Pedro Benítez (ALN).- El presidente argentino Alberto Fernández no podrá cumplir los pagos de la deuda con el FMI contraída por su antecesor en el cargo, pero hay una deuda de carácter político que está obligado a pagar. La deuda con Cristina Fernández. La deuda con su vicepresidenta. En el discurso de toma de posesión no ha dejado de mencionar el compromiso clave que ha contraído con la exmandataria. Imposible.
El nuevo presidente de Argentina, Alberto Fernández, se dispone a acordar una renegociación de la deuda de ese país con el Fondo Monetario Internacional (FMI) porque, ha dicho, aunque quiera, Argentina no puede pagar. Pero, por lo visto, lo que no pretende hacer es olvidarse de otra deuda, y esa tiene que pagarla. Es la deuda de impunidad que ha contraído previamente con la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Del discurso de una hora y dos minutos de toma de posesión ante el Congreso, la parte más aplaudida por la bancada kirchnerista fue precisamente la que dedicó a criticar directamente a la Justicia argentina:
“Hemos visto persecuciones indebidas y detenciones arbitrarias inducidas por los gobernantes y silenciadas por cierta complacencia mediática”. Y agregó: “Nunca más a una Justicia contaminada por servicios de inteligencia, operadores judiciales, procedimientos oscuros y linchamientos mediáticos”.
La Justicia y los medios críticos, las dos bestias negras del kirchnerismo en los últimos años. Recordemos, Cristina Kirchner ha dicho que los 10 procesos judiciales abiertos contra ella por distintos motivos tienen una causa política. Su principal alegato de defensa es afirmar que ella, sus hijos, y los funcionarios acusados por corrupción que la acompañaron en los dos gobiernos que presidió, son víctimas de una persecución política.
Por su parte, Alberto Fernández que se ha caracterizado por los matices, la ambigüedad y el equilibrio, en este tema ha sido meridianamente claro, repite el argumento de la señora Kirchner. Además, lo hace con cierta propiedad en su condición de abogado y profesor de derecho penal y civil.
De las pocas cosas concretas que anunció en sus palabras de ayer, destacó la decisión de enviar a las cámaras del Congreso un proyecto de ley para reformar el sistema de Justicia.
No obstante, donde aún no hay definiciones es en la posible restructuración de la deuda con el FMI que ha anunciado el entrante ministro de Economía, Martín Guzmán. Dada la situación de la economía argentina este tema luce urgente. Pero como se podrá apreciar es cuestión de prioridades.
De modo que sobre esta nueva administración, en Argentina y en el mundo se formula una pregunta: ¿Quién va a gobernar realmente? ¿Alberto Fernández o Cristina Kirchner?
Por lo pronto, pareciera haber entre los dos un acuerdo de división de tareas, en el cual el primero efectivamente se ejercerá del máximo cargo ejecutivo, mientras que Cristina será la jefa del movimiento político. Una relación en algo parecida a la que ella misma tuvo con su fallecido esposo Néstor Kirchner cuando le tocó ser presidenta entre 2007 y 2011.
En su exposición, Alberto Fernández demostró que tiene un Estado en la cabeza, que se dispone, además, a gobernar él y a dejar su propia marca.
En realidad, sus críticas a la supuesta judicialización de la política argentina fueron un paréntesis obligado en un mensaje caracterizado por el llamado a la unidad nacional, que es muy distinto al tono de confrontación propio de su jefa política.
“No cuenten conmigo para seguir transitando el camino del desencuentro” fue una de las frases que resumen lo que él pretende sea su política. De hecho, parece ser el más moderado de los peronistas que han pisado la Casa Rosada. Su estilo personal recuerda al histórico expresidente Raúl Alfonsín, a quien recordó y citó dos veces, al inicio y al cierre de sus palabras. Más que al general Juan Domingo Perón y a Néstor Kirchner, a quienes citó en una sola oportunidad. Más que a Eva Perón, a quien no mencionó.
Sin embargo, como suele ocurrir en la vida, una cosa son los propósitos y otra las realizaciones. Sus palabras cargadas de promesas y buenas intenciones van a chocar con la dura realidad de la economía. A diferencia de 2003, cuando entró al gobierno de Kirchner como Jefe de Gabinete justo en el momento de recuperación de la economía argentina, en esta ocasión no tiene el mismo margen de maniobra. Es más, el país se está sumergiendo en la crisis.
Todavía no está claro si él ha dado con la fórmula para superar esta coyuntura, pero lo que es evidente es que necesitará (al menos en las primeras de cambio) el respaldo de la persona que tiene el capital político: Cristina Kirchner.
Ella no sólo por su condición de vicepresidenta preside el Senado, además allí con sus votos y las alianzas que ha armado está a sólo seis escaños de los dos tercios. También dispone de la primera fuerza en la Cámara de Diputados donde su hijo Máximo dirige el bloque peronista. Súmese a eso el apoyo del izquierdista Axel Kicillof, gobernador de la provincia de Buenos Aires, la más poblada del país, más sus alianzas con el sindicalismo.
Y hoy comienza el gobierno peronista-kirchnerista de Alberto Fernández: ¿Qué es lo que hará?
Da la impresión que Alberto Fernández es un presidente sitiado. No obstante, la política es cambiante y él es, después de todo, el Presidente. Veremos quién, y qué estilo, se impone. Si el confrontacional de la señora Kirchner que no ocultó en plena ceremonia de traspaso de mando su desagrado personal por el presidente saliente Mauricio Macri (con lo que demuestra que no tuvo grandeza para perder hace cuatro años, ni la tiene ahora para ganar) o el de la concordia del que hizo gala Fernández.
Como sea, el nuevo mandatario ha reiterado un mensaje, tiene un acuerdo con Cristina que va a respetar. Ese acuerdo se resume en una palabra: impunidad.
De modo que en América Latina estamos viendo emerger una nueva estratagema política orientada a justificar o negar hechos de corrupción, reales, evidentes o aparentes, con el argumento de la razón moral que esgrimen movimientos como la izquierda kirchnerista, la petista o la chavista. Lo que no se recibe de la Justicia, se recibe de los votos.