% de la cantidad de canes que hay en la Tierra. 750 millones no tienen collar antipulgas ni vacunas. Andan por su cuenta. Son conocidos como perros de pueblo, perros callejeros y perros de cría libre… habitan basureros y calles del planeta como almas en pena.
Rich Woodson es un artista estadounidense que llegó a la ciudad de Nueva York en 1992. Comenzó como pintor, pero con el tiempo prefirió dedicarse a la fotografía. Su portafolio muestra una preferencia por imágenes de espacios urbanos solitarios, con encuadres muy cuidados.
Rich Woodson es un artista estadounidense que llegó a la ciudad de Nueva York en 1992. Comenzó como pintor, pero con el tiempo prefirió dedicarse a la fotografía.
Aunque su primera opción para sobrevivir fue lavar platos o servir café, oficios que ya conocía, decidió pasear perros para familias ocupadas que apenas estaban en sus casas. Su hermanastra, Moira, le explicó que era una mejor opción para ganarse la vida. Y le enseñó todo lo que debía saber: la técnica del uso de la correa para controlar al animal, los secretos del lenguaje corporal canino y las características de cada raza. Un mundo que desconocía y que se abrió como una flor exótica.
Moira era una entrenadora de perros, muy reconocida como profesional de valor. Poseía un servicio de cuidado de mascotas que atendía desde su apartamento en el West Village de Manhattan.
Ella recomendaba a los clientes paseadores de perros disponibles, que fueran confiables. Cuando los nuevos dueños de perros, referidos por los veterinarios locales o el boca a boca, la llamaban en busca de consejos de entrenamiento y le preguntaban si conocía a una persona seria y honesta, ella comenzó a recomendar a Rich Woodson.
El azar siempre es caprichoso. Un día lo llamó una amiga de su hermanastra Moira, llamada Eva, una mujer de carácter volátil, algo caprichosa. Era dueña de unos poodles, Brownie y Silver. Rich se encargó de pasearlos por meses, mientras descubría que Eva era una persona amarga y exigente.
Sin ser psicólogo, entendió que era del tipo de persona que necesita el poder porque es su único seguro contra el rechazo. Un escudo de protección ante sus fragilidades.
En cierta ocasión, Rich cuidó a Brownie y Silver y a sus dos gatos, mientras Eva salía de la ciudad para asistir al funeral de su padre. Cuando volvió, días después, seguramente impresionada por la pérdida, o por lo que esa pérdida había desencadenado en ella, se negó a pagar el trabajo que había hecho el cuidador Rick.
En otras ocasiones que ella había salido de la ciudad, le pedía que se quedara a dormir en la casa para que los perros y los gatos tuvieran compañía. Siempre como un acuerdo pagado. Era un trabajo, como tantos otros. Pero de alguna manera se despertó en Eva esta vez una extraña sensación: ¿Cómo podía pagarle a alguien que se había quedado a dormir en una suerte de palacio de Manhattan? ¿No era eso ya un pago suficiente? Y le explicó que no le pagaría en esa ocasión por el trabajo realizado.
Rich Woodson le escribió una carta a Eva. Ella le gritó por teléfono. No le gustaba recibir cartas de nadie. De esa manera confirmó que Eva era una clienta intransigente. Como había llegado referida por su hermana, dejó las cosas como estaban. Los negocios mejoraron y Eva quedó en el pasado como un recuerdo desagradable. Pero entendió que la tranquilidad no tenía precio.
Rich comprendió rápidamente que comenzaba a integrar una comunidad curiosa y enérgica, con clientes, vecinos y conserjes de edificios. Con ellos interactuaba brevemente en vestíbulos, escaleras, ascensores, aceras y calles. Y siempre ofrecía y recibía consejos.
“Al igual que el agua, estas relaciones encuentran su propio nivel y, con el tiempo, se asientan en algo entre el buen contacto y la amistad genuina. Nada de esto es parte del trabajo adecuado, pero eso no significa que no sea importante. Muy por el contrario: si bien existe la tarea del trabajo, los perros que caminan, también existe la necesidad de ser considerado como una persona confiable e íntegra”.
Historias de perros
Estas líneas forman parte de un cuaderno de notas que lleva Rich, con sus experiencias y reflexiones a partir de la rutina de pasear perros en Manhattan. Con los años su reputación como profesional ha crecido. Como la vez en que se cerró la puerta y aplastó la cola de un Golden Retriever. Se llamaba Nuez moscada: aulló y corrió como pocas veces lo había hecho.
Rich comprendió rápidamente que comenzaba a integrar una comunidad curiosa y enérgica, con clientes, vecinos y conserjes de edificios. Con ellos interactuaba brevemente en vestíbulos, escaleras, ascensores, aceras y calles. Y siempre ofrecía y recibía consejos
Rich cuidaba el perro de un abogado corporativo que no tenía habilidades para la vida cotidiana. Un día el perro se escapó del parque donde lo había llevado Rich y lo mató un camión en la calle. Fue una tragedia para todos. Y una advertencia de los peligros que rodeaban el arte de cuidar perros ajenos.
Otro can con historia fue Sammy, un labrador amarillo, que pertenecía a Phil y Beth, profesionales de las finanzas corporativas. Un día que regresaba de la calle con Sammy, Rich encontró a Beth y Phil sentados en un sofá blanco. Se callaron cuando lo vieron entrar. Ella lloraba. Él miraba hacia el piso.
Algo fuera de lo normal ocurría allí. Rich se iba a despedir cuando Beth dijo: “Estamos teniendo una muy mala discusión”. Sammy se ubicó debajo de la mesa de café, un pie delante del sofá. Días más tarde, Beth le explicó que Phil había sufrido una lesión por la cual Beth había contratado a una fisioterapeuta para rehabilitarlo. Phil se había enamorado de esa mujer, bastante más joven que Beth.
Rich mantuvo el trabajo y paseaba a Sammy todas las semanas. Trabajaba sólo para Beth. Se fueron haciendo amigos. Tuvo acceso sin restricciones a su moderno televisor inteligente, wifi veloz y nuevo iMac, cuando ella salía de la ciudad, y se quedaba a pasar la noche con la mascota.
Lo último que supo de Beth es que tuvo tres novios seguidos, pero ningún otro perro cuando murió Sammy. Moira, su hermanastra, murió de cáncer de mamas. Fue la mujer que le enseñó todo lo que había que saber sobre perros que viven en ciudades
En las noches Beth lo invitaba a sentarse en la mesa de la cocina, bebían vino blanco y comían quesos caros. Hablaban sobre el divorcio, sobre el amor y sobre sus futuras perspectivas de noviazgo como madre divorciada de 50 años.
Beth sacó un mapa del mundo y señalaron las ciudades que visitarían algún día. En ese momento Rich entendió fríamente que el romance estaba fuera de discusión. No tenían nada en común. Ella debía ser 20 años mayor. Y tenían prioridades diferentes: ella necesitaba urgentemente un amigo. Él, en cambio, dinero para vivir.
Como casi siempre ocurre, nada dura tanto. Tampoco la amistad entre Beth y Rick. Aunque ella le había prometido que siempre tendría trabajo, las cosas empezaron a complicarse. Rich debió abandonar el cigarrillo, porque no era saludable para Sammy. También deseaba que Sammy sólo comiera alimentos recién cocinados en un sartén (nunca microondas) y que lo alimentara a mano. Rich entendió que debía irse.
Lo último que supo de Beth es que tuvo tres novios seguidos, pero ningún otro perro cuando murió Sammy. Moira, su hermanastra, murió de cáncer de mamas. Fue la mujer que le enseñó todo lo que había que saber sobre perros que viven en ciudades. Siempre que Rich pasa por el frente del apartamento donde ella vivía, la saluda.